Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Otto de Greiff

Otto de Greiff Haeusler (1903-1995), destacado intelectual colombiano, brilló en múltiples facetas: desde la ingeniería civil hasta la docencia universitaria, pasando por el periodismo, la traducción y la poesía. Hijo de una ilustre familia, su legado se entrelaza con el de su hermano, el renombrado poeta León de Greiff.

La formación inicial en ingeniería civil fue la piedra angular de su trayectoria, pero su verdadera vocación se cristalizó en la Universidad Nacional de Colombia, donde impartió clases de cálculo y geometría analítica durante casi medio siglo. Su ascenso en la institución, desde Secretario General hasta Rector encargado, testimonia su influencia en el ámbito académico.

Sin embargo, su pasión por la música fue igualmente deslumbrante. Dotado de una cultura musical inigualable, dejó huella en la prensa y la radio con su columna «Comentarios musicales» y su participación en la fundación de la Radiodifusora Nacional. Además, su pluma se extendió a la literatura, con obras notables como «Los cuartetos de cuerda de Beethoven» y «Las sonatas para piano de Beethoven».

La poliglotía de Otto de Greiff es un rasgo distintivo. Dominaba varios idiomas, incluyendo inglés, francés, alemán, italiano, sueco, ruso, danés y esperanto, lo que lo convirtió en un traductor destacado de obras de poetas internacionales.

A pesar de su multifacética carrera, no podemos pasar por alto su faceta como poeta. Aunque su producción era modesta, la antología «Grafismos del Grifo Grumete» (1997) recoge sus versos, revelando una sensibilidad poética de gran profundidad.

La Universidad Nacional lo honró con los títulos de Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa, y el gobierno colombiano estableció el Concurso Nacional «Otto de Greiff» en reconocimiento a su legado.

La figura de Otto de Greiff se erige como un faro de erudición, creatividad y entrega a la cultura, dejando un legado perdurable en el panorama intelectual de Colombia y más allá.

Arieta

Yo me enveneno con un recuerdo:

En el violado camarín, la seda
y el sutil vello y de odorante nardo
discreto olor y la hora soñada…

Yo me enveneno con un recuerdo.

En el violado camarín, el mudo
férvido amor que en las pupilas arde
y el tibio zumo de la boca henchida…

Yo me enveneno con un recuerdo.

En el violado camarín, desnuda
la grácil forma sobre el raso verde
y a mí enlazada la delicia toda…

Yo me enveneno con un recuerdo.

Balada del tiempo perdido

I

El tiempo he perdido
y he perdido el viaje…

Ni sé adónde he ido…
Mas sí vi un paisaje
sólo en ocres:
desteñido…

Lodo, barro, nieblas; brumas, nieblas, brumas
de turbio pelaje,
de negras plumas.
Y luces mediocres. Y luces mediocres.
Vi también erectos
pinos: señalaban un dombo confuso,
ominoso, abstruso,
y un horizonte gris de lindes circunspectos.
Vi aves
graves,
aves graves de lóbregas plumas
—antipáticas al hombre—,
silencios escuché, mudos, sin nombre,
que ambulaban ebrios por entre las brumas…
Lodo, barro, nieblas; brumas, nieblas, brumas.

No sé adónde he ido,
y he perdido el viaje
y el tiempo he perdido…

II

El tiempo he perdido
y he perdido el viaje…

Ni sé adónde he ido…
Mas supe de un crepúsculo de fuego
crepitador: voluminosos gualdas
y calcinados lilas!
(otrora muelles como las tranquilas
disueltas esmeraldas).
Sentí, lascivo, aromas capitosos!
Bullentes crisopacios
brillaban lujuriosos
por sobre las bucólicas praderas!
Rojos vi y rubios, trémulos trigales
al beso de los vientos cariciosos!
Sangrantes de amapolas vi verde—azules eras!
Vi arbolados faunales:
versallescos palacios
fabulosos
para lances y juegos estivales!
Todo acorde con pitos y flautas,
comamusas, fagotes pastoriles,
y el lánguido piano
chopiniano,
y voces incautas
y mezzo—viriles
de mezzo—soprano.
Ni sé adónde he ido…
y he perdido el viaje
y el tiempo he perdido…

III

Y el tiempo he perdido
y he perdido el viaje…

Ni sé adónde he ido…
por ver el paisaje
en ocres,
desteñido,
y por ver el crepúsculo de fuego!

Pudiendo haber mirado el escondido
jardín que hay en mis ámbitos mediocres!
o mirado sin ver: taimado juego,
buido ardid, sutil estratagema, del Sordo, el Frío, el Ciego.

Más breve

No te me vas que apenas te me llegas,
leve ilusión de ensueño, densa, intensa flor viva.

Mi ardido corazón, para las siegas
duro es y audaz…; para el dominio, blando…

Mi ardido corazón a la deriva…
No te me vas, apenas en llegando.

Si te me vas, si te me fuiste…: cuando
regreses, volverás aún más lasciva
y me hallarás, lascivo, te esperando…

Canción nocturna

En tu pelo está el perfume de la noche
y en tus ojos su tormentosa luz.
El sabor de la noche vibra en tu boca palpitante.
Mi corazón, clavado sobre la noche de avenuz.

La noche está en tu frente morena, erguida y frágil
y en tus brazos que un vello sutil aterciopela.
La noche está en recónditos parajes de tu cuerpo:
—la noche perfumada de nardo y de vainilla y de canela…

La noche está en tus ojos brunos, iridiscente:
constelaciones bullen en su vivaz burbuja.
La noche está en tus ojos brunos, cuando los cierras:
noche definitiva, noche agorera, noche bruja.

En tus oídos, toda la música de la noche
se refugia, y te arrulla con su vago susurro.
En tus oídos, toda la música de la noche,
y en tu voz, y en tu risa, y en tu tácito llanto…

En tu frente, su angustia latente insomne yerra,
y en tu pecho amoroso su tormentosa luz.
En la noche sortílega, sortílego discurro…
El sabor de la noche vibra en tu boca palpitante.
Tus manos son dos pálidas lunas sobre mi frente.

Clavos en ti me clavan, oh Noche deleitosa!
noche…! tibio madero de mi cruz!

Vieja romanza

Oh gracia de tu rítmico cuerpo gozado un día!
Oh misterio inasible de tus ojos sedeños!
(Me persiguió tu hechizo por ilusos y lueños
países encantados que holló mi fantasía…)

Oh gracia de tu cuerpo que ritmó la alegría
para danzar la Danza Única de mis Sueños!
(Cuando adivino la dura negación de tus ceños
me refugié en las nébulas de la Melancolía…)

Perfume de tu cuerpo, que lo sexual integra!
Perfume de tu tórrida cabellera nocturna!
Y tu boca! ( En tu boca naufragó mi albedrío )

No perfuma tu boca mi inútil noche negra!
(Tal vez con ella tope mi boca taciturna
en algún ilusorio lunario señorío…)

Esta mujer es una urna…

Esta mujer es una urna
llena de místico perfume,
como Annabel, como Ulalume…

Esta mujer es una urna.

Y para mi alma taciturna
por el dolor que la consume,
esta mujer es una urna
llena de místico perfume…!

La luna blanca… y el frío…

La luna blanca… y el frío…
y el dulce corazón mío
tan lejano… tan lejano…

¡tanto distante su mano…!

La luna blanca, y el frío
y el dulce corazón mío
tan lejano…

Y vagas notas del piano…
Del bosque un aroma arcano…
Y el remurmurar del río…

Y el dulce corazón mío
tan lejano…!

Mi pobre amor se está yendo…

Mi pobre amor se está yendo…
yo me quedaré llorando…
La lluvia, leve, cayendo;
una nube, allá, glisando…

Mi pobre amor se está yendo.

Lejos, muy lejos!, soñando
la dulce amada, y tejiendo
su ilusión, me va matando…
Mi pobre amor se está yendo…

¿Qué pasa, que nada entiendo?
Qué pena se va a acercando?

La lluvia, leve, cayendo…
Una nube, allá, glisando…
La dulce amada tejiendo
su ilusión, que voy matando!

Mi pobre amor se está yendo…
Yo me quedaré llorando!

Ritornelo

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fue;
ninguno otro amor sería.
¡Esta rosa fue testigo
de cuando te diste mía¡El día, ya no lo sé
—sí lo sé, mas no lo digo—
Esta rosa fue testigo.

De tus labios escuché
la más dulce melodía.
¡Esta rosa fue testigo:
todo en tu ser sonreía!
Todo cuanto yo soñé
de ti, lo tuve conmigo…
Esta rosa fue testigo.

¡En tus ojos naufragué
donde la noche cabía!
Esta rosa fue testigo.
En mis brazos te oprimía,
entre tus brazos me hallé,
luego hallé más tibio abrigo…
Esta rosa fue testigo.

¡Tu fresca boca besé
donde triscó la alegría!
Esta rosa fue testigo
de tu amorosa agonía
cuando del amor gocé
la vez primera contigo!
Esta rosa fue testigo .

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fue,
ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo

de cuando te diste mía!
El día, ya no lo sé
—sí lo sé, mas no lo digo—
Esta rosa fue testigo.

Canción ligera

Me quedas tú, y me donas tu alegría
con el dolor, y tu miel deleitable
con el acerbo aloe.
Me quedas tú, y la luz que tu alma cría
dentro la tenebrura inenarrable
de mi yo solitario:

Siempre loe
tu don ilusionario.

Me quedas tú, y el claro sortilegio
de tus ojos rïentes: con su hechizo
mi soledad se puebla.

Me quedas tú, y tu risa, cuyo arpegio
me embriaga, y tu tesoro de oro cobrizo
solaz del alma sola:

La gris niebla
tu regalo aureola.

Me quedas tú, y el filtro que tu ardida
boca frutal, sombreada, en mis febriles
resecos labios vierte.

Me quedas tú, la ingenua enardecida,
me quedas tú, la experta, de sutiles
tácticas retrecheras:

Vida. Muerte.
Lo que quieras.

Cancioncilla

Quise una vez y para siempre
—yo la quería desde antaño—
a ésa mujer, en cuyos ojos
bebí mi júbilo y mi daño…

Quise una vez –nunca así quise
ni así querré, como así quiero–
a ésa mujer, en cuyo espíritu
fundí mi espíritu altanero.

Quise una vez y desde nunca
—ya la querré y hasta que muera—
a ésa mujer, en cuya boca
gusté —otoñal—la Primavera.

Quise una vez —nadie así quiso
ni así querrá, que es arduo empeño—
a ésa mujer, en cuyo cálido
regazo en flor ancló mi ensueño.

Quise una vez –jamás la olvide
vivo ni muerto– a ésa mujer,
en cuyo ser de maravilla
remorí para renacer…

Y ésa mujer se llama… Nadie,
nadie lo sepa —Ella sí y yo—.
Cuando yo muera, digas –sólo–
quién amará como él amó?

Relato de Sergio Stepansky

¡Juego mi vida!
¡Bien poco valía!
¡La llevo perdida
sin remedio!

Erik Fjordsson.

Juego mi vida, cambio mi vida,
de todos modos
la llevo perdida…

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo…

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo…

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.
Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo…:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo…

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia;
la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por una anilla de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: para echar a rodar la bola…

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo;
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca…

o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida al fiado por una fábrica de crepúsculos
(con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas…

¡o por dos huequecillos minúsculos
en las sienes por donde se me fugue, en grises podres,
la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres…!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida…