Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Benito Bonifaz

Benito Bonifaz, conocido como «El Tirteo arequipeño«, fue un poeta y militar peruano nacido en Arequipa el 1 de junio de 1832. Su breve pero intensa vida estuvo marcada por un fervor patriótico y un compromiso inquebrantable con la causa revolucionaria.

Inició su formación en el Colegio Nacional de la Independencia Americana en su ciudad natal y, en 1852, se trasladó a Lima para seguir una carrera militar. Se unió a la revolución liberal liderada por el general Ramón Castilla en 1854 y participó valientemente en la batalla de La Palma en 1855. A pesar de su coraje en el campo de batalla, fue acusado de actividades sediciosas y encarcelado.

Más adelante, se unió a la revolución encabezada por el general Manuel Ignacio de Vivanco en Arequipa. Durante este período, Bonifaz no solo portó las armas, sino también la pluma, apoyando fervientemente la causa revolucionaria con poesías y discursos apasionados que inflamaron los corazones de los arequipeños.

El apodo «El Tirteo arequipeño» atestigua la fuerza y el ardor de sus composiciones. Su obra poética, recopilada en el libro «Lira Arequipeña» en 1889, refleja su compromiso con la lucha por la libertad y la independencia. Las estrofas de Bonifaz están imbuidas de vigor y emoción, celebrando la valentía de los soldados arequipeños y su determinación en la defensa de su tierra natal.

El 7 de marzo de 1858, en el punto álgido de la lucha por la independencia de Arequipa, el teniente coronel Benito Bonifaz asumió el comando en el Fuerte «Malakoff.» Fue allí donde encontró su destino, cayendo en combate por una causa que amaba profundamente.

Benito Bonifaz, el poeta de la revolución, dejó un legado perdurable en la literatura y la historia de Arequipa y del Perú. Su poesía enérgica y apasionada continúa inspirando a generaciones, recordándonos el poder de la palabra para forjar la identidad y la resistencia de un pueblo.

A UNA MUJER

¿Por qué me esquivas tu semblante hermoso
Y tus ojos apartas de los míos?
¿No temes, di, que apaguen tus desvíos
Mi ardiente corazón?
¿No te imaginas que mi vida entera
Puede exhalarse en el mortal suspiro
Que yo arranco del pecho si te miro
Desdeñando mi amor?

Dime, mujer más pura que la aurora
Al destellar en el rosado Oriente,
Si en tu mirar angélico, en tu frente,
¿Hay algo de mortal?
¿Di si como a mujer debo adorarte?
¡Misteriosa y divina criatura!
Feliz encarnación de la hermosura
¡De mística beldad!

Si has tomado prestadas bellas formas
Para traer una misión del cielo,
Y rasgando quizá tan débil velo
Nos vuelves a dejar:
Si aquí has venido a disipar la nube
Que limita del nombre el pensamiento,
O te ha enviado el Señor desde su asiento
Trayendo la verdad.

Si eres un rayo de la augusta aureola
Que circunda la frente del eterno
O el átomo lanzado al mundo externo
De su mente inmortal
Dímelo, pues, que para mí un arcano
¡Es tu presencia aquí!… ¡ah! yo en tu aliento
He bebido del amor el sentimiento
Más puro y divinal.

¡Contesta, por piedad!… no me desdeñes;
Desengáñame, pues, yo te lo ruego…
Es tan intenso el misterioso fuego
¡Que me consume ya!
¡Tan inmenso es mi amor! ¡Tal mi locura!
Que se pierde mi pobre inteligencia
Y el corazón, latiendo con violencia,
Lo siento zozobrar.

Seas una mujer, seas un ángel,
Seas nacida aquí, seas del cielo,
Mi albedrío, mi amor, todo mi anhelo
Te quiero consagrar.

¡Ah! para mí la vida es un martirio
Y me siento morir de pesadumbre…
Me agobia la ansiedad, la incertidumbre
¡La duda perennal!

Si eres de allá, perdona mis delirios,
Pues dichoso te diera mi existencia,
Si un ligero perfume de tu esencia
Me dieras al pasar.
Mas si naciste como yo en la tierra
Por compasión mis súplicas escucha
De este infeliz, que en tan dudosa lucha
Ya próximo a expirar.

Mi porvenir sin ti será un vacío
Mil veces más terrible que la muerte…
Tan sólo de pensar que he de perderte
Para siempre quizás,
Siento el dolor que con su mano impía
Rompe todas las fibras de mi alma
Y allá en el corazón, fúnebre calma
O matador afán.

Como es grande mi amor es mi creencia:
Creo con una fe tan acendrada
Que tú has venido al mundo destinada
Mis pasos a guiar,
Que si me abandonaras a mí mismo,
A mi lado pasando indiferente,
De mi santa creencia y mi fe ardiente
Me harías blasfemar.

Perdona si te ofendo: mas muy débil
Mi pobre entendimiento se extravía;
Se torna mi razón en insania
Porque al fin soy mortal!…
Pero dime también una palabra
Que llegue a mis oídos: de tu acento
La vibración más tenue y al momento
Mi fe revivirá.

Yo pulsaré las cuerdas de mi lira
Arrancándole notas armoniosas
Tan henchidas de unción, tan religiosas
Que el mismo Jehová
Entre las arpas santas que su gloria
Para ensalzarle y bendecirle encierra,
Los acentos del arpa de la tierra
¡Ay! no desdeñará.

Óyeme, pues, y deja que en tus labios
Asome una palabra de esperanza
Querubín o mujer, a ti se lanza
Mi alma sin vacilar;
Yo para ser feliz tan solo espero
Que rasgues con tus labios o tu mano
El misterioso, impenetrable arcano
Que encierra tu beldad.

COLUMNA INMORTALES

¿Los veis lanzándose a la pelea
con la serenidad de los valientes?
Son los hijos del Misti, los ardiente
soldados del honor.
¿Los veis marchar con la cabeza erguida
en busca de la gloria o de la muerte?
Son los hijos del Misti, los de fuerte
y noble corazón. .
¿Los veis allí pasadas las trincheras
cómo sus líneas en el campo tienden?
Son los hijos del Misti, que defienden
el doméstico hogar.
¿Los veis en el combate cual despliegan
al ruido del cañón tanta osadía?
Son los hijos del Misti, los que un día
la patria salvarán

AL SOL

en el 28 de julio

Salud ¡oh Sol! que en tiempos más felices
Suspendido como hoy en tu gran templo,
El drama presenciaste sin ejemplo
Que nos dio la libertad.
¡Salud a ti! que el despotismo viste
En tu trono de bronce envanecido.
Al patriótico embate estremecido,
Cobarde zozobrar.

¡Salud a ti! gigante de topacio,
Cuyo esplendor nos trae la memoria
Del más hermoso día de la historia
Del pueblo del Perú.
¡Salud a ti mil veces! luz gloriosa,
Que en recuerdo de aquellos faustos días
Tu más brillante rayo nos envías
Desde el inmenso azul.

¡Detente ahí! ¡Suspende tu carrera!
Y no desciendas aún al Occidente;
Que quiero contemplar sobre tu frente
Radiosa y colosal,
La dicha y el placer que sentirías
Al ver como tus nobles descendientes
Supieron, esforzados y valientes
El yugo quebrantar.

¡Detente ahí! y escucha los acentos
Que tu presencia fúlgida me inspira;
Oye las vibraciones de mi lira
Que arranco con placer;
Oye del vate el sonoroso canto
Que de su pecho ardiente se levanta;
Porque ha sentido que tu llama santa
Ilumina su sien.

¡Pàrate! Escucha el grito que de gozo
Lanza de corazón un pueblo entero;
Oye el estruendo del cañón guerrero
Que te saluda ya.
Mira en el templo humeando en los altares
El rico incienso que al empíreo sube
Cual blanquecina, vaporosa nube
El cielo a perfumar.

Mira los Andes de nevadas sienes,
Empinados atletas de granito,
Conmoverse también al hondo grito
Lanzado desde aquí.
Y en sus bases de piedras indestructibles,
Manantiales del oro refulgente,
Balancearse y el eco dulcemente
El grito repetir.

Cuando la última gota agonizante
De nuestro patrio, embriagador contento
Vaya a morir en el excelso asiento
Del padre universal,
Sigue entonces tranquilo tu carrera;
Paso a paso desciende hasta el poniente
Y ve en el horizonte suavemente
Tu núcleo a sepultar.

Al pueblo arequipeño

¿Venganza? ¡No! Que la venganza infama,
Y es magnánimo el pueblo y generoso,
Y el pueblo fuerte, el pueblo valeroso,
No se venga jamás.
¡Justicia! ¡Sí! Que la justicia es santa,
Y el pueblo como Dios es justiciero;
Por eso ha escrito en su pendón guerrero:
¡Justicia y Libertad!