Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Arturo Camacho Ramírez

Arturo Camacho Ramírez (Ibagué, 28 de octubre de 1910 – Bogotá, 24 de octubre de 1982) fue un influyente escritor, poeta y periodista colombiano. Criado en Bogotá desde temprana edad, estudió en instituciones como el Colegio de la Presentación y el Instituto de la Salle. Aunque inicialmente cursó Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, su vida se tejió con una diversidad de roles, desde publicidad hasta diplomacia.

El debut literario de Camacho Ramírez fue «Espejo de Naufragios» en 1935, justo antes de la formación del grupo «Piedra y Cielo», en el que se unió a Eduardo Carranza, Jorge Rojas y otros, explorando nuevas corrientes literarias. Su compromiso con la poesía continuó con obras como «Presagio de amor» y «Cándida inerte» en 1939, enriqueciendo su influencia en el panorama literario.

Una experiencia en La Guajira marcó su vida, donde asumió roles de Secretario de Juzgado y Comisario. Allí, conoció a Olga Castaño Castillo, quien se convirtió en su esposa y musa. Creó «Luna de Arena», obra que reflejó su experiencia en La Guajira y fue representada en diferentes plataformas.

Su carrera diplomática lo llevó a Bolivia, seguido por roles en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en medios de comunicación. En la radio, dirigió el programa «¿Cuál es su Hobby?» en HJCK, y también colaboró con diarios como El Espectador y El Espacio.

Con un carácter bohemio y festivo, dejó una huella en la sociedad con su agudo humor y amistades literarias como Julio Barrenechea y León de Greiff. Su obra incluyó «La vida pública», «Límites del hombre» y «Carrera de la vida», que reveló un giro en su estilo. Fue reconocido en la Embajada ante la Unesco en París y celebró el Premio Nobel con Neruda y García Márquez.

Arturo Camacho Ramírez falleció en Bogotá en 1982, dejando un legado literario perdurable. Sus obras completas fueron recopiladas en dos tomos en 1986, y su influencia continúa resonando en la literatura colombiana.

Fruto del sueño

A paloma de nieve condenado
a flor de llama al viento sometido,
a lluvia desgajada estatuido
fruto del sueño, ciervo degollado;

te meces en el aire, vulnerado
fantasma de los ojos desprendido,
carbón en cuyo rostro se ha encendido
lo que la muerte tiene anticipado.

Vienes con pasos turbios de cautela,
en las frondas del sordo duermevela,
como las huellas del asesinado

amor que ayer nos entregó la suerte
un minuto no más y que hoy se vierte
sobre el fulgor del pecho derramado.

Nada es mayor

Nada es mayor que tú: sólo la rosa
tiene tu edad suspensa, ilimitada:
eres la primavera deseada,
sin ser la primavera ni la rosa.

Vago espejo de amor donde la rosa
inaugura su forma deseada,
absorta, inmensa, pura, ilimitada,
imagen, sí, pero sin ser la rosa.

Bajo tu piel de nube marinera,
luz girante tu sangre silenciosa
despliega su escarlata arborecida.

Nada es mayor que tú, rosa y no rosa,
primavera sin ser la primavera:
arpegio en la garganta de la vida.

Espacio

(El aire solamente)

Dormía el rostro azul, la nieve oscura,
la furiosa neblina de la noche,
el río de caderas moribundas,
el aire de voz fría.

Dormía, sí, dormia el viento duro,
rostro boreal, al filo de la fiebre,
la calle sola y el farol sediento
y el aire de repente.
Y los puentes tirados sobre el agua,
y una mujer a proa de la muerte,
sus cabelos a punto de extinguirse
y el aire casi verde.

Un perro sin ladrido conocido,
una manera de mirar sin verse,
una luz de taberna acuchilada
y el aire siempre.

Un paseante, frente a un domicilio,
manchado por dos gritos divergentes:
entre los partos y las punhaladas
el aire vive y muere.

El aire nauseabundo de los puertos,
entre aroma de viaje y miel terrestre,
como una mariposa desalada
que en los mástiles duerme.

El aire siempre solitario, errante,
transportando la bruma; casi alegre
en la ventana de la poesía,
silbado entre los dientes.

El aire de oro ceniciento, ardido,
acerado azuloso, en las paredes,
encierro de la infâmia y de la gloria,
ala triste, se cierne.

Aire tuyo de yerto vagabundo,
especial silencioso, voz ecuestre
sobre las sombras y los paramentos
del aire solamente.

Este espacio de aire levantado,
bello el aire que la sangre envuelve,
pongo tu soledad ardiente y triste,
tu infierno helado, el escondido diente
que marcó heridas en la piel del mundo
y hacia un norte de lágrimas se extiende,
la plata y el coral de madrugada
que encienden la ola turbia de tu frente,
sola de soledad desamparada
en la cárcel oscura de las sienes.

Yo pido a una mujer sus puros labios,
sus lentos ojos, su repiro tenue,
su largo cuerpo de olvidada orilla
bajo uma fronda de pasión perenne,
para vestir de llanto o cabellera
el aire de tu amor qu em ódio crece,
soñar contido al margen de la tierra
y ardle un eco al grito que falece
em los rincones últimos del hombre
condenado y maldito para siempre
a soledad de espíritu y de cuerpo,
¡a soledad de siempre para siempre!

El día de la muerte

Lleno de certidumbres como un muerto
cuyo se ama con la tierra
ando de mar a mar, de puerto a puerto,
pidiendo olvido y perdonando guerra.

Y voy entre sonámbulo y despierto,
hecho a un amor de duelo que me aferra
la voz y oprime su vocablo yerto
como ceniza que al invierno aterra.

El día de mi muerte está en mi mano,
turbia moneda gris, lento pañuelo,
en vez de áurea medalla o vela henchida.

Y yo lo pongo al borde del verano
como un mordiente y trágico señuelo
que enceguezca los ojos de la vida.

Caballero de palidez

Caballero de palidez como la niebla,
mustio como los lirios que la noche ha violado,
hijo del gozo triste que el invierno há mordido,
olh, vertido entre rosas de amarilla lujuria.

Um gran río rodaba por tus lábios convulsos,
ciñendo tu presencia de ceniciento arcángel,
entre un ágio tumulto de avenidas sin nombre,
pobladas de sollozos y mujeres de espuma.

Porque siempre marchabas con la muerte y el vino,
oh, niño derrotado que en el sueño se esconde,
medalla descarriada de carbón y de nieve,
perfil de solitário com los ojos de Edipo.

Huérfano de las nubes, paria de las estrellas,
tu cabeza llenaba de plenitude la noche:
los astros son un poco de sueño suspendido
para los que no saben crear el universo.

Un color insepulto de esencias escapadas
manchó con su relâmpago tu solitaria atmosfera
y de tu pecho brotan fantasmas cenitales
con manos que soportan la flora sanguinolenta.

La muerte como um vivo sarmiento rencoroso
te dió su largo vino de uva desenfrenada
en los ojos trocados de Sara la judia
y en los labios cambiantes de Jenny sitibunda.

Oh, compañero amargo que miras el espacio
com la misma fijeza del tempo insobornable
y escuchas la existencia rodar en el vacío
literal al sonido de unos cuerpos amándose.

Oh, Baudelaire huído del ángel y la aurora,
visible en el espasmo que la noche deslíe:
tienes un cementerio donde guardar la frente
en el dintorno espesso de tu palabra oscura.

Ahora tienes todo lo que te fue negado:
el paraíso oculto de una pupila breve,
la lágrima que ciñe su cíngulo quemante
donde la luz solloza sobre su occíduo océano.

Caballero pálido como la congojal,
duerme en mi corazón, duerme en la tierra,
el mas es suficiente para encontrarse triste
y su ausencia maldisse la vida para siempre.

Solo la nieve puede dormir en primavera
y el mar tener un eco de doble ressonância,
donde la muerte tiembla como un recién nacido
y expressa su diamante de luz indisoluble.

Solo tu voz expande su tañido imperioso,
su movedizo idioma de eterna melodía:
esperar es en vano sobre la podredumbre
sin el amor que tiembla y el ódio que sonríe.

Gran herido, en el tempo, tu voz inmarchitable
cruza como um assalto de repentina espada,
y avanzas como una ola de polvo desmedido
que prende en el invierno su encendido rescoldo.

Taciturno, glorioso, solamente en el aire,
en el fuego y en todo remordimiento puro;
duerme en paz en el fondo de tu glacial império
que vigila el silencio de ronca muchedumbre.

La desconocida

Yo conocía la desconocida.

Tenía mejillas, trajes,
ausencias y desvelos,
pasaporte a morir, algunas joyas,
lápices para labios y un pañuelo.

Salía por las tardes,
soportando en silencio la invasión de las luces,
la ecuación del verano en su cintura,
su sonrisa espaciosa
como una orquesta suelta en los jardines,
el agua en pabellones ambulantes
y el entristecimiento
de ciudades apenas entrevistas.

Apostrofe

(Juana Duval)

Amó la flor de tu esqueleto
carne de bronce devorado,
y revolviste en su cabeza
los sueños con los desenganos.

Amó la fronda de tu pelo
mies de averno desparramanda,
y le cortaste con su filo
la dulzura de la mirada.

Amó la vida miserable,
deshilachada y corroída,
y maracaste sobre su frente
una luz cáradena y maldita.

Como a una uva desolada
amó el espacio de tu cuerpo
y solamente halló en tu entraña
su movedizo cementerio.

Tu piel lamida por la noche
hecha de estímulo y desgracia,
opuso al golpe de su sangre
su delirante y densa playa.

Tu digital rosa perdida
en el clamor de su cabeza,
iniciaba su espesa muerte
de desplomada cabellera.

Amó hasta el odio enfurecido,
hasta morirse de desprecio,
hasta el sollozo y el castigo,
su humillación por tu deseo.

Como la sombra, como el paso
de un material derrumamiento
que mancha espejos y canciones,
hiciste impuro su silencio.

Campana oscura bajo el llanto,
tu corazón se despeñaba
en un sonido funerário
de huesos rotos y fantasmas.

Encadenada como el trueno
en alta noche desbordado,
nave de ruta enlouquecida
bajo un destino de naufragio;

Juana, escultura del demonio,
arquitectura de blasfemia,
fruta del trópico arrojada
hasta las márgenes del Sena,

por un viento, por un designio,
por una fatal esperanza,
luna podrida del infierno,
estremecida de batallas:

oh, subterrânea, en ti se encierran,
lentas de tempo desgarrado,
las amapolas funerales
de encendido y trémulo ramo.

Y como un rostro cadavérico
está por siempre em su penumbra
tu piel de luto que se extiende
como un sollozo en una tumba.

Pesadilla

Un ángel dolorido y polvoriento
abre los ojos sobre la pintura
y se arrastra en la gris desenvoltura
de la línea que inicia su tormento.

El color lame allí como un lamento,
hecho para la infamia y la locura.
espacios sin ventanas en la oscura
claustrofobia espacial del firmamento.

Vives al pie de la primera nube
Y tu rostro drolático se sube
Como un espectro al clímax del espanto.

Demonio por sí mismo poseído,
Faro sin lumbre, sin pecho latido,
Croquis del Bosco en explosión de llanto.

Salmo

(Jenny Sabatier)

Oh, amargura, oh, centella,
oh, palabra de nieve desprendida,
oh, destinada huella,
périplo de la estrela,
a su propia derrota sometida.

Oh, espacio en que la oscura
verdad de Dios tembló por un momento;
oh, trágica dulzura
de la herida ternura
que eternizó tu nombnre en su lamento.

Un río solamente
podrá decir en clara transparencia,
con ardida corriente,
el tácito relente
del ánima que ciñe tu presencia.

El rostro desvaído
de la infancia en el sueño encarcelada,
el espacioso ruído
que llega hasta el sentido,
en la alcoba de espectros alumbrada.

El predio desvelado
donde crecen las vides solitárias
del amor desolado,
em coro estrangulado
por levantadas manos funerarias,

la flor intravenosa
de la sangre que eleva su estatura,
acuchilada rosa,
témulamente esposa
del corazón transido en su espessura,

el éxtasis ardiente
de la primera estrela descubierta
que marca con su diente
la castigada frente,
por el caminho de la noche aberta;
darán, ¡oh! sollozada,
la miel de soledad que en tí vierte;
su flor evaporada
—presencia de la espada—
en claro recinto de la muerte.

Un mineral de sueño
acendra em ti sus pálidos metales
y em acordado empeño
de amor, traza en diseño
su laberinto de oros abisales.

Habitas la penumbra
como um yerto fantasma de rocío
que su recuerdo alumbra,
y su passo acostumbra
a un jardín olvidado en el estío.

Donde tu rostro assoma
como un astro de nieblas escoltado,
y tu desnudo aroma
se expande en la redoma
corporal del amor sacrificado.

La niña sin sombra

Ella se quería casar
pero no la quiso nadie.

Tenía senos de amapola
recién salidos del aire;
tenía los brazos delgados
como la voz de los ángeles;
las piernas girando siempre
falsa canción de compases;
el vientre y el corazón
en desacuerdo constante.
La niña no tenía sombra,
por eso no la amó nadie.
Porque los mozos del pueblo
comentaban: qué te haces
con una niña que no
tiene sombra para el aire?
Quién cuidará nuestro amor
si su sombra vigilante
no está en los altos rincones
contando rubios collares
de besos de madrugada
con un fugaz desenlace?
Cómo gritarle que viene
el viento azul saltimbanqui
para robarle la sombra
como una hoja de sauce?

Cómo amarla si no tiene
sombra verde, tierna, suave,
furtiva, alegre, profunda,
que la confunda con nadie,
o para poder decir:
me ha sido fiel y constante
pues su sombra iba con ella
y ella no puede faltarle?

-Por qué no diste sombra,
madre?
Por qué me ataste a los pies
esta luz siempre brillante
que me ha borrado la sombra
transparente, pura, frágil?

Madre, yo me mataré
para tener un cadáver.
Un cadáver y una sombra
no serán lo mismo, madre?
Madre, yo me casaré;
irá todo el pueblo al baile.
Entre el gentío no se nota
que no tengo sombra, madre.
Madre: si no tengo sombra,
no es lo mismo tener árboles?

-Las preguntas arrugaban
las mejillas de la madre-.
-Préstame tu sombra, brisa
destrenzada en los palmares.
-No, que tengo que llevar
los pájaros emigrantes.

-Préstame tu sombra, agua
de largo y oculto cauce.
-No, que tengo que llevar
el agua en flor de los mares.
-Ay,
que me voy a matar, madre!

Sobre la arena la hallaron
sonriente, feliz, errante,
con la raíz de su sueño
en las estrellas fugaces,
las pupilas ahuecadas
de luces en espirales,
a su pie estaba amarrada
la sombra de su cadáver.

El cadáver de su sombra?…
Eso no lo supo nadie.

Recuerdo

(Edgar Allan Poe)

Allá estará contido bajo la misma noite,
hijos del mismo cielo, bajo la misma muerte,
partiendo el horizonte de sollozos del mundo
con la soledad única del canto ultraterrestre.

Allá estareis sentados sobre la misma piedra,
con el mismo recuerdo retorcido en las manos,
bajo el dolor oscuro de imprecisa memoria
en ojos de mujeres y pechos derrotados.

Estais siempre en el luto de los atardeceres,
vestidos por el peso de un solitário clima
y el mar se hace presente con la insistência torpe
de un mendigo que al golpe de las puertas oscila.

Estais materialmente deshechos por gloria,
especialmente huídos, mortalmente alumbrados
por una estrela fija que cose ciegamente
los párpados al cielo con doloroso estaño.

Mordeis ahora un fruto desconocido y vago,
secreto como el eco que tiembla en la palabra,
donde la nieve enciende su flor monstruosa y pura,
numerosa de frío, perdida de distancia.

Porque lo negro es toda la negación del iris
en la expresión exacta del giro matemático
y la existência mueve la múltiple falange
del espectro que esfuma su origen em el blanco.

Em um elaborado silencio que sostiene
el material intrínseco del sueño realizado,
cruzais por mechedumbres de persistencia como
dos cisnes corporales perdidamente pálidos.

Porque el fulgor del hombre se escapa solamente
hacia el espacio interno de la primera lágrima,
que sostiene los muros de su deslumbramento
en el suceso mismo de que fue deslumbrada.

Yo no digo palavras de lenta biografia,
no reconstruyo escombros ni defino silencios;
expresso solamente la oculta dinastia
que funde vuestras vidas de plural hemisferio.

Qué importan los espejos desnudos de la ausencia
que pulen vuestra imagen con incorpóreo labio
si el tempo se ha parado sobre vuestra mirada
como una nube en medio del trueno y el relámpago.

Si un rostro es suficiente para llenar el mundo
con sus eternas líneas por el amor trazadas,
que surge en el espacio con astral insistencia,
en lo súbito, unísono como la luz o el agua.

Enemigos de toda virginal existencia,
callais ante un desfile de doncellas intactas,
que cursa vuestros sueños en lento meridiano
como un perdido cuerpo que busca su fantasma.

Sobrepais la valla de olvido que se cierne
como un pesado velo de edad em vuestros ojos,
en donde las heridas pestanas de la muerte
se encienden ante un limite de presagios remotos,

que marcan vuestra pátria, del tempo desasida,
herederos de un largo dominio sin trascurso,
mirando entre vosotros correr la poesía
como un delirio al borde del vértigo absoluto.

Final

(Ola nocturna)

A veces en la noche, un soplo apenas,
las puertas duramente combatidas
huyen como monedas emigrantes
y su lengua pregunta
y sus estrechos filos se distancian.
¿Es el verano de cabellos duros,
con su tierna mirada de llovizna
y su cuerpo de niebla iluminada,
cuyos pies dominantes apaciguan el mar?

Son las puertas que invaden los recistos,
y sus falanges y sus dinastias
oraiundas de los bosques,
hija de la sorpresa, pliegan sus manos juntas
y sus secas rodillas se quibran como espadas.

Las puertas desbocadas, las puertas que sollozan,
las puertas mutiladas de los bares,
las puetas funerarias dond los huesos claman,
se agitan y retuercen su ardiente gelatina;
las abras despedidas,
los marcos empotrados en los muros,
esse nidal de puertas que crece en las ciudades,
esa marea de madera y hierro
que se entrelaza y choca,
que defende y oculta y descubre y oscuramente parpadea,
como te cierra lejos, cerca de ti, ausente la vida,
soberbio, desmesuradamente encarcelado,
escondendo tu rostro inutilmente
em desflorados limites de rejas y ventanas.

Es tu vistación, tu rauca huella,
un eco persistente y decidido,
como un enjuto océano de amarillas espaldas;
remos duros bracean
y sus formas glaciales se aproximam
y sus labios de acero se incorporan
con abrazo entrañable de doncellas violadas.

Irrumpes sordamente
en su río penetrable y desbordado,
como um pez fugitivo de arenas celestiales,
para hundirte en su légamo ondulante,
en su cerrada soledad insomne,
entre los silbos de la madrugada.

Oh, sostén de las casas, razón de las habitaciones,
vanguardia de los sítios
en los que te enlodabas cruelmente, ciegamente
y a veces dichoso o simplemente lleno de ternura.

El mundo en ti, con encapuzados ojos
y con manos tenaces,
escoge el sitio de la primavera
donde muere la flora, donde se oferece
el agudo clamor de esta manzana yerta
que un viento espesso de cuchillo muerde.

Allí, puerta al infiernoo al descanso,
espectro torrencial, ola nocturna,
está tu pedestal de siempre y nunca,
el plasma de tu sueño,
la maldecida rosa
y el mármol que soñó con tu cabeza.

1

Nadie sabrá las duras madrugadas
la soledad y el tiempo suspendidos.
Hoy, otra vez, amor, tu lirio exacto,
lleno de minerales y sonidos,
con sus manzanas de furor buscando
el sitio negro de los sacrificios.
Dónde la sangre, amor, se arremolina?
En qué gruta se escucha su gemido?
Que yo estoy lleno de luceros agrios
sobre los caracoles de mi grito.

Que estoy sobre la tierra como un hombre
en la alta soledad de su vestido,
como la voz sobre mi cuerpo absorto,
como sobre la voz tu nombre antiguo,
cual tu nombre, otra vez, sobre la tierra,
rota simiente de árbol sumergido.

Entre duros océanos me mando
y hacia islas ahogadas me dirijo
y palomas del mar lentas se clavan
a mis espaldas con ardiente pico
y sus alas me impelen al naufragio,
amor, de tus espacios divididos.

Estoy aquí teñido de relámpagos,
con el justo sabor de mi existencia,
entre un mundo de vientos apagados
que rodean la flor de mi presencia.
Y el amor con su río rencoroso
y sus nieblas de sangre renegada,
con sus estrellas de esmeril oculto
y su clima mordiendo las entrañas,
con sus planetas de humo devorado
y su turbio satélite de lágrimas.

No era la muerte de retoños vivos
y de yertas monedas escapadas,
ni su rosa subiendo por el sueño,
ni su dulce serpiente que se instala,
ni su nieve furente desprendida,
ni su furtiva exhalación de bala,
ni su aroma de llanto prevenido
segado por la hoz de las pestañas.

No era la muerte como pez redondo
de materia viviente disecada,
ni el temblor numeral de las arterias
donde crecen las últimas palabras:
era la roja cesación del canto
por su paso interino en la garganta,
dejándome el amor como un mensaje
de carne y de violencia sepultada.

Mi boca es un impacto de sus besos
y mis huesos escuchan su llegada
y su esmeralda fija se rodea
de salobre pasión instrumentada
y su beligerante mediodía
y su suave tiniebla remansada
donde brotan minutos y poemas
y banderas de lumbre arrodillada.

Por su vértigo corren las ciudades
como visitaciones desatadas,
como tú mismo, amor, que te despliegas
en las formas patéticas del ansia
y tu nervio esencial que se desborda
como una cabellera sobre el agua.

Yo me estoy recobrando exactamente
en sus perfiles de ola coronada,
en su pliegue ordenado de ceniza
y mi ronca silueta se adelanta
hacia el día que erige su discordia
de girantes camelias empapadas
y su abstracto lamento y su horizonte
de lentas mariposas destrozadas.

Como trueno sonámbulo que hiere
las certidumbres hondas y dispersas,
como nube que vuelve del destierro
al país deshojado de la ausencia,
como relente seco y desmedido
que invade con su polvo las miradas,
su remota sustancia que regresa
a su ámbito, a su gota, a su distancia,
rompe los agujeros movedizos,
los desiertos de sal abandonada
y en túneles, caminos, procesiones,
se oye la invitación de su llegada.

Soporto su invasión, su brecha densa,
su trébol de resabio melodioso,
su atravesar de filos y campanas,
y en súbitos relojes sin reposo
su insistencia marina se acrecienta
y su inicial polémica conozco.

Presencia del amor; no era la muerte,
ni su lengua de azufre calcinada,
ni su horario siniestro repetido
en segundos, momentos, circunstancias,
ni su alarido de pasión suspenso,
ni su barco de sangre disparada:
era el amor de límite imposible,
de unánime expresión atormentada,
de nube sin contornos y de espejos
y mesetas de luna despoblada,
con su muda materia y sus acentos,
amor, amor, en número y palabra.