Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Raúl Henao

Raúl Henao es uno de los poetas más destacados del surrealismo en Colombia y América Latina. Nació en Cali en 1944 y desde muy joven se interesó por la literatura, el arte y la filosofía. Ha vivido en varios países como Venezuela, México y Estados Unidos, pero ha residido principalmente en Medellín, donde ha participado activamente en el Festival Internacional de Poesía y ha desarrollado una labor crítica y poética que lo ha enfrentado al oficialismo literario.

Su obra abarca más de una decena de libros de poesía, ensayo y antología, entre los que se encuentran Combate del Carnaval y la Cuaresma (1973), La Parte del León (1978), El Bebedor Nocturno (1978), El Dado Virgen (1980), Sol Negro (1989), El Partido del Diablo (1989), El Virrey de los Espejos (1996), La Vida a la Carta (1998), La Belleza del Diablo (1999), La Doble Estrella (2008) y El Loco (2011). Su poesía se caracteriza por una imaginación desbordante, un lenguaje lúdico y metafórico, una visión crítica y rebelde de la realidad y una búsqueda constante de la libertad y el asombro.

Raúl Henao también se ha destacado por su práctica del haikú, un género poético de origen japonés que consiste en un breve poema de tres versos que capta la esencia de un momento o una sensación. Henao ha publicado varios libros de haikús, como El Bebedor Nocturno, El Dado Virgen y La Vida a la Carta, y ha sido incluido en diversas antologías internacionales de este género. Su haikú refleja su pensamiento budista, emparentado con la Kabalah de occidente, y su sensibilidad para captar la belleza y el misterio de la naturaleza.

Raúl Henao ha recibido varios reconocimientos por su trayectoria poética, como el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1978, el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia en 1989 y el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá en 2011. Además, ha sido traducido a varios idiomas como el inglés, el francés, el alemán, el sueco, el portugués y el rumano. Su obra es una invitación a explorar las posibilidades infinitas del lenguaje y la imaginación, a cuestionar las convenciones sociales y culturales y a celebrar la vida con humor e intensidad.

Ensueño matinal

Soñaba con la bruja en la alberca
de nenúfares peinando sus verdes
cabellos al alba.

Bajo mis párpados la mañana
volvía a bordar la rosa del mundo
a su tela de música
Y escuchaba cantar un ruiseñor
en el alero de la ventana del sol.

Al despertar caía una cascada de agua
en mitad de mi habitación.

En voz alta

“Quemar no es contestar”
(Gerald De Nerval)

Aquella noche el viento llamaba a mi puerta
con nudillos de recién nacido

Sentía un vivo deseo de correr al trotecito

Me veía en el espejo relinchando como un caballo
al que se patea en los ijares.

En las calle miraba el rostro de la gente
caras vacías a las que el espectáculo
prestaba algunas de sus luces

Creía reconocer en ellas a personas que me habían
sido familiares hace mucho tiempo

A duras penas evitaba saltar al cuello
de quienes pasaban a mi lado

Vi caer un paracaidista disculpándose
con la mejor sonrisa

Una y otra vez preguntaba por la dirección
de mi casa olvidada bajo llave

Arrastraba los pies con exagerado amor propio
daba un paso y otro

De repente me encontré subiendo las gradas
de un inmenso estadio desierto
Hablaba en voz alta en voz alta.

El hambre

Mientras miraba fijamente las vueltas que daba un pollo
en el asador
Advertí que a pesar de poner todo empeño de mi parte
no podía cerrar la boca.

Afortunadamente había pasado desapercibido para las personas
Que a esa hora acostumbran pasearse
A lo largo de la calle.

Cuando tocado por la curiosidad alguien se detuvo
A mi lado y echó una ojeada

Luego con el aire del domador de circo que mete su cabeza
En la boca de un león, introdujo la suya en mi boca
Y volvió a sacarla al parecer sin ningún desperfecto.

Sólo en la expresión avergonzada de su rostro
Se adivinaba que acababa de perder la cabeza.

El azar de tus pasos

El azar de tus pasos por el que tomas
cada vez mis caminos

Cada vez que vuelves el rostro
hecho de un fino hilo de agua

Endulzas tus palabras guardadas
para los días de fiesta

Corteses como damas de compañía
en el mirador de un hotel

Cuyas escaleras mareadas jamás prestaron
su mano a otra boca más roja

Ramas con azulejos tus cejas
bajo las que corres
una armadura de cota de malla

He visto como olvidabas tus ojos
en la porcelana de sol:

Leche derramada en la mesa de noche

Pero nunca dejabas de preguntarle
a una rosa abandonada en tu escote

Parte de su encanto consiste en borrar
de tu mirada otro paisaje

Vueltas a encontrar tus horas
en un reloj de arena

La ceguera tiene salas para jurar
en vano que mientes

Si dices que despiertas para los que sólo
sueñan que despiertan.

Alborada

¿Es una fuente o una muchacha
desnuda
la que ese viejo alcornoquero
persigue en el descampado
del parque?

Un tribunal de helechos
parece agolparse
en la galería al aire libre
Mientras alrededor
del ruinoso estanque
Algún visitante ocasional
Cae en los hermosos brazos
de la bruja albina
siempre a horcajadas
de la ventisca mañanera.

Yo soy arrobado comedor de opio,
la sal en la taza de té.

El apagón

Los rojos San juaquines florecían
A mi paso

Arriba la nubes, blancas
Paredes
De mil pies de altura
Por las que me veía volar tosiendo
Como un aeroplano

En cambio, parecía que la gente a mi lado
Pataleaba sobre la cabeza de un calvo

Ponían mi emisora favorita

Y me encontré silbando las letras
De una canción.
Al oído de la encopetada dama
Que tomaba el té en mi compañía.

Fue entonces cuando corrió el rumor
De los apagones

Desde el salón miraba la negrura
De la calle cubierta de gigantescas
Hojas de periódico.

Alguien trepaba sobre mis espaldas
Y sobre las espaldas
Del que se trepaba a mis espaldas

El último en subir prendió una cerilla

…Usted, usted se fumó el sol
Me gritó desde las alturas.

Para Carlos Bedoya.

Damas de luto

La noche del sábado arrimaban a mi mesa
una botella de brandy y dos mujeres de luto.
Era muy negra, muy negra ese día mi estrella.
fuimos a un teatro de pacotilla
donde había la escalera a la luna de un pintor
que sacudió un tarro de pintura
en mi solapa.
El villano que paseaba en escena
las narices puestas en el escote
de las damas de luto,
me miraba a la salida
desde el espejo empañado de la taquilla.
Se hicieron gárgaras mis palabras de amor
y tomé el primer taxi a la vuelta del teatro,
mientras la luna escupía huesos de fruta a mi paso
y el viento en las esquinas, pasaba lista a la aurora.

El circo de los enamorados

Abril huye en traje de noche en el café del desvelo
Encaramados a las lunas de escaparate
Al escaño trastabillante del escenario nocturno
Los músicos de la orquesta
Llevan enchapes por bigotes
Flores de papel en el ojal
Pecheras almidonadas donde se estrellan
Botellas de champaña.
En ese frente desmantelado del sueño a la vigilia
Se toman por asalto los enamorados
Para desajustarse escotes y corbatas en público
Para desvestirse los senos encabritados
En las propias marmóreas narices del alba
Arribando con todas sus luces disparadas
Sobre la insomne clientela del amor
Arrumando las jaulas de un circo que parte
A la entrada del día.

La realidad y el deseo

La tarde arrastra una banda de música
Tras los faldones del viento.

Súbitamente delante de mi vista
Una alada pareja de baile
Persigue las notas otoñales
Del acordeonista solitario
Al fondo de la alameda

Un ciego trastabillante
Bajo la lluvia
Aparece en el parque dominical
Al paso que la estatua
De mármol de mi pensamiento
Pierde su última hoja de parra
Al avecinarse el anochecer.

Pasaje al desamor

En la percha de septiembre se abrigan
Las golondrinas del desamor.
Una mujer del signo de la balanza
Desaparece en la luz hiriente
De un espejo ilusorio
Tras abandonar
Su heráldica, nostálgica
Zapatilla de ballet,
En la sala de baile desierta.
Prosigue a solas el pianista del invierno
Su melodía cristalina, guirnalda de agua,
A la salida de un pasaje comercial de la ciudad.

El olvido

Cerca al desposeído al desamparado
El olvido pasea sus muertos
Insepultos entre la niebla
Cruza el sordo la calle
A brincos la sangre le hace señas
En el espejo de la mañana.
Y no hay un árbol a la redonda
Donde poner un nido de pájaros
Una sola nube donde acampar al sol.

El olvido pasea sus muertos insepultos
Cerca al desposeído al desamparado.
El sordo cruza la calle.
Entre la niebla acampan los pájaros
Porque no hay un sol donde poner una nube
Un árbol donde borrar
La sangre a cántaros de la madrugada.

Biografía del ángel

Burbuja la vida, pompa de jabón.
A mi cabecera duerme
Una botella de champaña.
Mi buena estrella
Se repone en el botiquín.
Perico ligero
revoloteo en el correo.
Las cartas chillan en mis bolsillos.
La madrugada escapa
De mi sombrero de copa.
Un corrillo de grillos
No acalla mis palabras.
Preguntan por mis alas de ángel en el bar.

Biografía del insociable

Arrastran los días al insociable en su marejada
De recetas ilegibles
Que le ponen letra a la miopía
Música al bostezo
O gárgaras a la mañana.

Y aunque se pasea en la sala
De espera del hábito
Sin cincha o bridas
Que le censuren los sueños,
al vino la embriaguez,
La cintura a la luna;
Le señala al tarjetero por todo oficio su vida
Página tras página un incendio la vida,
Una vida impagable, puntualmente su vida.

A través del espejo

Un agua viscosa corre por mis sueños.
Juego al cuerno o marfil en esos dados
que llaman las horas nocturnas
al convite del odio o el amor
donde transcurre la labor de vivir.
Corro tras Alicia en el espejo
arrastrando una banda de músicos
con trajes cortados en la tela
del porvenir.

Ese modisto viste de novia
el busto de la oscuridad

y ensombrece la corte del rey de oros
con los crespones de una falsa aurora.
La madrugada reúne alrededor de mi lámpara
esa ronda de mujeres-misterio
que cantan viejas canciones
en la madriguera de la ilusión
donde abanicas mi cuerpo huésped de mi risa.

Pensamiento del espejo

Me espía el espejo
el pensamiento:
Mi antagonista
Mi protagonista.

No veo que llevo
El rostro que veo.

Me esconde
La tinta el alfange
Las paredes la hora
El hábito al monje
El cerrojo la aurora.

El pensamiento
Emisario del miedo
Me pasa lo que me pesa
Me pesa lo que me pasa.

Los plagiarios

Que la ceguera los confine a correr tras el día
Al avecinarse la noche
A querer atrapar un pájaro
En la idea de una jaula
A mirarse al revés y al derecho en los espejos

Porque ¡Ay de los plagiarios! Jamás conseguirán
Ahogar a su alrededor el rumor del mar
O le hurtarán su fruto al árbol en flor.

La madrugada

En la jaula de la madrugada hay un pájaro cantor.
Se conciertan los caminos al sol
Al sueño alterna la vigilia a modo de réplica
No cojea sino el deseo tras las circunstancias
Tras el paisaje la realidad.

Se aparejan y desparejan las ventanas al viento
El pensamiento y las palabras, la arena y el tiempo.