Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Rossella Di Paolo

Las palabras de Rossella Di Paolo Ferrarini (nacida en Lima, 1960) trascienden los límites, explorando con profundidad la vida y las emociones a través de su poesía. Esta destacada poeta, profesora y escritora peruana, cuyo linaje italiano teje la riqueza de su identidad, ocupa un lugar destacado en la escena literaria como parte de la Generación del 80.

Di Paolo, hija de Milena Ferrarini y Ludovico Di Paolo, trazó su sendero literario a través de su educación en el Colegio Santa Úrsula y la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde se graduó en Humanidades con énfasis en Lingüística y Literatura. Sus primeras incursiones literarias se manifestaron en la revista Calandria, y posteriormente en el periodismo y la docencia, enriqueciendo el ámbito literario y educativo.

La pluma de Di Paolo se encuentra inmortalizada en una serie de poemarios que abren ventanas a la experiencia humana. Obras como «Prueba de galera», «Continuidad de los cuadros», «Piel alzada», «Tablillas de San Lázaro» y «La silla en el mar» han cincelado su camino en el mundo literario. Sus creaciones también han brillado en antologías y revistas literarias, permitiendo que su voz resuene en diversos rincones del mundo.

La crítica literaria ha aplaudido su destreza expresiva y su capacidad para comunicarse con el lector. Di Paolo teje imágenes y temas con maestría, cultivando una poesía que exige atención y resuena en lo más íntimo. Este compromiso con la excelencia literaria se ha visto reconocido con premios, incluido el prestigioso Premio Casa de la Literatura Peruana en 2020.

Rossella Di Paolo Ferrarini ha esculpido su nombre en el panorama literario peruano y más allá, explorando las emociones humanas y ofreciendo un bálsamo para el alma a través de sus versos cautivadores. Su contribución a la poesía contemporánea es un legado duradero que continúa inspirando y conmoviendo a lectores de todas las edades.

Limbo

Un día puse una piedra encima de tu nombre
y me dije: iré cantando hasta mi casa.
Y canté
como una loca sobre sus piernas fuertes
como río loco canté.
Hasta que el canto empezó a hacerse agüita rala
(ni para regar guisantes)
y entre paso y paso
se me fue perdiendo un pie.
No acierto a ver el tejado de mi casa ni el árbol
más alto
¿será que me dejé el corazón bajo la piedra?
¿mi tonto corazón junto a tu nombre?

Sé que ya no llegaré a mi casa.
Sé que tampoco puedo volver.

Cuadrivio

¿oyes ese ruido?
son ellos
ellos que no dejan de llegar interminables
por los cuatro costados
ojo descolgado babas el pie en el aire
y el ruido feroz que salta de sus manos
y los envuelve como fuego
puertas cerradas ventanas cerradas nadie en la calle
son la cohorte de los apestados los mendicantes
los que hacen sonar entre sus dedos
poemas de amor no atendido
tablillas de San Lázaro

S.O.S.

La luna cuelga sobre el mar
dura y redonda como el deseo.

La noche apenas alcanza para taparme un ojo
el otro tercamente abierto sobre el mar en calma,
pero otros vientos se encadenan
para pasar por el hueco de mi corazón
para tatuar en el agua signos que son tu nombre
formas que son tus brazos alrededor de esta caída.
Duele tanto el deseo.
No sé más pero tampoco sé menos que eso.
Cruzo y descruzo mis tibias en el puente
y en cada movimiento algo parte hacia lo oscuro
y en cada movimiento algo vuelve y eres tú
y no eres tú sino la rabia de no estar
aquí y a descubierto.
El timón cae por la borda, las velas se encogen como puños
y luego el miedo
a que no seas más que este océano
a que no seas más que este corazón que se cuenta historias
porque nadie te conoce y estoy hasta el cuello de ti
o más arriba
porque me hundo en tus aguas
dura y redonda como el deseo, como la luna,
como tiene que ser.

Amor de verdura

El rey tiene barbas amarillas como los choclos
y una risa apretujada como los choclos
y tiernas sábanas verdes como los choclos
ah, y a mí cómo me gusta, como los choclos, el rey.

Habla el Pequod

Oh las tantas maromas y dientes de cachalote
que me adornan en pie o grito de guerra
contra la bestia solo dientecitos de leche
y el castillo de proa, la popa,
el bauprés, el palo mayor
o las hinchadas velas
más valdría haber sido simplemente un ataúd
o no salir nunca del puerto
nunca talados los árboles que me hicieron
navegar
me importa un bledo
el aceite que mueve el mundo
vomito por la borda
por las vueltas
que da el mundo
ah si hubieran quedado
tantas manos en su sitio
desde el principio
al pairo, fijas
(como tu bello corazón:
bola de esparto
contra las vías de agua)
taponadas
cegadas manos
desde siempre quietas
vería yo aún pasando
en los bosques de Arrowhead
sin nombre, sin historia
dichosas, minúsculas, livianas mariposas
sobre mí
y no estos buitres de vinagre,
pululantes, insaciables olas…

Loca de basural

Soy la loca que revuelve en la basura
y estoy aquí gritando tu nombre
tu nombre que aviento contra latas descartadas
(yo la descartada) y que revienta y me salpica
porque soy la loca que tú sabes
acaba de llevarse una botella al ojo
y te observa arriba entre las moscas
la loca bien trajeada con sus cáscaras
de naranja al cuello y gritando
que el sol es verde y pica
como pulga, como las mil pulgas
y qué rico es rascarse y hasta que vengas
con tus manos de policía a ordenarme la cabeza
a revisarme por todas partes como Dios manda
y a seguir el ritmo suelto del tornillo
que me está bailando
como un trompo aterrado
como un trompo.

Vietato

Cierro puertas
y ventanas
de mi casa
como un puño
en mitad
de la calle
mi casa cerrada
mi boca cerrada
nadie sabrá
que estuviste aquí
desordenando
los papeles de mi mesa
los dedos de mi mano
mi corazón
ya por fin cerrado.

Profesora de lengua y literatura —Ex

Sepan que estoy viviendo, nubes,
sepan que canto

Javier Sologuren

Nunca más pararme frente a la pizarra —ecce femina—
con un cucharón
para meter en los platos vacíos de sus cabezas
el engrudo homérico, la berenjena eglógica
el acento esdrújulo y miserable, ni más
tizas de colores, salsas de tomate,
para abrirles las bocas
ojalá el entendimiento.
Ya no la tarjeta en la tostadora horaria
saltando con su tardanza al rojo vivo
ni exámenes para probar cuánto resisten
mis nalgas en el pupitre y cuántas tildes
puede gotear un cárdeno Faber Castell 031.
Se acabó la clase, la ilusión de mango,
todos al recreo, yo al recreo (pero sin vuelta)
al recreo de desclavarme de la pizarra
y saltar por la escalera al fin resucitada.
Último día, las rejas se levantan,
y en este valle ameno
nubes, sepan que canto
sepan que canto, bestias.