Poetas

Poesía de Bolivia

Poemas de Yolanda Bedregal

Yolanda Bedregal de Cónitzer, conocida como Yolanda de Bolivia, fue una destacada poeta y novelista boliviana nacida el 21 de septiembre de 1913 en La Paz. Su talento literario se forjó en el seno de una familia con una fuerte tradición intelectual; su padre, Juan Francisco Bedregal, fue un reconocido escritor y catedrático que influyó en su amor por las letras.

Tras completar sus estudios primarios en una escuela pública, Yolanda concluyó su bachillerato en el prestigioso Instituto Americano de La Paz. Luego, prosiguió sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de la misma ciudad y recibió una beca para estudiar estética en la Universidad de Columbia en Nueva York, enriqueciendo su perspectiva artística y cultural.

A su regreso a Bolivia, Yolanda Bedregal se dedicó a la enseñanza en diversas instituciones, como el Conservatorio de Música, la Escuela Superior de Bellas Artes y la Universidad Mayor de San Andrés. Además, trabajó en el Consejo Nacional de Cultura y en la Municipalidad de La Paz, donde desempeñó el cargo de Oficial Mayor de Cultura.

La labor de Yolanda no se limitó a la docencia y la literatura, también fue una figura importante en el ámbito cultural de Bolivia. Fue presidenta y fundadora de la Unión Nacional de Poetas y del Comité de Literatura Infantil, y desempeñó roles destacados en institutos binacionales y organismos culturales de su país. Su pasión y compromiso con la literatura y la cultura la llevaron a ser miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua, así como correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Argentina de Letras.

Además de su destacada labor como escritora, Yolanda Bedregal fue embajadora de Bolivia en España y representó a su país en diversos congresos internacionales. Su obra literaria abarcó cerca de 20 libros, que incluyeron poesía, narrativa y antologías. Algunas de sus poesías fueron realizadas en colaboración con su esposo, el alemán Gert Cónitzer, quien también tradujo al alemán todos los versos de su compañera.

Entre sus obras más reconocidas se encuentra su primera novela, «Bajo el Oscuro Sol» (1971), que le valió el Premio Nacional de Novela «Erich Guttentag».

La trascendencia de Yolanda Bedregal en el panorama literario boliviano fue tan relevante que el Estado boliviano instituyó el Premio Nacional de Poesía «Yolanda Bedregal» en su honor, como un reconocimiento a su legado y su impacto en la cultura del país.

En cuanto a su obra lírica, podemos distinguir tres etapas en su producción. En la primera etapa, se destacan sus poemas explícitos y objetivos que exploran sentimientos universales en un lenguaje claro y preciso, como se evidencia en «Naufragio» (1936). En la segunda etapa, Yolanda se dejó seducir por el simbolismo, como se ve en «Poemar» (1937) y «Ecos» (1940), este último en colaboración con su esposo Gert Cónitzer. Finalmente, en su tercera etapa, se adentró en una dimensión «religiosa» en la que la soledad y un destino oscuro se manifiestan en sus obras, como se aprecia en «Nadir» (1950), considerada una de sus obras maestras.

La figura de Yolanda Bedregal se erige como un símbolo de la poesía boliviana, su legado perdura a través de sus obras y su influencia en la literatura del país. Su dedicación y pasión por las letras dejaron una huella imborrable en la cultura boliviana, y su memoria es honrada año tras año a través del premio que lleva su nombre, que sigue inspirando a nuevas generaciones de escritores.

Salada savia

Padre mío, el invierno -espada de tu muerte-
sus varillas de hielo sobre mi pecho inclina.
Crujen las hojas secas en desolada sombra
al filo del minuto que te arrancó a la luz.

Ya no hablaremos nunca del verdeciente pino
aunque giren los meses hacia la primavera;
yo veré conmovida hundirse contra el cielo
la erguida copa oscura, y ya estarán tus ojos
perennemente mudos en el carbón azul.

Se esponjarán los días, descenderán las noches
hacia asoladas playas del Siempre y del Después,
mas la salada savia del amor está herida
al filo el minuto que te quitó de mí.

Contigo platicamos del trino y la gavilla,
del papel y el amigo, la reja y la parábola,
del agridulce zumo en el cristal humano.
Fraternales rondaban por tu voz de maestro
San Francisco de Asís, Don Quijote y Jesús.

Padre mío, en las horas del hogar apacible
devanamos la lana del cotidiano afán;
y siempre tu sonrisa tendía el hilo de oro
que bendecía el agua y suavizaba el pan.
Presagio de ventura, flotaban nuestros nombres
con halo de alegría si los decías tú.
Hoy me duele hasta el nombre que tú ya no pronuncias
y me pesan las manos tendidas hacia ti.

Tus ojos amparaban la senda de mi verso.
Mi infancia en tus rodillas todavía mecía
la muñeca de trapo que el tiempo sepultó.
Ahora me llueven años por cada hora que faltas.

Nuestro pino ha llorado hasta su último espino.
Aúlla la madera de su sillón vacío;
los platos en la mesa tienen sonido a roto;
las pisadas resuenas indagando algún eco.

Esta salada savia del amor se hace niebla
al filo del minuto que te llevó a la luz.

Al hombre sin nombre la mujer eterna

Me llegaré al altar del hombre
en ofrenda de huída y rebeldía.

Hombre de ahora y de siempre,
abre tu mano a recibirme
y levántame al cielo como una hostia
aunque soy sólo pétalo de lágrima.

Hombre nuevo y eterno,
escúchame.
Sobre tu pecho roto
llamo y clamo.

Mi palabra golpea
-obsesionante ala obsesionada-
contra las sienes.

Mi palabra del grito
te taladra la frente,
sangre de luz de la herida
bautizará por un instante,
hombre frágil,
a la mujer eterna.

Eterna como el sueño fugaz.

Yo te miro sin ojos desde siempre.
tú me llevas en ti desde que existes.
Si antes no lo sabías,
ahora
ya no lo puedes olvidar.

Yo he crecido en el mar
sobre una ola que se alargó
para volverse tallo.
En ese tallo de agua limpia
he subido a mirar a los ojos de Dios.

Ahora me inclina un hálito a tu mano,
y estoy en ti como la mujer muerta
por la que todos los hombres han llorado.

Tú también has llorado
por tu hija, por tu madre,
por la mujer eterna de cuya muerte vives.

Ya no lo puedes olvidar.

Cuando tus ojos caminen en la sombra,
sentirás todavía por el cuerpo
una dulzura amarga y tibia:
beso en las palmas juntas
y una paloma que huye de tus dedos.

Con mi cara de piedra
yo estoy en la otra orilla.

Existo para ti en este momento;
y para mí no existo
porque soy más que eterna en cinco letras.

En el altar de Hombre fuerte como la vida,
hombre de hierro y hielo,
metal, sangre y espíritu,
cae la ofrenda íntegra
de la mujer lejana.

Mujer de canto y llanto
eterna como el sueño.

Canción de la esperanza

Canción de la esperanza
en el camino inútil
de mi vida, tus manos
cruzan como dos alas
cargadas de ternura

Elegía humilde

Un auto ha arrollado a la vieja sirvienta
¡La pisó como una hoja!
Era una flor del campo, toronjil, yerbabuena.

En la casa hubo duelo
por su muerte de plata.

Esta mujer oscura de noble cepa aymara
endulzaba la vida de seres y de cosas.

Llena está nuestra infancia de su imagen
de Mamita Copacabana;
debajo de su manta de castilla
siempre traía la sorpresa
de frutas, empanadas o juguetes.

¡Ay dulce abuela nuestra
de las macetas y del canario!

Tendida en su mortaja,
con unción le besamos las santas manos toscas
quietas por fin del cotidiano afán.
Parecían avergonzadas del reposo;
dos angelitos blancos bajaron a cubrirlas.

Su nombre era Mama-Usta, y nada más.
Las hadas humildes sólo tienen un nombre
pero es varita mágica de gracia y bendición.

De la mano llevaba a mi padre a la misa;
la conocieron los abuelos y bisabuelos.
Era lazo entre el ahora y lo perdido.

Todo lo daba, todo, su bondad y su alegría,
el cobre de la dádiva, el óleo del consuelo.

Cual sombra milagrosa
colmaba de manjares la olla de cada día,
y con agua y con sol daba celajes
a los visillos y manteles.
Ella prendía el fuego del hogar.

Un auto la ha matado. ¡Ay, Dios mío!
Su frente estaba herida
y su cuerpo, nunca tocado,
salpicado de barro.

Cuando llegaba al cielo,
con un solo zapato, la falda desgarrada
un coro de jilgueros le cantaba aleluyas.

Con humilde inocencia, debió de imaginar
que era fiesta pascual para nosotros.
-¿Como para ella el aleluya?
¿Como para ella nuestro llanto?-

Sencilla y limpia entró en la gloria
cuidando todavía la canasta
para la cena de hoy.

Nuestra Mama Usta ha muerto.

¡Ay canario, ay macetas, patio y agua!

Holocausto

Oh Cristo, yo quisiera de tu augusta cabeza
desclavar los espinos; endulzar tu martirio;
darte mi adolescencia como incienso en delirio;
alabándose en salmos, restañar tu tristeza.

Te volcaría en mi alma con la dulce certeza
de corporal expolio a cabezal de lirio.
Me inmolaría entera como ala sobre cirio.

El humo, en holocausto de mi cuerpo ofrendado
empapada en perfume la esponja de la hiel
y, unida entre llaga, mi vida en tu costado.

La culpa redimida y el mundo sin pecado
a la ultima palabra de Dios crucificado,
urgiría con rosa de amor tu humana piel.

Juan Gert

Mi sueño se hizo dulcemente cal.
La bóveda perfecta de tu cráneo
enclavada en la mariposa de mis huesos
es frágil tulipán
coronando las alas abiertas de la pelvis.

Sacas el molde al mundo
en mi cintura breve;
recogido y devoto como un rezo,
hilas con mi sangre el Universo,
hijo mío.
Creces dentro de mí
como en vaso ritual.

Por ti conozco
la humildad de ser la tierra fértil,
por ti el orgullo del vital milagro;
por ti soy urna bíblica,
por ti soy comunión y penitencia.

Por ti la muerte en su medalla acuna
perfil de piedra en querubín de niebla.
El vivo tulipán de tu cabeza
saca de nuevo el molde al Universo.

Nacimiento

Ultimo día del invierno y primero de la primavera.
Ultimo día de la tibia tiniebla de la entraña
para entrar en la fría luz del mundo.

Yo estaría madura de la sombra, de la nada,
del amor: madura de la carne en que crecía.
Y asomo mi cabeza con un grito:
flor de sangrante herida
cúspide lúcida del dolor mas hondo
jubiloso momento de tragedia!

Mi madre habrá tenido sus ojos, lacrimosa,
a la semilla de las cruces.

Nadie pensaba entonces que relojes
de cuarzo o girasol la esperarían.

Al vórtice de esta hora, cuantos muertos
habrá resucitado en el vagido
que tenia la alcoba de luz verde.

Yo habría de cumplir cuantos designios,
tendría que repetir la mascara de algún antepasado
quién sabe la ponzoña de su alma, o su nobleza;
realizar sus venganzas, restañar sus fracasos.

Venir de la resaca de unos seres lejanos
que se amaron un día
que se encadenaron con la vida
ser argolla mas de esa condena.

Saber que somos frutos de un punto de alegría
y ese germen, ¡Dios mío!
desde qué grietas sube, de qué simas?

De la tibia tiniebla a la luz fría
hendiendo vida y muerte
la frágil levadura su eternidad mordida.

Rebelión

Miraba yo la pampa inmensa soñando con el mar.
Miraba yo la pampa tensa, tan alta, tan serena,
tocando con el cielo su frente de cristal;
un acorde de grises y violetas su manto,
que altura en la belleza!
que altura en la belleza!
que majestad estática en el día altiplánico!

De pronto un niño llora.
Entre la paja brava, con su ponchito viejo
llora un niño. Por que?
Quien sabe…

El indio aymará se lleva el grito en su raza,
y su clamor innato
desgarra la serena nobleza del paisaje.

Un niño, un llanto humano es una herida abierta
que ensangrienta este mundo.
Tiemblan y se estremecen los monolitos míticos:
se rompen y entreveran los caminos de paz.
Hay maldad en la tierra.
Arde lo que era de hielo.

Las palabras suaves se crispan en los puños
desafiando al relámpago.
Corro sobre la pampa desaforadamente;
me quema el corazón como una brasa.
Hay maldad en la tierra, hay injusticia.

Quizás mas lejos halle la bandera que busco.
Quiero la gleba abierta con sus labios de surcos
como un libro de música.
Quiero que se calme este llanto de niño
que es llanto del mundo.

Resaca

Cuando ya la resaca deje mi alma en la playa,
y del arco agobiado de mi espalda se vaya
el ala cercenada, cual vela desafiante,
en cicatriz y estela prolongará el instante.

Quedarán vigilando, símbolo intrascendente,
dos pobres ojos pródigos y una mendiga frente.
¡Catacumba de agua, amor! ¡No me conoces!
Ni nadie nos conoce. Sólo hay fugaces roces,
desencuentros, en la prieta mudez de encrucijadas.

Expían su demora presencias nunca halladas.
No son cruz ya los brazos ni altar para holocausto
de salvajes ternuras. Con su claror exhausto,
un sol desalentado ahonda los abismos.
Somos polvo y lucero, todo en nosotros mismos.
Para esta elemental ceniza taciturna
sea la inmensa lágrima del Mar celeste urna.

Tus manos

Canción de la esperanza
en el camino inútil
de mi vida, tus manos
cruzan como dos alas
cargadas de ternura.