Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Chanito Isidrón

Cipriano Justino Isidrón Torres, conocido en el mundo artístico como Chanito Isidrón, nació el 26 de septiembre de 1903 en Calabazar de Sagua, una localidad de la Provincia de Villa Clara, Cuba. Sus padres, originarios de las Islas Canarias, le dieron vida en un hogar con seis hermanos y una hermana, marcando el inicio de una vida destinada a la poesía y la música.

Desde temprana edad, a la tierna edad de seis u ocho años, Chanito Isidrón demostró su talento poético, participando en festivales y celebraciones en su barrio, donde sus improvisaciones comenzaron a ganar admiradores. A medida que crecía, su capacidad para cantar décimas humorísticas y dramáticas llamó la atención de cantadores destacados de la época.

Desafortunadamente, la pobreza de su familia le impidió continuar sus estudios más allá del tercer grado de primaria, llevándolo a trabajar en labores agrícolas. Sin embargo, un trágico accidente que le costó un dedo de una mano lo obligó a abandonar el trabajo rural y lo condujo a una nueva dirección en su vida.

En 1931, Chanito Isidrón se convirtió en un músico ambulante, viajando por diferentes pueblos de Cuba y tocando su guitarra para entretener a la gente. Su talento y carisma lo distinguieron entre otros poetas y músicos, ganando gran popularidad y cariño de la audiencia, quienes cariñosamente lo bautizaron como «Chanito».

En 1936, incursionó en la radio de Santa Clara, llevando su folclore musical y sus décimas al público campesino. Su éxito continuó creciendo, y algunas de sus décimas más notables, como «Amores Montaraces» y «Arturo y Magdalena», fueron aclamadas por la audiencia.

Establecido en La Habana en 1941, Chanito Isidrón continuó su camino hacia el estrellato. Participó en varios programas de radio, incluyendo «Buscando al príncipe del punto cubano» y «Dímelo cantando». La emisora Radio Cadena Azul lo contrató para escribir y cantar novelas campesinas en décimas, lo que le valió aún más reconocimiento y admiración.

A lo largo de su carrera, Chanito Isidrón también aprovechó su talento para expresar la crítica social del momento, participando en programas como «El Guateque de Apolonio» y «Como piensan los cubanos».

A pesar de jubilarse en 1962, Chanito siguió participando en programas campesinos, manteniendo viva su pasión por la música y la poesía hasta el final de sus días. Su legado poético se vio coronado con la saga – biográfica y poética – «Manuel García, Rey de los Campos de Cuba», una obra basada en la vida del famoso bandolero Manuel García Ponce.

El «Rey del Punto Cubano» falleció el 23 de febrero de 1987 en La Habana, pero su memoria y su influencia perduran en la cultura cubana y en el corazón de quienes disfrutan de su arte y su talento innato para las décimas.

COSAS DE UN GUAJIRO QUE ESTUVO EN LA HABANA

Yo fui a un baile de copete,
a un gran casino habanero
y llevaba mi dinero
en la vaina del machete.
Se formaba el gran sainete
cada vez que iba a «jalar»
el machete «pa» sacar
mi plata tan bien guardada,
que ya por la madrugada
no me dejaban pagar.

Por un drenaje biliar
fui a una clínica a La Habana
y por cierto esa mañana
no podía desayunar.
El doctor me hizo tragar
una manguera «apurao»
y yo le dije «asustao»:
«Doctor, me la siento atrás,
y si empuja un poco más
sale por el otro “lao”.»

Hallé un fotógrafo un día
con su aparato completo
que abajo de un trapo prieto
a retratar se metía.
Yo iba con la suegra mía,
se llamaba Esther Consuegra,
que iba con su saya negra
y el fotógrafo enfocó
y «equivocao» se metió
en la saya de mi suegra.

Vi en La Habana a una criatura
flaquita, que por relleno
se colocaba en el seno
dos chirimoyas maduras.
Luego allá en Monte y Figuras
fuimos a un baile de son
y en el primer apretón
que hube de darle bailando
los dos salimos regando
champola por el salón.

Yo llevé un gato a La Habana
criado en piso de tierra
que abre un huequito y entierra
todo lo que le da gana.
En el hotel, de mañana,
se puso el gato a escarbar
y le dije: «Si al llegar
no buscaste una barreta
el tesoro en la maleta
vas a tener que guardar».

En el parque de Colón
me monté en un carro loco,
y aquella noche por poco
me cortan la digestión.
El maldito socollón
me bailó como un muñeco
pero cuando encontré un hueco
salí gritando, «azorao»:
«¡Otro día, ni “amarrao”
me monto en ese tareco!»

Del corazón se enfermó*
mi mujer, allá en La Habana,
y el médico una mañana
a registrarla empezó.
El vestido le quitó,
saya, blúmer y refajo,
y yo al ver ese relajo
le dije: «No me conviene,
qué va, mi mujer no tiene
el corazón tan abajo».

*

Todo el que a casarse va
porque necesita abrigo
siempre encuentra a un buen amigo
que un mal consejo le da.
Yo no sé por qué será
que el hombre que se ha casado,
cuando mira a otro embullado
que busca su misma base,
le dice que no se case,
que ese es un paso mal dado.

Sabe el hombre la misión
amarga del que se casa,
pero cuando ve la masa
se le alegra el corazón.
Eso es igual que el ratón:
ve que otro ratón cualquiera
cae en la trampa y quisiera
huir del triste destino
pero el olor del tocino
lo lleva a la ratonera.

Yo también había jurado
cuando joven, no casarme,
para luego no encontrarme
pobre, hambriento y remendado.
Luego aquí por el Vedado
me enamoré de Pilar,
y esa sí me ha hecho rabiar
y maldecir mi destino,
porque me enseña el tocino
y no me deja llegar.

Miren, Manuel el Gallego
se casó con Rosalía,
que allí si es verdad que había
tocino hasta para luego.
Manuel quiso entrarle, ciego,
pero ella, que es algo cruel,
anda con Juan y Miguel
y con todo el que se asome,
y ahora todo el mundo come
tocino, menos Manuel.

FABIAN

Casa de campo dotada
de lujo y comodidad,
donde la felicidad
se tiene como alquilada.
La familia acomodada
de don Juán el patrono,
vive allí como en un trono
de esplendor extraordinario;
él es rico propietario,
es hacendado y colono.

Su esposa y sus hijas son
piezas de una misma hechura:
tres cuerpos de seda pura
y de piedra el corazón.
Divulgar su religión
es lo que les entretiene,
y la Biblia les mantiene
sus corazones contentos,
aunque de los mandamientos
cumplen lo que les conviene.

Con su pose adinerada
hoy vemos a don Julián
dándole al negro Fabián
clases de Historia Sagrada:
Mira, negro, no me agrada
que sigas siendo un ateo;
pon atención, que deseo
verte aprender con cuidado
todo este libro sagrado
que como hermano te leo.

Entonces, con sutileza,
se acercó el viejo africano
con un sombrero en la mano
y un pañuelo en la cabeza.
Mira, Fabián aquí empieza
la lección interrumpida,
la que antes de la comida
repasábamos, Fabián:
pasajes de Eva y Adán,
los que nos dieron la vida.

De Eva y Adán eres hijo
lo mismo que lo soy yo:
esa pareja pobló
el mundo que es tan prolijo.
Y no mintió el que te dijo
que nuestros padres, Fabián
son ésos: Eva y Adán
y aunque tú eres africano,
ante Dios eres mi hermano
y ante Dios te alabarán.

Entonces movió las manos
y dijo el negro Fabián:
¿Quiere decir, don Julián
que usté y yo somos hermanos?
¿Que no hay padres africanos,
cubano, españó ni inglé?
Dígame entonces por qué
usté calza buenas botas
y yo, con las carnes rotas
tengo podrío lo pie?

Yo vivo en la choza fria
que se cala como un jibe,
y usté, que es mi hermano, vive
en casa de mampostería
¿Dónde tá la herencia mía
de Adán cuando se fue al cielo?
Usté tá viviendo al pelo,
bien comío y abrigao,
y yo con hambre, ripiao,
y con lo pie por el suelo.

No, Fabián la evolución
del mundo ha sido muy grande,
y no hay razón que demande
igualdad de posición.
El Dios de la creación
que hizo a nuestro padre Adán
puso su mayor afán
en que haya grandes y chicos,
unos pobres y otros ricos:
así es el mundo, Fabián.

Bueno, tá bien, don Julián
esto usté me lo perdona:
¿el perro de la patrona
también es hijo de Adán?
Pos yo veo que le dan
bistec­filete y congrí
y si perro come así
de lo que a mi me negaron,
¡jum!, a ese hermano dejaron
mejor herencia que a mí.

Don Julián se vio cogido
por la lógica que pesa
y tiró sobre la mesa
el libro descolorido.
Fabián siguió­ No he querido
señalarlo con el deo,
pero callarme no pueo,
don Julián y le soy franco:
¡ese libro lo hizo un blanco
`pa meterle al negro mieo.

Chácaras y Tambores de Guadá

Un campo maravilloso
lindo sol que reverbera
sublime brisa campera
cielo azul y suelo hermoso
un valle verde y gracioso
una montaña intrincada
una límpida cañada
y una espléndida vivienda
toda esta es la gran hacienda
de don Patricio Moncada.

Tiene el viejo don Patricio
una posición que encanta
lugar donde se levanta
un señorial edificio.
Enemigo del bullicio
huyó de la sociedad
y en aquella soledad
cómodamente albergado
cuidaba de su ganado
y de su gran propiedad.

Además de poseer
un Packard negro cerrado
montar su potro dorado
constituye su placer
en el que suele correr
detrás de la vaquería
…………………………

Así comienza la historia de Manuel García
contada por Isidrón:

De los pueblos matanceros
‘El estanque de Alacranes’
recuerda siempre a los manes
de sus mártires primeros.
Muchos canarios vegueros
allí llegaron un día
y la tierra labrantía
convirtieron en vergel
junto a doña Isabel
Ponce y Vicente García.

Esos esposos isleños
quisieron tener un chico
y les nace Vicentico
premio inicial de sus sueños.
Son tiempos más risueños
para el matrimonio aquel
y luego a doña Isabel
el año cincuenta y uno
le nace un nuevo montuno

al que le ponen Manuel.

Manuel es niño robusto
de rostro muy agradable
…………………………………

Mi 75 aniversario

Ya inició el último cuarto
de siglo de haber nacido
y mi madre haber sufrido
el ¡ay! del último parto.
Si lo olvido reparto
en etapas prudenciales
son tres las más esenciales,
y la final será ésta
que coronará mi testa
con las nieves invernales.

Y yo, Cipriano Isidrón
-quizás si mi nombre asombre,
porque quien me puso el nombre
no me tuvo compasión.
Pero hay una explicación
por muchos desconocida
y es que mi madre querida
que se llamaba Cipriana,
años cumplió la mañana
en que me trajo a la vida.

Por esa causa al chiquito
denominaron Cipriano;
el Cipriano bajó a Chano
y Chano vino a Chanito.
Muchas manos han escrito:
“Señores Chano y Sidrón”,
figurándose que son
dos, como Diana y Apolo,
sin saber que es uno solo
largo, flaco y narizón.

Y no me equivoco. Ya estoy
en el momento supremo
de la vida y no le temo
si el último tumbo doy.
¿La tumba me llama? Voy
con mi modesto equipaje
a realizar ese viaje
de precisión absoluta
y con la hoja de ruta
en el bolsillo del traje.