Poetas

Poesía de México

Poemas de Elías Nandino

Elías Nandino Vallarta (1900-1993), destacado poeta mexicano, personifica la fusión excepcional entre la medicina y la poesía desde sus comienzos en Cocula, Jalisco. Tras graduarse en la Escuela de Medicina de la Universidad Autónoma de México en 1930, ejerció como cirujano en el Hospital Juárez y diversas instituciones. Su incursión en el ámbito literario se inició con la revista «Allis Vivere«, cofundada con su amigo Roberto Rivera, estableciendo vínculos con Salvador Novo y Xavier Villaurrutia.

Inmerso en los movimientos literarios de la época, Nandino transitó desde el modernismo hasta los Contemporáneos, destacando su amistad con Villaurrutia y José Gorostiza. Su poesía inicial, influenciada por las noches de guardia y la exploración del dolor y la muerte, evolucionó hacia una etapa de madurez donde abordó temas más sencillos y profundos, anclándose en lo humano y la conexión entre el cuerpo y la naturaleza.

En la década de 1950, Nandino dirigió la prestigiosa revista literaria «Estaciones«, promoviendo a poetas emergentes. Además, fue director de los «Cuadernos de Bellas Artes«, donde continuó apoyando a nuevas voces. Su última etapa poética se caracterizó por un cambio radical hacia el erotismo y la metafísica, desafiando convenciones y siendo aclamado como el valiente explorador de lo no explorado.

A lo largo de su vida, Nandino recibió numerosos reconocimientos, incluyendo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Premio Nacional de Literatura. Su legado se cristaliza en una obra vasta y diversa, desde «Espiral» (1928) hasta «Banquete Íntimo» (1993). Su constante impulso a la poesía juvenil llevó a la creación del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino en 1975. Su contribución a la poesía y su dedicación a las letras mexicanas lo posicionan como una figura esencial en la rica tradición literaria de México.

Nocturno

Cada mañana, al despertar, resucitamos;
porque al dormir morimos unas horas
en que, libres del cuerpo, recobramos
la vida espiritual que antes tuvimos
cuando aún no habitábamos la carne
que ahora nos define y nos limita,
y éramos, sin ser, misterio puro
en el ritmo total del Universo.

Porque al dormir morimos sin saberlo;
nos vamos al espacio en ágil vuelo
sin perder la unidad que nos integra,
y somos como somos: idénticos, sin cambio,
extensos y desnudos
como el azul en el temblor del aire.
No extrañamos el cuerpo; no sufrimos
la ausencia de la piel que nos cobija;
somos como antes de nacer: etéreos,
vivos en plenitud de firmamento
y penetrantes como luz en sombras.

Y nadie, cuando duerme, acaso piense
que yace en los dominios de la muerte:
porque el cansancio, apenas agonía,
nos borra la razón,
desciende con ternura nuestros párpados,
apaga nuestros ojos,
anestesia la carne y nos separa de ella
para dejarnos vivos en el sueño.

Y esta costumbre de morir a diario,
sin dolor, sin sorpresa,
natural como el agua
que se deja atraer por el declive,
no nos deja pensar que es una muerte
cada vez que dormimos,
y que, de cada muerte transitoria,
aprende nuestro ser
la verdad de morir su muerte eterna.

Mi primer amor

El azul es el verde que aleja
-verde color que mi trigal tenía-;
azul… de un verde, preso en lejanía,
del que apenas su huella se despeja.

Celeste inmensidad, donde mi queja
tiende su mudo velo noche y día,
para buscar el verde que tenía,
verde en azul… allá donde se aleja…

Mi angustia, en horizonte liberada,
entreabre la infinita transparencia
para traer mi verde a la mirada.

Y en el azul que esconde la evidencia:
yo descubro tu faz inolvidada
y sufro la presencia de tu ausencia.

Confesión

El poema íntimo,
el que no escribo:
solo
lo cohabito contigo.

Milagro

Con mis labios valoro tu presencia
ungida en sombra -oscurecido vino-
siguiendo el suave litoral marino
de la medrosa flor de tu inocencia.

El tacto, al deletrear tu adolescencia,
percibe la belleza del camino,
que aumente mi pasión y yo me obstino
en ganarme el azúcar de tu anuencia.

Labios y tacto en atrevido nudo
cruzan la noche de tu piel de lumbre
grabándote el sabor de lo ignorado.

Y atado al goce de tu amor desnudo,
vivo el instante de la certidumbre
de haber construído tu primer pecado.

Tardío aprendizaje

Para soportar
estos años aciagos,
amargos,
de apretado silencio
en soledad sin muros,
he tenido que aprender
a platicar a solas,
a sufrir sin queja,
a llorar sin llanto
y a crearme,
en las quemantes noches
de los insomnios vagabundos,
la dócil compañía
de mi almohada,
haciéndola que duerma entre mis muslos.

Vivo y me desvivo

¡Longevidad maldita!
¿por qué si soy ceniza
mi cerebro está en brama
y mi lujuria cunde
hasta las marchitas zonas
de mi carne aniquilada?

¡Longevidad maldita!
llamarada helada,
tantálico averno
de concupiscencia rezagada.

Toda belleza humana
aún me despierta la esperanza
de gozarla
y vivo y me desvivo
eyaculando,
sólo orgasmos de lágrimas.

Verdad bronca

Entre tus piernas
y las mías
hay un axioma
que no admite teorías.

Aventura

No sé cómo viniste hasta mis manos
a llenar las tinieblas de mi lecho,
y a juntar tus encantos con mi pecho
realizando las horas que gozamos.

Aventura perfecta que libamos
en un secreto, bajo el mismo lecho,
hasta llegar al goce satisfecho
y sin saber por qué nos encontramos.

Vibración de contacto sin historia;
un recuenrdo grabado en la memoria
ignorando con quién fue compartido;

porque llegaste al beso de la noche
calmaste mi pasión con tu derroche
y te fuiste dejándome dormido.