Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Santiago Mutis

Santiago Mutis Durán (Bogotá, 1951) emerge como un destacado poeta colombiano, ensayista, editor y crítico de arte. Fundador y director visionario de las revistas Gradiva y Conversaciones desde La Soledad, ha desplegado una labor crítica amplia, cautivando la esencia de la poesía y el arte contemporáneos. Su pluma, hábil y poética, conjuga la cultura literaria con la cotidianidad, la erudición con la vivencia, en un lenguaje a veces conversacional, irónico y prosaico, pero rebosante de imágenes seductoras y riqueza expresiva.

Mutis Durán, además de ser un maestro en la maestría de artes plásticas de la Universidad Nacional de Colombia, ha dejado una huella imborrable como editor. Su talento compilador se refleja en obras que rescatan la esencia de poetas como José Asunción Silva, Aurelio Arturo, José Antonio Osorio Lizarazo y Álvaro Mutis. Fundador de la revista Gaceta del Instituto Colombiano de Cultura y exdirector de publicaciones de la Universidad Nacional, su influencia abarca los confines literarios y académicos.

Entre sus obras, destacan «La novia enamorada del cielo» (1981), «Soñadores de pájaros» (1987), y «Dicen de ti» (2003). Mutis Durán, en su poesía, otorga vida interior a lo invisible, lo inaprensible, revelando un animismo que trasciende las palabras. Según el poeta Juan Manuel Roca, su obra es una exaltación de lo oculto, lo que escapa a nuestra mirada, una propuesta poética que encuentra resonancia en su mirada crítica de la plástica colombiana.

Santiago Mutis Durán, con su capacidad única para fusionar poesía y crítica, se erige como un faro en el panorama literario colombiano, revelando la belleza tanto en la palabra escrita como en la pintura, trascendiendo límites y conectando dimensiones artísticas con maestría.

El bosque blanco

Un alma empañada de júbilo
Un alba de cenizas llorando
sobre sus pechos desnudos
El afán de las desdichas
La esperanza, algo, brillando en el aire
El olor del campo
Poleas y cuerdas en el bosque de los campanarios
El canto de maderas, el fuego, las flores
Las hojas cubriendo los senderos
El agua de acequias como espejos
La fraternidad
La vigilia
El esplendor de las lámparas
Las fugaces sombras
El bosque blanco de los días
Las guirnaldas…

Todo es incienso

Las ceremonias de la sangre

Una lacerante rabia ilumina
como fiebre mis días primeros
Una recua imbécil de maestros
despedazó mi infancia
Su negligencia quemando la terrible pureza
a su alrededor, devastando la plegaria
Días inocentes, como calles
sembradas de escuelas antros carnicerías
Vidas desfiguradas
a las puertas del Paraíso
de cada día
Si Dios supiera lo que han hecho
y lo que han dejado de hacer
Si Dios supiera cómo callan
No los alumbra el miedo
ni les canta
la luz
brotando
de los pechos
de sus madres
Ay, la vida pasa como la esbelta sombra de un navío
sobre un sagrado espejo de sangre

Lunas, mil lunas de nieve
sobre el fuego santo
y en el cielo brillan
los aullidos de fogosos mataderos

La voz de Dios como un manto fúnebre
deja su escarcha
en las aldeas del invierno
y congela la leche en los establos
La lluvia brilla como un país sin luna
– alma pura –
donde se extravían caravanas y veleros
como dulces campanarios
como una sola misa
una comunión única en todas las catedrales

Alguien susurra – tal vez mi madre –
en mi oído los nombres
de las plantas, las semillas, los brotes
los nombres rojos de los pájaros
sin fastidio
entre lágrimas

El inquilino

Algunas veces nos basta con ver
para ser libres

así sea sólo unos instantes

los suficientes para sentir
el aleteo
de ese más allá
que nos habita

El circo

El payaso asombra la infancia lanzando fuego por la boca
rojas esferas que ruedan vivas por el aire
lo incendian
como rosas inmensas que se abren
ascienden se hacen humo nada
se apagan ante los niños con la mirada
en las estrellas rotas de la carpa

y el payaso se desvanece
en una mancha sola
de cenizas y una rosa
de fuego de infancia de risa congelada

(El payaso asombra la infancia
lanzando rosas de fuego por la boca)

La jauría

No podemos detenernos
ni conservar nada

Avanzamos como la sorda jauría
de un ejército invasor
sin poder retener nada a nuestro lado

Así el olvido
Vamos todos
cantando hacia la muerte

El bosque blanco

Un alma empañada de júbilo
Un alba de cenizas llorando
sobre sus pechos desnudos
El afán de las desdichas
La esperanza, algo, brillando en el aire
El olor del campo
Poleas y cuerdas en el bosque de los campanarios
El canto de maderas, el fuego, las flores
Las hojas cubriendo los senderos
El agua de acequias como espejos
La fraternidad
La vigilia
El esplendor de las lámparas
Las fugaces sombras
El bosque blanco de los días
Las guirnaldas…

Todo es incienso

Un caballero

Tras su escudo un caballero
vestido de hierro, defiende lo invisible

DÍAS DE BARRIO

Para Arnulfo Julio

Vivíamos en un pequenísimo apartamento
Arriba en la azotea
el viento mecía la ropa dejada a secar
Estaban también cuatro grandes tanques de agua
en los que una tarde azul
nos zambullimos desnudos sobre la ciudad
Cosas de juventud ¡ tan fresca !
Subíamos mecedoras, vasos, cigarros, músicas y una mesita
y tomábamos vodka helada bajo el sol de la amistad
La tarde quemaba —abajo frente a nosotros
las copas de los árboles y los cerros contra el cielo
Todo ardía de serenísima belleza. En plena
maravilla esperábamos la Luna del atardecer
y sus raros países de luz
Después bailábamos todos un poco ebrios de alegría
hasta las tres de la madrugada
Al día siguiente salía tarde a trabajar
cantando El negrito del Batey
Con qué suave pobreza se vivía con qué humildad
Tenía una hijita preciosa y dulce
y una mujer
En aquel entonces
siempre sabía a dónde ir

ENTRANDO A LA LUZ

La luz entrando a la fruta
—al paisaje que hay en la semilla—
densa, algo más lenta que la claridad
tocando con la yema de sus dedos
la piel, todo objeto, la brillante
superficie del mar, una por una las hojas
del silencio —otra luz más misteriosa—

Es el amanecer…

Quién vive

Nombres feroces tienen algunas cosas
entre los hombres

El domingo el azul las playas
¿No hay nadie que responda?

Monedas, sólo monedas
de oro

Sombras estrellas jardines
No hay nada que amanse estas voces
que queman muy hondo, más allá
donde no hay aire ni luminosas sombras

COLOMBIA HOY

Han vuelto otra vez los días de la Colonia
figuras martirizadas abandonadas a la penumbra
a las interminables galerias sin tiempo
a la atmosfera enrareciada de los templos

Tensos rayos de luz descienden como saetas
como coros como presagios
de que todo y nada son lo mismo

y el hombre — la carne el cuerpo —
sufre
crucificado a semejante mentira
Algo nos ama y nos destruye
el mundo sin paisajes sin lágrimas;
sólo gestos cautiverio suplicios
éxtasis simulacros infierno
vacío…

Una caricia
nos desnuda
nos desfigura

Maldita
como una flor oscura
tierna
que nos desea y repudia