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Poesía de Colombia

Poemas de Gabriel Escorcia Gravini

Gabriel Escorcia Gravini, nacido el 19 de marzo de 1891 en Soledad, Colombia, fue un poeta cuya breve vida dejó una profunda huella en la literatura colombiana. A pesar de su prematura partida el 28 de diciembre de 1920, a los 29 años, su legado poético perdura como un testimonio conmovedor de la condición humana.

Conocido como el poeta insigne de Soledad, Escorcia Gravini enfrentó el desafío de la lepra a los 15 años, una enfermedad que en la Colombia de principios del siglo XX conllevaba el estigma y la marginación en leprocomios. Sin embargo, su familia se negó a someterlo a este trato deshumanizante y, en cambio, lograron convencer al médico de mantenerlo aislado en una celda en su hogar paterno. Fue en ese confinamiento donde el poeta halló su voz y escribió gran parte de su obra, profundizando en temas de amor imposible y muerte.

Las noches de Escorcia Gravini estaban marcadas por visitas al cementerio central de Soledad, un lugar donde hallaba inspiración para sus versos. Es en este contexto que compone su célebre décima «La gran miseria humana«, una obra que, a pesar de su doloroso trasfondo, brilla con una inquietante belleza poética.

La poesía de Escorcia Gravini, arraigada en la tradición oral de la Costa Colombiana, ha trascendido el tiempo y el espacio. Su legado se vio enriquecido por el maestro Lisandro Meza, quien convirtió sus versos en paseo vallenato, asegurando así que la obra del poeta perdurara en el corazón de la cultura colombiana.

La casa que vio nacer a Gabriel Escorcia Gravini fue también el lugar donde exhaló su último suspiro, sellando así el ciclo de una vida marcada por la adversidad y la creación poética. A pesar de su prematura despedida, su obra continúa siendo un testimonio conmovedor y un recordatorio de la capacidad humana para encontrar belleza y significado incluso en los momentos más oscuros de la existencia.

La gran miseria humana

Una noche de misterio,
estando el mundo dormido,
buscando un amor perdido
pasé por el cementerio.
Desde el azul hemisferio,
la luna su luz ponía,
sobre la muralla fría
de la necrópolis santa,
en donde a los muertos canta
el búho su triste elegía.

La luna sus limpideces
a las tumbas ofrecía
y pulsaba el aura umbría
el arpa de los cipreses,
y aquellas lobregueces,
de mi corazón hermanas,
me inspiraron… y con ganas
de interrogar a la Parca;
entré a la glacial comarca
de las miserias humanas.

Acompañado del cierzo
a los difuntos visité,
y en cada tumba dejé
una lágrima y un verso.
Estaba allí de perverso
entre seres no ofensivos;
perturbando los cautivos
en sus sepulcros desiertos…
Me fui a buscar a los muertos,
por tener miedo a los vivos.

La noche estaba muy bella
y el aire muy sonoro,
y una dalia de oro
parecía cada estrella;
y la brisa, sin querella,
por ser voluble y ser vana,
en esa mansión arcana,
corría llena de embelesos
poniendo sus frescos besos
en la gran miseria humana.

La luna seguía brillando
en el azul de los cielos,
y las nubes con sus velos
sin miedo la iban tapando.
Y en procesiones pasando
por la inmensidad secreta,
iban, y la brisa inquieta
retozaba en el saúz
que emperlaba con su luz
Diana, diosa [novia] del poeta.

La luna, que Diana es,
en aquella hermosa noche
se abría como el áureo broche
de una flor de esplendidez.
Sentí vacilar mis pies
en tan lúgubre mansión
y me senté en un panteón
con la lira en una mano…
Como revuelto océano,
temblaba mi corazón.

Bajo de un ciprés sombrío
y verde cual la esperanza,
con su fúnebre acechanza
estaba un cráneo vacío.
Yo sentí pavor y frío
al mirar la calavera
pareciéndome en su esfera
que se reía de mí;
y yo de ella me reí,
al verla calva y tan fiera.

Dime, humana calavera,
¿qué se hizo la carne aquella
que te dio hermosura bella
cual lirio de primavera?
¿Qué se hizo tu cabellera
tan frágil y tan liviana,
dorada cual la mañana
de la aurora al nacimiento?
¿Qué se hizo tu pensamiento?
¡Responde, miseria humana!

Calavera sin pasiones,
di ¿qué se hicieron tus ojos
conque mataste de hinojos
a idílicos corazones,
que repletos de ilusiones
te amaron con soberana
¡pasión que no era villana!
y en estas horas tranquilas,
¿Qué se hicieron tus pupilas?
¡Contesta, miseria humana!

Aquí donde no hay tropel
calavera sin resabios
di, ¿qué se hicieron tus labios?
tan rojos como el clavel,
y dulces como la miel
de la campiña romana;
esos tus labios de grana
llenos de pasión mentida,
¿qué se hicieron en la vida?
¡Responde, miseria humana!

Calavera a quien feliz,
besa la luna de plata,
di por qué te encuentras ñata,
si era larga tu nariz.
¿Dónde está la masa gris
de tu cerebro pensante?
¿Donde tu bello semblante,
y tu mejilla rosada,
que a besos en noche helada,
quiso comerse un amante?

Aquí donde todo es calma,
contesta cráneo vacío;
¿Qué se hizo tu poderío?
¿Qué del placer de tu alma¿Qué fue de Laurina Palma?
¿Qué fue de Laurina Palma [aurina palma]
que te dio el amor un día?
Tu altivez, tu bizarría,
tus sonrisas que mintieron
Dime, dime, ¿qué se hicieron?
¡Oh, calavera sombría!

A mis interrogaciones,
el cráneo blanco callaba,
mientras la luna alumbraba
sarcófagos y panteones…
Y, dije sin aflicciones:
Si eres el cráneo de aquella
que en la vida sin querella
me despreció con desdén,
¡despréciame ahora también!
¡Eclipsa otra vez mi estrella!

Estamos en la mansión
de la austera realidad.
¿Qué se hizo la liviandad
que tenía tu corazón?
¡No respondes! mudos son
tus labios que pronunciaron
cosas que ya se tornaron
en pálidas flores muertas,
cosas que no siendo ciertas,
y mi pobre alma mataron.

Aquí en esta soledad
que solo cruza el cocuyo,
dime ¿qué se hizo tu orgullo,
tu amor y tu vanidad?
¿Qué se hizo tu potestad
de persona soberana,
y mentirosa y galana,
que ostentó tanta belleza?
Di, ¿Qué se hizo tu grandeza?
¡Responde, miseria humana!

Vanidad de vanidades,
solamente son tus galas,
¡Oh! mariposa sin alas,
llorando tus liviandades.
Las áticas [ópticas] realidades
te circundan con profundo
marasmo ,donde infecundo
es el amor que iluminan.
Aquí es donde terminan
las vanidades del mundo

Aquí en este camposanto
se terminan los amores,
las alegrías, los dolores,
el poderío y el encanto;
cesa en los ojos el llanto
y el mundo vivo suspira;
aquí no llega la ira
de la muchedumbre inquieta;
aquí termina el poeta
y se enmudece la lira.

En este mundo hedonista [idealista],
de egoísmo y de censura,
tan sólo la sepultura
es la que no es egoísta.
Ella recibe humanista,
al santo y al condenado,
al pobre, al acaudalado,
al perverso, al bueno, al caco,
al honrado, al gordo y al flaco,
al bruto y al ilustrado.

Al rodar el ataúd
en la hueca sepultura
se igualan en línea oscura
el crimen y la virtud,
y en la eterna laxitud,
que da todo movimiento:
lanza gemidos el viento
y la soledad se aterra,
y ruedan sobre la tierra
los cráneos sin pensamiento.

Aquí en este triste erial,
donde sucumbir es ley,
el esqueleto de un rey,
al de un esclavo es igual;
Cesa el toque funeral
de la sonora campana,
cesa la cabeza cana,
como la de negro pelo,
y ñata dando recelo
es la calavera humana.

Aquí en este entristecido
y lúgubre camposanto
termina del vate el canto,
y del músico el sonido,
del pintor el colorido
y de su cerebro el foco
se consume sin sofoco
y sólo queda el recuerdo…
Aquí tanto vale un cuerdo
como lo que vale un loco.

Todo corazón se aterra
al llegar a esta mansión
viendo clavar el cajón
que se comerá la tierra.
Cuando una tumba se cierra
el alma gime angustiada [asustada];
pero esa humana bandada
que a otros vienen a sepultar
mañana en este lugar
será polvo… ¡será nada!

En esta mansión glacial,
que lo fatuo bien refleja,
se pudre la carne vieja
como la carne jovial.
Aquí el necio se hace igual
al urbano de ilustrada
sociedad civilizada,
y aquí la diosa riqueza
es igual a la pobreza…
¡Todo aquí es polvo y es nada!

Y dijo la calavera:
aquí en este camposanto,
se perdió todo mi encanto
con que vanidosa era;
Se acabó mi cabellera
que en un tiempo fue dorada
y mi mejilla rosada
como gasa de arrebol…
Mis ojos que envidió el sol,
aquí se volvieron nada.

Tan sólo el dolor es fuerte,
la vida es vano capullo;
yo vi acabarse mi orgullo
bajo el peso de la muerte.
ya todo es materia inerte,
En este triste lugar,
se tiene que terminar,
el genio que esplendor tiene
y melancólico viene,
las tumbas a visitar.

Llorar en estos desiertos,
es una cosa muy vaga,
porque el llanto nada paga,
ni resucita a los muertos.
Que con paños recubiertos
están en la losa fría
aquí en un tétrico día,
cae el que peca y el que no peca
Así… haciendo horrible mueca,
la calavera decía:

Aquí está la gran verdad,
que sobre el orgullo pesa,
aquí la gentil belleza,
es igual a la fealdad.
Aquí acaba la maldad,
y acaba también la bondad
apreciada aquí la mujer casada,
es igual a la soltera,
me decía la calavera,
con su voz apagada.

Yo soy el cráneo de aquella,
a quien le contaste un día
poemas que no merecía
porque no era así tan bella
como la primera estrella
del oriente o el tulipán
a quien las auras le dan
el rocío que deslíe.
Aquí el que de mí se ríe,
de él mañana se reirán.

Yo escuchaba aquella cosa
y lleno de horrible espanto,
salí de aquel camposanto
como veloz mariposa.
La luna pura y radiosa,
vertió su lumbre fugaz,
y la calavera audaz,
dijo al mirarme correr:
¡Aquí tienes que volver,
y tú, calavera serás!

Yo, ante razón tan sentida,
sentí por el cuerpo mío
un extraño escalofrío
casi perdiendo la vida.
Con el alma entristecida,
volví a mi celda cristiana,
meditando que mañana,
por firme ley de la parca
debo habitar la comarca,
de la gran miseria humana.