Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Germán Espinosa

Germán Espinosa Villareal (1938-2007) fue un destacado escritor colombiano cuya versatilidad literaria lo llevó a destacarse en diversos géneros como la novela, el cuento, la poesía, el ensayo y la biografía. A pesar de no haber completado su bachillerato en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, desde temprana edad demostró un talento innato para la escritura. Sus primeros relatos, recopilados en «La noche de la Trapa», revelaron una habilidad única para entrelazar elementos fantásticos con sutiles rasgos psicológicos, evitando los clichés costumbristas que a menudo acompañan la literatura de su época.

El reconocimiento internacional llegó para Espinosa con «Los cortejos del diablo«, una sátira que escudriña las costumbres de la alta sociedad bogotana en los tiempos de la Inquisición. Aunque algunas críticas buscaron encasillarlo en el realismo mágico, su estilo barroco y narrativa cautivadora lo distinguieron. Es con «La tejedora de coronas» que Espinosa alcanza su cenit creativo, transportándonos al siglo XVIII junto a la apasionada Genoveva Alcocer. Esta obra maestra, finalista del premio Rómulo Gallegos, exhibe la madurez literaria de Espinosa tras doce años de meticuloso trabajo.

El legado literario de Germán Espinosa abarca una rica y variada colección de obras que no solo incluyen notables novelas como «El magnicidio» y «La balada del pajarillo«, sino también cuentos, poesías y ensayos que reflejan una mente aguda y apasionada por la exploración literaria. Su contribución a la literatura colombiana es indiscutible, y su influencia perdura en generaciones posteriores de escritores. El fallecimiento de Germán Espinosa en 2007 dejó un vacío en el panorama literario, pero su legado perdura, recordándonos su inigualable contribución a la riqueza literaria de Colombia y más allá.

Salmo de los Fracasados

Somos los receptores de toda altanería,
el tremedal sobre el cual se erige cada triunfo.
En nosotros fincan sus pies los vencedores
para, hundiéndolos en nuestra blanda materia, alzar
el temerario vuelo.
Para que fulja su prestigio,
necesitan que soportemos su desprecio, que exultemos
en nuestra humillación.
Para que brille lo demás,
debemos dar la contrafaz opaca: sin nuestra sombra,
la luz sería menos luz.
Nos arrastramos, nos retorcemos contrahechos,
para que Apolo implante su belleza.
Y aquí estamos: oficinistas, mecanógrafas,
astrosos mendigos, barrenderos de calles mustias,
carteros, vendedores de frutas, estibadores infinitos,
poetas ignorados, artistas sin duende,
mozos de restaurantes, actores de reparto,
solteronas transidas de decoro,
disimulando el agujero en la suela, el cuello raído,
cubriendo con sobretodos grises la impresentable chaqueta,
con bufandas mohosas la desvaída corbata.
Sin nosotros, no seríais excepcionales, ¡oh triunfadores!
Sin nosotros, vuestro mundo, victorioso, resultaría
monótono y frío.
Sin nosotros, ¿qué fulgor tendrían el ministro recién
posesionado,
el general de la república
o la dama de sociedad?
Somos el fundamento del triunfo, la materia esencial
de todo esplendor.
Sin nosotros, nada seríais, ¡oh otros!,
¡seríais los nosotros de otros vosotros cualesquiera!
Porque somos la piedra angular de toda grandeza,
la sustancial tristeza en que puede el mundo fundar
su vindicativa alegría.

Melancolía

Yo amo las secas hojas que en las tardes
grises del otoño nievan en mi alma
yo amo las mustias flores
que se volatilizan en la nada
sombría del otoño.

Mi memoria
es un ave nostálgica
es un ave nostálgica que gira,
cual mariposa blanca,
en la nada profunda del ensueño.

Eneastrofa

Hay algo que yo perdí
y el perderlo me perdió.
Por perderlo, nunca fui
eso que pude ser yo.
Lo que perdí se esfumó
tan presto, que no lo vi.
Y así me perdió y así
ni sé ya lo que soy yo
ni qué fue lo que perdí.

Canción baladí

Cangrejo, cangrejo.
De azul pintado
te ves tan viejo.

Marchas de lado
por el espejo,
cangrejo.

In memoriam Efrén Díaz

Sólo después de muertos podremos comprender
la densidad terrible de la vida.
Manzana inversa, náufraga, corolario del mundo,
es amarga, no obstante, como flor en ayunas.
Tantas veces la muerte pasó por los balcones
que es inútil, ahora, tratar de sorprenderla

Observación de paso

Voy a tomarle el pulso al día
e indagar cosas de la calle.

Niebla azul en la madrugada
y el hollín que asciende en la tarde.

Mujeres armadas de acíbar,
hombres que van hacia el desastre.
Locomotoras imposibles
cuyo silbo enrarece el aire.
Qué hago viviendo en esta tierra
que no pisó jamás mi padre

Mi casa

Mi casa quedó abierta para quienes la amaron.
La cerré ferozmente para quienes la odiaron.
No volvió nadie entonces.
Todos la abandonaron.

Fábula del cazador de zopilotes

Me dejé abatir en un tiempo por pajarotes de llanura
y por perros de poca alzada
que entremetían sus uñas por entre mi grilleta.
Eso fue por los años que instalaba mi casa
y ellos venían a husmear por ver lo que podían llevarse,
allá una canasta de frutas, acá un hueso apenas roído.
Me libré de ellos una noche, mediante trampas colocadas
en el ático, en el jardín y en recovecos estratégicos.
Además me conseguí un grifo que fijé en un altorrelieve
sobre el diagrama heurístico de mi puerta de roble.
Hoy, hace ya mucho tiempo que no rondan mi heredad.
Mi soledad, como un broquel, les causa espanto y hasta risa.
En alguna gaveta oscura de mi escritorio guardo cráneos,
omoplatos, tibias, pelvis de algunos de los que cayeron
en mis trampas sofisticadas, uno de ellos un zopilote.
Mas los que emprendieron la fuga, a veces escriben noticias
en la prensa, otras veces recurren a los vetos,
y los más, me tienden celadas en las posadas del camino,
pero resulta que yo siempre, yo siempre, siempre,
siempre,
y esto los tiene muy fallidos, al extremo de que en las horas
dudosas de la madrugada se reúnen en conciliábulos,
me hacen llamadas por teléfono, escriben cartas a la prensa,
pero resulta que resulta, que resulta que no resulta,
y esto los trae muy fallidos. Ultimamente ladran a la luna.

Anonimato

Perfora
la oscuridad,
mi sombra.

Dubitaciones

De aquel hombre no se sabía cuándo inventaba y cuándo decía verdad.
De aquel hombre no se sabía cuándo reía o simplemente ironizaba.
De aquel hombre no se sabía cuándo salía a la calle o sólo mandaba a su doble.
De aquel hombre no se sabía cuándo dormía o fingía dormir.
De aquel hombre no se sabía cuándo moría o fingía morir.

Fábula del gay cantar

Un día fui a cantar al mar una canción.
Un día fui a cantarla y me dijeron que no.
Cangrejos que trocaban en pinzas su amargura
me dijeron que no.
Saludé gravemente.

Un día fui a cantar donde me dio la gana.
Canté muy de mañana. La canción se perdió
por entre ecos difuntos de canciones más viejas.

Y mi canción se oyó.
De qué modo
se oyó

Canción efe

Porque, amor, tú adviniste
en un instante en que todas las horas
se adunaban en un desierto sin distancia.

Cómo no saborear tu boca fresca
si en ella ni los frutos ni las flores
habitan, sino tú, sola y distinta

Yo nunca perderé la gracia de tus muslos,
solitarios esteros frente al delta…
Ni el número infinito que truncas en la noche.

Canción yod

Quién te prohibe que te alces la falda
Quién te veda mostrarte desnuda
Quién es el temerario
Ese vaya a frotarse su sexo en la maldita sombra
Tú, desnúdate, así,
no ocultes nada.

Epitafio para la muerte

Por qué temerla si, después de todo,
como la bala con el abaleado,
nuestra muerte se muere con nosotros

Epitafio para un pintor

En la vieja Aix de Provenza
la muchachada te arrojaba guijarros – no piedras grandes, nadie
quería hacerte daño -, porque tu locura
era menos imperdonable que tu fracaso.

Prosa de los desencantados

Estábamos tan ciertos de componer el mundo,
jugábamos a la revolución, asustábamos a la gente,
nos dejábamos largas melenas, odiábamos lo convencional,
íbamos a conmover los fundamentos
de todo, arreglaríamos esta cuestión para siempre…
Y es lo cierto, querida,
que la cuestión sigue en pie.
No compusimos nada, el tiempo nos fue arrinconando
como a sedimentos pesados en un riachuelo de suave corriente.
Día a día seremos más un estorbo
para los que están ciertos de componer el mundo,
los que juegan a la revolución y nos asustan
y se dejan largas melenas y odian lo convencional
y van a conmover los fundamentos
de todo, van a arreglar para siempre el problema
que sigue en pie.

Finale cavilloso

De qué eufemismo atávico, de dónde, de qué suerte
esa comparación del sueño con la muerte?
El sueño nos habita con los ojos cerrados;
no así la muerte brusca que los abre espantados.

Salmo de los rechazados

Qué somos Roma Imperial
nos habría repudiado con una sonrisa amarga.
Nunca hemos merecido la libertad.
Pero hemos incurrido en toda licencia. Hemos forzado toda alegría.

Epitafio para mí mismo

Fui una página de Ruben Darío
que me alegró en la infancia profunda.
Fui una aliteración de Verlaine.
Fui un autorretrato de Van Gogh
que es el más bello reproche que se me hizo.
Fui el rosa pálido de un crepúsculo
o el instante en que, al concluirla,
reinicié la lectura de Ulises.
Fui esa noche en tus brazos.
Fui la suma de mis instantes felices.