Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Juan Manuel Roca

Juan Manuel Roca nació el 29 de diciembre de 1946 en Medellín, Colombia, en el seno de una familia culta y acomodada. Su padre, Juan Roca Lemus, fue un poeta y periodista que ejerció como diplomático en México y Francia, donde el joven Roca recibió su educación primaria y secundaria. Desde muy temprano, Roca mostró su inclinación por las letras y la poesía, influenciado por su padre y por autores como César Vallejo, Juan Rulfo, José Asunción Silva y Aurelio Arturo.

Su debut literario se produjo en 1973 con el libro de poemas Memoria del agua, al que le siguieron Luna de ciegos (1976), Los ladrones nocturnos (1977), Señal de cuervos (1980) y Ciudadano de la noche (1983), entre otros. Su obra poética se caracteriza por su originalidad, creatividad, profundidad y reflexión sobre la realidad social, política y cultural de Colombia y América Latina. Su estilo se inscribe dentro del movimiento surrealista, con influencias del romanticismo alemán y del simbolismo francés.

Además de poeta, Roca es también narrador, ensayista y periodista. Ha publicado cuentos, novelas cortas, crónicas y artículos en diversos medios de comunicación. Entre 1988 y 1999 fue coordinador y director del Magazín Dominical de El Espectador, una importante revista cultural colombiana. También fue director de la Casa de Poesía Silva de Bogotá durante más de dos décadas, desde 1986 hasta 2011. En ese cargo, organizó numerosos eventos y proyectos para la promoción y difusión de la poesía nacional e internacional.

Roca ha recibido varios premios y reconocimientos por su trayectoria literaria, entre los que destacan el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus (1975), el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1979), el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (1994), el Premio Casa de las Américas (2009) y el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca (2016). Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha sido invitado a participar en festivales, congresos y encuentros literarios en diversos países.

Juan Manuel Roca es, sin duda, uno de los poetas más relevantes e influyentes del panorama literario actual. Su voz poética es una invitación a la imaginación, la libertad, la crítica y la esperanza. Su obra es un testimonio vivo de la historia, la cultura y la identidad latinoamericana.

Una carta rumbo a Gales

Me pregunta usted dulce señora
Qué veo en estos días a este lado del mar.
Me habitan las calles de este país
Para usted desconocido,
Estas calles donde pasear es hacer un
Largo viaje por la llaga,
Donde ir a limpiar luz
Es llenarse los ojos de vendas y murmullos.

Me pregunta
Qué siento en estos días a este lado del mar.
Un alfiletero en el cuerpo,
La luz de un frenocomio
Que llega serena a entibiar
Las más profundas heridas
Nacidas de un poblado de días incoloros.

¿Y el sol?
El sol, un viejo drogo que ha lamido esas heridas.
Porque sabe usted , dulce señora,
Es este país una confusión de calles y heridas.
La entero a usted:
Aquí hay palmeras cantoras
Pero también hay hombres torturados.
Aquí hay cielos absolutamente desnudos
Y mujeres encorvadas al pedal de la Singer
Que hubieran podido llegar en su loco pedaleo
Hasta Java y Burdeos,
Hasta el Nepal y su pueblito de Gales,

Donde supongo que bebía sombras su querido Dylan Thomas.

Las mujeres de este país son capaces
De coserle un botón al viento,
De vestirlo de organista.

Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo,
No sospecha usted lo que es un país
Como un viejo animal conservado
En los más variados alcoholes,
No sospecha usted lo que es vivir
Entre lunas de ayer, muertos y despojos.

Carta en el buzón del viento

Sin saber para quien,
Envío esta carta en el buzón del viento.
Oscuros hombres han merodeado a mi puerta
Con gabanes abultados por la escuadra de una lugger,
Y en la noche, mientras leía a mis viejos poetas enlunados,
Una legión de sombras ha roto mi ventana.

No son duendes.
No son fantasmas los habitantes de este ebrio rincón del mundo,
Y sin embargo,
Nos hemos visto dando nombres propios a un vacío:
Hay un poblado de hombres desaparecidos
Y es frecuente escuchar en las calles y en los bares
A las gentes que hablan de abandonar un país como un barco
que naufraga.

Sin saber para quién,
Escribo esta carta puesta en el buzón del viento,
Desde una nación donde alguien proscribe el sueño,
Donde gotea el tiempo como lluvia envilecida
Y la risa es condenada por traición a los espejos.

No sé a quién pedirle que abra su ventana
Para que entre esta carta puesta en el buzón del viento.

El brujo

Tocaba el arpa en las rejas de su celda.
O tomaba de un vaso sin agua.
Una porción de sed que nunca lo saciaba.

Tocaba el arpa en las rejas de su celda.
Soñaba que los gruesos barrotes temblaban,
Que sonaba un galerón
Con luna entre las palmas.

Los carceleros decían que rondaba la locura.
Pero nadie podría asegurar
Que no era él quien despertaba los patios
Con galope de caballos y fantasmas.

Diario de la noche

A la hora en que el sueño se desliza
Como un ladrón por senderos de fieltro
Los poetas beben aguas rumorosas
Mientras hablan de la oscuridad,
De la oscura edad que nos circunda.
A la hora en que el tren tizna la luna
Y el ángel del burdel se abandona a su suerte,
La orquesta toca un aire lastimero.
Una yegua del color de los espejos
Se hunde en la noche agitando su cola de cometa.
¿Qué invisible jinete la galopa?

Monólogo de José Asunción Silva

A Ricardo Cano Gaviria

La ciudad que me rodea
Y se duplica en los charcos de la lluvia
Tiene un ropaje de sombras.
El viento que viene del páramo de Cruz Verde
Con su negro levitón nocturno
Rasguña los vitrales de la casa,
Se cuela en los campanarios,
Golpea
Los aldabones de bronce de La Candelaria.
Ese viento, mi alma es ese viento.

Entre cercanos silencios
Resuenan las guerras del país
Mientras tintinea el quinqué
Con el que alumbro mis confusos libros
De comercio.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Los corrillos de seres embozados
Murmuran a mi paso. Figuras fijas al paisaje,
Estatuas de nieve a la entrada de una iglesia,
Maniquíes
Apenas movidos por el frío cuchillo del
Páramo.
Ese viento, mi alma es ese viento.
¿Quién dibuja en mi blusa el mapa del corazón?
¿Quién traza un centro a la ruta de mi fiebre?
La hermana muerta atraviesa el patio:
Su voz ya pertenece
A las construcciones secretas del vacío.
Ese viento, mi alma es ese viento.

La aldea despereza su piel de adormidera,
Filtra una luz en los costados de la plaza
A una hora en que la ciudad parece viva.
Hablo de su lentitud, de su pasmosa fijeza:
Mientras concluye el gesto de un hombre
Que lleva de la mesa a la boca su pocillo,
Cruza la eternidad, el mundo cambia de
Estaciones,
Pasan las guerras, hay futuros en fuga
Y el hombre no termina el ademán
Que funde sus labios a la taza de café.

Todos parecen tocados del embrujo,
Acaso miren en su quietud
El pajaro invisible
Que les señala un oculto retratista.
Y de nuevo, el viento.

Ese viento, mi alma es ese viento.

Un disparo más, dirá el vecindario,
Un disparo más en las eternas guerras
Del olvido.
La vida, esa feroz bancarrota.

Mapa del caminante

(Homenaje a André Bretón)

Ha llegado, de nuevo,
El poblador de las estaciones anfibias /del sueño,
El caminante de una Babel de espejos.
Alguien lo ha visto
Hablando con un ladrón de lejanías.
Alguien pregunta
De qué sitio viene
Llevando en el ojal la noche.
Yo ignoro el ensalmo, el sortilegio! de su voz,
Pero siento su llamado loco al amor! sin boato
Lo mismo en la cama de marfil Que en el zaguán del boticario.
Ha cruzado parajes de la tierra
Donde alguien golpea las maderas
Y el miedo de abrir es una aldaba.

Naturaleza muerta

Voy por la calle con mi maletín de antílope
Y mi billetera de becerro.
Calzo zapatos de toro
Y llevo un blusón rojo teñido en achote.
Toda mi ropa fue lavada por un secreto río
Y jabones de rosa.
En mis papeles rumora un viejo bosque,
Por momentos siento que
Se despereza la serpiente del cinturón.
Hay vestigios de clorofila en mis dientes.
Escribo con carboncillos de sauce.
Me pregunto qué trozo soy del paisaje.

Puertas abiertas

Una puerta
Abierta a la noche
Y se pueblan los ruidos
Las estancias.

Sus rumorosas bisagras
Anuncian
Alguien llegado de la lluvia
O los pasos de un lento animal
Que invade el sueño.

Una puerta, una grieta
Abierta en el asombro.

Sueño

El sol fulge entre la fronda
Donde los niños duermen
Y cruza bostezando un ángel rojo.
Lejos, los patios de vecindad se llenan
De gentes que remiendan el aire
Con la aguja de su parla rumorosa.
Alguien siembra un cortejo de astros.
Entre sagrados juegos
Y blancas catacumbas,
Tú y yo: crisálidas de viento.