Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Sandro Chiri

Alberto Sandro Chiri Jaime, nacido en el vibrante puerto del Callao, Perú, el 5 de abril de 1958, emerge como una voz destacada de la Generación del 80 en la poesía peruana. Su travesía literaria, tejida con las hebras de la palabra, se entreteje con una profunda conexión con la academia y la creación poética.

Enraizado en las letras desde sus días de estudiante de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Chiri trasciende las fronteras del conocimiento como docente universitario, dejando una huella imborrable en las aulas tanto en su tierra natal como en tierras extranjeras. Sus pasos lo llevaron hasta la Universidad del Temple, en Filadelfia, donde se nutrió con estudios de posgrado, expandiendo su visión y enriqueciendo su bagaje cultural.

La poesía de Chiri florece con la publicación de su primer poemario en 1989, «El libro del mal amor«, una obra que revela las profundidades del alma humana con una maestría deslumbrante. Este hito marcó el inicio de una prolífica carrera literaria, donde cada verso es un eco de emociones y experiencias.

Con obras como «Y si después de tantas palabras» (1992), «Viñetas» (2004) y «Poemas de Filadelfia» (2006), Chiri teje un tapiz poético que seduce y conmueve, explorando las complejidades del amor, la nostalgia y la condición humana.

Además de su faceta como creador, Chiri se erige como un editor visionario, dirigiendo la revista literaria peruana «La casa de cartón de OXY«, donde las voces emergentes encuentran un espacio para brillar y ser escuchadas.

Como crítico literario, su pluma es un faro que ilumina las sendas del análisis y la reflexión, con contribuciones notables como «El Cuento en San Marcos: Siglo XX» y «Las cartografías del poder en la obra de Mario Vargas Llosa«, que resaltan su profundo compromiso con el estudio y la difusión de la literatura.

Hoy, Chiri continúa su labor como docente universitario en las aulas peruanas, así como ejerciendo el cargo de Jefe de Investigaciones Literarias en la Casa de la Literatura Peruana, un faro de la cultura que enriquece el panorama literario nacional.

Alberto Sandro Chiri Jaime trasciende las páginas de sus obras, convirtiéndose en un referente imprescindible de la literatura peruana contemporánea, cuya voz resuena con fuerza en cada verso, en cada crítica y en cada enseñanza.

Santa Rita de Palermo viaja en un Fiat naranja

De voz bonaerense y
de ufana cabellera,
Santa Rita de Palermo,
deambula silenciosa y cabizbaja
entre recelosas misioneras
de cavernas celestiales.

Muchacha de mirada herida,
y fingida alegría,
Santa Rita de Palermo,
cruza rauda Vía Roma
en su Fiat naranja, en su Fiat veloz,
mientras mi corazón
(esa bomba de tiempo)
era melancolía.

Su norte es siempre confuso,
Santa Rita de Palermo,
su norte es una callada guitarra
de doradas cuerdas
que fue pausa y tristeza,
que fue silencio y agonía
al pie del adiós.

Lozana y con lentes de contacto,
en vano traté de acercarme a su sombra,
en vano traté de besarla en Piazza Maggione;
de persuadirla en el Mirador de Monreale,
Santa Rita de Palermo.

ORACIÓN

Señor, mis amigos quisieron
que me inscriba en el Partido Comunista,
pero yo tan sólo tenía 18 años y el pelo largo.
Mi padre me dijo: «Haz lo que quieras,
pero lee primero a Shakespeare».
Desde entonces, Señor, no visito el templo
ni escucho la prédica del cura.
La Virgen María me mira desde lo alto
y desliza una suave sonrisa adolescente.
Tú sabes, Señor, que reniego
con mucha frecuencia de la fe;
sabes que dudo de Ti y de toda tu cofradía,
pero Tú también te ríes
como quien dice: «Ah, muchacho,
aún sigues teniendo 18 años
y el pelo largo».
Hoy estuve arrojado a mi suerte
en una camilla de enfermos
y vi que la gente muere
con una oración en los labios.
Estos hospitales son horribles.
A cualquier hora, Señor, un niño
deja de respirar. Hoy estuve tirado
como un cadáver y temblé como un cobarde.
Apenas me atreví a balbucear tu Nombre.

Para mis ojos era la única Santa de la ciudad.

La Poesía
Quiero escribir, pero me sale espuma

César Vallejo

Así me han dicho que es Ella,
como la muchacha espigada y caprichosa
que uno espera y no llega a la cita pactada,

o como el vaso de agua que empujamos
sin querer y nos baña
la única prenda decente,

o como el número de teléfono
que inútilmente rumiamos
mientras el bus tarda en la noche,

o como la primera novia que uno reencuentra,
desafiante y maquillada,
después de años,
en una librería de viejo,
quizá divorciada y feliz,

o como una terca goma de mascar
que se aferra a la suela del zapato
y nos asfixia en silencio,

o tal vez como la violenta lluvia gris
de primavera que maldice y huye,

o como el automóvil
que nos juega una mala pasada
en un camino inhóspito y solitario,

así, La Poesía, tan pálida y cruel,
demora, maltrata o silba su
extraña canción.

UNA JOVEN DE LA CALLE SANDIA CAMINA POR EL LOUVRE

Soy la última flor de otoño.
Edith Södergran

Yo, la abandonada y melancólica,
que siempre soñó con un príncipe
de ojos almendras y camisa limpia,
acaso un joven que se dignara mirarme
y detener las crines de su potro salvaje
en medio de esta calle miserable,
y me arrancase de ahí
como un diamante en medio de la mierda,
estoy ahora frente a un óleo de Leonardo
y no me explico por qué otra gente,
llegada de remotas galaxias,
registren el rostro de esa extraña mujer del XVI,
cuando soy yo, en realidad,
el ángel pálido y abandonado
en los pasillos del Louvre que sonríe
a la muchedumbre y a la muchacha sucia
que llevo dentro y que apenas aspiraba
ver los marchitos ojos de La Gioconda.
Que quede por lo menos
como un tatuaje en mi alma este viaje,
que nunca soñé, que nunca pedí,
para ver mi rostro en el rostro
de una extraña dama del XVI.
Ni más ni menos, un tonto consuelo,
una Mona Lisa bajo el cielo infinito de París.

TÚ A MI LADO

De nada sirven las canciones enfermizas.
Tú a mi lado.
Llovizna en Barranco,
doce de la noche
y los huesos se adormecen.
De nada los versos afiebrados.
Tú a mi lado
y
las palabras
no
existen.

Una secreta luz

Una secreta luz que nace
en tus ojos me habla
de la asolapada fiebre
que invade tus entrañas y devora,
como el pasajero amor
de las esmeraldas en Magdalena.

Tú, la reina de las Calandrias,
sobrevuelas mi pálido cielo,
débil como un crepúsculo en invierno,
triste como un cuerpo laxo en el quirófano.

Así, las noches pasan,
mientras un boleto silencioso
aleja mis cenizas de la Patria,
pero tú te resistes
con tu vital sonrisa
y reclamas
en medio de la niebla
una caricia o un grito
tal vez como el único gesto digno del camino.

LEJANA

Había, cerca de tu corazón,
un vestido. Y sobre tu vestido, una flor.
Henri Delu
Desde la frontera he llegado a París.
Viajé seis horas en tren,
pero he llegado a París.
En la estación me esperaba Hamakura,
una desesperada muchacha vietnamita.
De su pasado no sé nada;
de su futuro, menos.
Son las 6 de la mañana y
apenas la luz de otoño
alumbra su rostro marchito,
los 35 años que confiesa tener.
Hamakura es muy alta para mí.
Camina distinta a las demás.
La he conocido por el ciberespacio,
pero hay un virus en su historia.
Confiesa tener un hijo que su marido se llevó.
Mi amiga se insinúa a los hombres.
Es muy temprano en la estación de París
para moverse así.
Su rostro, sin embargo, es el de un ángel,
pero en París hace mucho que no hay ángeles.
Freud me hubiera dicho:
Es un caso típico de histeria,
pero a mí las histéricas me tienen sin cuidado.
París bien vale la amistad de Hamakura,
pero ella quiere casarse.
Los sueños de Hamakura me perturban.
Yo apenas soy un poeta sudamericano,
sin chequera ni futuro.
Hamakura promete portarse bien;
quiere por lo menos
la ilusión de ser novia,
vestir de blanco,
al menos por una noche.
Sospecho que desea lavar una lejana herida,
pero Freud me asusta con su diagnóstico.
A estas alturas
y en estas circunstancias,
sólo reservo mi firma
para este poema de París.

SALA DE ESPERA

Durante toda mi vida no he hecho más que esperar.
En un café esperé a personas que nunca llegaron.
Sufrí la indolencia de algunas muchachas que llegaron
a la puerta del cine cuando la película ya había comenzado.
Esperé inútilmente un cheque en una dependencia pública.
Derroché horas bajo el sol esperando ser atendido en un hospital.
Malgasté tres cuartas partes de mi vida haciendo colas.
Soporté una mañana de invierno para reclamar en una oficina bancaria
una transacción que fracasó.
Y ahora que estoy viejo espero la guadaña del destino con resignación
sin saber qué suerte correrán los libros de mi habitación
ni las cartas de amor que avergonzado pergeñé.

LA MUERTE DE UN AMIGO

Pesaba 120 kilos cuando se separó de su mujer.
Me contó que ella optó
por ser libre y liberal.
Lo dejó con el hijo por 2 semanas después
del divorcio y se fue con un amigo a Detroit.
El psiquiatra le dijo que había cosas peores, y se calmó.
Un puñado de casas y cientos de camiones
en la carretera no es un escenario grato para la ternura.
Detroit, finalmente, no es un buen
lugar para amante alguno, y entendió.

Cuando lo vi en el ataúd
era otro, pero distinguí
el pañuelo azul que siempre
usó cuando me dijo que había encontrado el amor.