Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Luis Benjamín Cisneros

Luis Benjamín Cisneros, poeta peruano nacido en Lima en 1837, fue un destacado representante del Romanticismo. Su vida, marcada por la política y la diplomacia, estuvo entrelazada con una pasión inquebrantable por la literatura. Su estirpe intelectual, compartida con sus hermanos Luciano y Manuel, se nutrió del ambiente cultural limeño. A temprana edad, su talento fue reconocido con la puesta en escena de «El Pabellón Peruano«. Tras un período en Europa, donde publicó novelas como «Julia» y «Edgardo«, regresó a su tierra natal, sumergiéndose en la poesía lírica y épica.

Sus versos, impregnados de un romanticismo preciso y exótico, revelan una profunda ilustración y una exquisita sensibilidad. Su obra, que oscila entre lo doméstico y lo épico, refleja un vínculo íntimo entre el Romanticismo y el Realismo. «A la muerte del rey Don Alfonso XII» y «Aurora amor» destacan entre sus creaciones más emblemáticas, premiadas por su excelencia poética.

Cisneros, además de su labor como escritor, incursionó en la diplomacia y la política, ejerciendo como cónsul en El Havre y desempeñando roles en la administración pública peruana. A pesar de las adversidades, su dedicación a la literatura nunca flaqueó. En los últimos años de su vida, la poesía se convirtió en su refugio ante la enfermedad, recibiendo un merecido homenaje por parte del Ateneo de Lima en 1897.

A través de sus obras completas, recopiladas póstumamente en «De libres alas«, el legado literario de Luis Benjamín Cisneros perdura como un testimonio vivo del Romanticismo peruano, uniendo la precisión expresiva con la pasión desbordante. Su figura, entre la historia y la leyenda, sigue iluminando el panorama literario de su amada patria.

DE MI ÁLBUM ÍNTIMO

Me preguntaste, madre, esta mañana,
Viendo inclinada al suelo mi cabeza,
Cuál es la pena oculta que me afana,
Causa fatal de mi fatal tristeza –
¿Por qué en la flor de juventud temprana
Ese ceño de tedio y aspereza? –
Ávida y cariñosa me decías,
Clavadas tus pupilas en las mías.

¿Por qué si joven tu presente es bello,
Si nadie ve tu porvenir sombrío,
Se encuentra siempre de amargura un sello
Sobre tu frente pálida, hijo mío?
¿Si negro aun ostenta negro tu cabello
Por qué ese aspecto reservado y frío
Como el del viejo que tras largos años
Lleva la cruz de amargos desengaños?

-¡Madre! ¡Piedad! Es una oculta pena
Pero no me hables de su causa impía…
Aquí, ignorada, el corazón me llena
Y al oírte desborda, madre mía,
¡Cierto! No está mi juventud serena,
Tengo en el alma tempestad sombría
Cuya causa fatal; ¡oh, no te asombres!
Es, madre, la injusticia de los hombres.

Soy joven y ambicioso. La sed santa
De acciones generosas y de gloria
Dentro de mí la juventud se levanta
Y he soñado, ¡ay! engrandecer la historia.
Sueño que a mi alma arrebatada encanta
Es legar a la patria mi memoria,
Tener en ella un sosegado asilo
Y hacer el bien… para morir tranquilo.

Sé que en el mundo desvalido gime;
Que cada rey para su pueblo padre,
Se embriaga, goza, y a su pueblo oprime;
¡Y el pan de Dios no es para todos, madre!
La ley que al pobre dolor redime,
Que hace a todo hombre igual, aunque no cuadre
A los que la odian con pavor profundo,
Por eso quiero que ilumine el mundo.

El noble joven, el sincero amigo,
Que ama esa ley de la justicia santa,
Que le da en su alma generoso abrigo
Y su palabra por doquier levanta.

Alma de niño y fraternal conmigo,
Alma que en el mundo y en el cielo canta,
Fue calumniado de servil deshonra
Y alcé la voz para lavar su honra.

Mi noble afán, con rudo menosprecio,
Riendo, vio la sociedad en poco;
Y el mundo, ¡madre!, ¡me ha llamado necio!
Y el mundo, ¡madre!, ¡me ha llamado loco!
¡Loco! Y yo sana tal acción aprecio
¡Necio! Y aquí de mi conciencia el foco
Me dice que hice bien… ¡oh! ¡madre mía!
¿El bien es mal sobre la tierra impía?

Fui fiel a la amistad y me insultaron;
Defendí la virtud y me ofendieron;
Dije lo que sentía y me befaron;
Hablé con humildad y me escupieron;
Y nada de esto, madre, contemplaron,
¡Con los malos después me confundieron!
Pero no guardo dentro del alma encono
Y como tú lo harías, yo perdono.

Por eso, como el viejo fatigado,
De pensar y vivir, doblo la frente
Y llevo el corazón despedazado,
¡Cáliz de hiel que desbordar se siente!
Los nobles sentimientos que han formado
Hasta hoy mi juventud, ¡no más aliente!…
Sin porvenir, sin esperanza alguna,
Morirán, como un águila en su cuna!

CANTILENA

Cuando el ángel de la vida
Te trajo al mundo tan bella.
Pálida, pura, dormida
Surgió en el cielo una estrella.
¡Oh! déjame, bien querido,
(Perdona si así te llamo)
Deja decirte al oído
Que te amo.

Es vaga si se te nombra
La armonía de la fuente;
No tiene el cielo una sombra
Tan pura como tu frente.
¡Oh! déjame, ángel querido,
(Perdona si así te llamo)
Deja decirte al oído;
¡Yo te amo!

¿POR QUÉ?

Mil veces triste en mi abrasada mano
Mi frente joven recliné abatida;
Y he preguntado a mi conciencia en vano
El último secreto de la vida.
¿Por qué el hombre y un Dios? –Siempre ese arcano
Quise sondear, y la razón perdida,
Sin fe ni luz, retrocedió aterrada
Ante el vértigo horrible de la nada.

Y otra vez, a los dieciocho años,
Se dobla entre mis manos mi cabeza,
Sacudida por vértigos extraños,
Bajo el peso fatal de la tristeza.
De mi niñez recorro los engaños,
De mi infancia las horas de pureza,
Y viendo huir mi juventud florida
Me pregunto sonriendo: – ¿qué es la vida?

¿Por qué vivo? ¿Qué soy? – Nací del seno
De una mujer que me llamó su hijo,
Y cuyo labio de ternura lleno
Besó mi frente y mi existir bendijo.
¿Mas dónde voy? ¿Por qué tras de este cieno
Llevo el anhelo de otro mundo fijo,
De bien sin mal, y me revelo insano,
Contra el destino del linaje humano?

¿Por qué se pasan mis floridos días
Buscando el porvenir de lo presente,
Y no busco las vanas alegrías
Tras las que va la juventud demente?
¿Por qué creo quimeras y armonías
Conque delira el corazón ardiente
Y de la noche, obscura y solitaria,
Pláceme oír la funeral plegaria?

¿Por qué ante el cielo mis fantasmas bellas
Evoco desde el seno de mí mismo,
Y al pálido fulgor de las estrellas
Pensando en Dios y en su poder me abismo?
¿Por qué siguiendo las fugaces huellas
De esos astros sin fin y sin guarismo
Hallar la clave, en su armonioso vuelo,
De la existencia y lo infinito anhelo?

¿Por qué gasto las horas de mi vida
Ansiando triunfos y soñando amores
O en las memorias de mi edad perdida,
Mezcla fatal de lágrimas y flores?
Y rota fibra apenas desprendida
Del arpa universal de los dolores
¡Oh! ¿por qué es, si aun a vivir
Empieza,
Mi corazón un himno de tristeza?

¿Por qué cual los demás indiferente
No corro en pos de la mundana escoria
Y me devora esta ansiedad, ardiente
Sed de llenar el porvenir de gloria?
¡Ah! ¿por qué sueña mi abrasada frente
Con un renombre enaltecer la historia
Y, pobre insecto de la raza humana,
No me conformo con morir mañana?

PASIÓN

Fundió Dios el firmamento
Azul, en noche tranquila,
Con la luz de astros sin cuento;
Condensólo y, ¡oh portento!
Hizo tu dulce pupila.

Cuando en el valse revuelta
Tu falda de aéreo encaje
Pasa ante mí, vaga y suelta,
Se va toda mi alma envuelta
En las ondas de tu traje.

Ola de aroma es tu aliento,
Mi altar el sitio que pisas,
Tu rostro mi firmamento,
Mi aurora tu pensamiento
Y mi iris tus sonrisas.

Tu voz es música que encanta,
Tu corazón fresco azahar,
Y tu alma… cual hostia santa
Que el sacerdote levanta
Ante el ara del altar.