Poetas

Poesía de España

Poemas de Luis Feria

Luis Feria fue un destacado poeta español nacido en Santa Cruz de Tenerife el 18 de octubre de 1927 y fallecido en la misma ciudad el 28 de febrero de 1998. Es reconocido como una de las voces más relevantes y genuinas de la Generación del 50, junto a poetas como Claudio Rodríguez, Vicente Núñez y Antonio Gamoneda.

Realizó sus estudios en Farmacia y Filosofía y Letras en Madrid, donde residió durante casi treinta años. En 1978, regresó a su isla natal y llevó una vida retraída y solitaria. Su obra poética se divide en dos etapas: la primera comprende los libros «Conciencia» (1962, Premio Adonáis), «Fábulas de Octubre» (1965, Premio Boscán) y «El funeral» (1965); y la segunda etapa, que surgió tras un largo silencio, incluye los libros «Calendas» (1981), «Clepsidra» (1983), «Salutaciones» (1985), «Subrogación de Sor Emérita y otros prodigios» (1987), «Del amor» (1988), «Cuchillo casi flor» (1989), «Casa común» (1991, finalista del Premio Nacional de Poesía), «Seis querellas de amor» (1991), «Arras» (1996) y «Bestiario» (1999).

Además de su poesía en verso, también escribió dos obras en prosa poética: «Dinde» (1983) y «Más que el mar» (1986, finalista del Premio Nacional de Poesía). Estas obras son consideradas joyas literarias que reflejan los sentimientos de la infancia. En 1993, recibió el Premio Canarias de Literatura en reconocimiento a su destacada trayectoria.

Luis Feria fue un poeta que buscó la esencia de las cosas, la pureza del lenguaje y la belleza de las formas. Su poesía es una exploración del misterio de la existencia, una celebración del amor y la vida, y una expresión de la soledad y la melancolía. Su estilo se caracteriza por su precisión, musicalidad y originalidad. Su voz es una de las más singulares y profundas de la poesía española del siglo XX.

A la lenta caída de la tarde

A la lenta caída de la tarde
amar la vida largamente es todo
el oficio del hombre que respira.
Alzar la mano y detener el cielo.
Destino de la luz, nunca te acabes.

Poeta anónimo

No sé quién eras; puede que yo mismo;
fui plural una vez.
Al leerme me leo;
en la rueda del tiempo vuelvo a ser.

A una muchacha

Si alguien sabe qué puede destruir a la muerte,
qué puede cercenar su mano vengativa,
venga ahora y lo diga cuando estamos a tiempo
de rechazar su fuego que cada vez se aumenta.

Si alguien supiera detener al tiempo
lo diga en este instante.

Cuando toque tu piel el daño no hay remedio;
será como el aceite que se extiende
y no puede volver al vaso donde estuvo.

Donde vivió la rosa vivirá para siempre
una raíz callada.
Donde el rumor de guijas por el río
silbará sólo el aire llorando por los huesos.

Que nadie escuche el ruido de lo que se destruye
si nada puede hacer por evitar la ruina.
Mejor venga la muerte y te corte de un tajo
y te transplante así donde nadie te vea
que no este grano a grano deshacer tu hermosura.