Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Luis Vidales

Luis Vidales fue un poeta, periodista y político colombiano, nacido en Cali en 1904 y fallecido en Bogotá en 1990. Se le considera uno de los principales representantes del vanguardismo literario en Colombia, así como un activo militante comunista y defensor de los derechos de los trabajadores.

Su obra más conocida es Suenan timbres (1924), una colección de poemas que rompe con las formas tradicionales de la poesía y expresa una crítica mordaz a la sociedad burguesa, al imperialismo y a la religión. En este libro, Vidales utiliza el humor, la ironía, el collage y el lenguaje cotidiano para crear una poesía original y provocadora.

Además de Suenan timbres, Vidales publicó otros libros de poesía, como Poemas humanos (1939), Canto a España (1937) y Poemas de la paz (1958). También escribió ensayos, artículos y crónicas sobre temas políticos, culturales e históricos, que se recogen en obras como El arte y la revolución (1935), La cultura en Colombia (1944) y La vida de Jorge Eliécer Gaitán (1978).

Vidales fue un hombre comprometido con su tiempo y con las causas populares. Participó en la fundación del Partido Comunista Colombiano, del que fue dirigente durante varios años. Fue diputado, senador y candidato a la presidencia de la República. También fue fundador y director de varios periódicos y revistas, como El Tiempo, Semana y Voz Proletaria.

Su vida estuvo marcada por la persecución política, el exilio y la cárcel. Sin embargo, nunca renunció a su ideología ni a su vocación poética. Su obra es un testimonio de su lucha por una Colombia más justa, libre y democrática.

Oración de los bostezadores

Dedicado a Leo Le Gris-Bostezador

Señor.
Estamos cansados de tus días
y tus noches.
Tu luz es demasiado barata
y se va con lamentable frecuencia.
Los mundos nocturnales
producen un pésimo alumbrado
y en nuestros pueblos
nos hemos visto precisados a sembrarle a la noche
un cosmos de globitas eléctricas.
Señor.
Nos aburren tus auroras
y nos tienen fastidiados
tus escandalosos crepúsculos.
¿Por qué un mismo espectáculo todos los días
desde que le diste cuerda al mundo?
Señor.
Deja que ahora
el mundo gire al revés
para que las tardes sean por la mañana
y las mañanas sean por la tarde.
O por lo menos
-Señor-
si no puedes complacemos
entonces
-Señor-
te suplicamos todos los bostezadores
que transfieras tus crepúsculos
para las 12 del día.
Amén.

El hueco

Mis versos dicen.
Hueco
único sitio habitable.
Casas.
Casas.
Casas.
Huecos interrumpidos por paredes y puertas.
Huecos divididos en cuadros.

Mi vida
mi vida transeúnte
está llena de las troneras
de las horribles cavernas
que las casas les hacen a los huecos.

Y ya no puedo
borrar en mí la sensación
de los huecos de la ciudad
encerrados en los cajones de los cuartos.

El paseo

El cielo espejea entre los árboles.
Los árboles se imaginan
que están a orillas de un lago color violeta.
Nosotros advertimos el engaño
y a grandes voces espantamos a los árboles
como si se tratara
de unos altos pájaros verdes
que hubieran escondido
en el plumaje
la otra pierna.

Cuando volvemos a casa
empieza a holgar en mi cabeza
el sombrero de copa de la noche.

En el café

El piano
que gruñe metido en un rincón
le muestra la dentadura
a los que le pasan junto.
La bomba eléctrica
evoluciona su luz
en el espejismo de mis uñas
y desde la mesa
donde una copita
vacía
finje
burbuja
de aire
solo -a grandes sorbos-
bebo música.
En neblinas de vapor
van pasando ante mis ojos
los sopores de Asia…
Siento que anda por mi sangre
el espíritu de las uvas
del Mediodía…
y cuando los alambiques de la orquesta
dejan de filtrar
el alma ebria
-que le da por tornasolarse
en el azul de los sueños-
se interna por la callejuela tortuosa
de un cuadrito
colgado a la pared.

El teléfono

El teléfono es un pulpo que cae sobre la ciudad. Sus tentáculos se
enredan en las casas. Con las ventosas de los tentáculos se chupa las
voces de las gentes. De noche -se alimenta de ruidos.

La música

En el rincón
oscuro del café
la orquesta
es un extraño surtidor.
La música se riega
sobre las cabelleras.
Pasa largamente
por la nuca
de los borrachos dormidos.
Recorre las aristas de los cuadros
ambula por las patas
de los asientos
y de las mesas
y gesticulante
y quebrada
va pasando a rachas
por el aire turbio.
En mi plato
sube por el pastel desamparado
y lo recorre
como lo recorrería
una mosca.
Intensamente
da vueltas en un botón
de mi dorsey.
Luego -desbordada-
se expande en el ambiente.
Entonces todo es más amplio
y como sin orillas…
Por fin
desciende la marea
y quedan
cada vez más lejanas
más lejanas
unas islas de temblor
en el aire.

Las hojas

El viento vira en los aires
sobre la hélice de la hoja.
Nadie ha visto el viento
pero las hojas van señalando su rumbo.
Da tristeza.
Para que el vuelo de las hojas
fuera a su gusto
todas deberían ir provistas
de motorcitos de mariposa.