Poetas

Poesía de Chile

Poemas de María Elvira Piwonka

María Elvira Piwonka (1942-2019) fue una poeta chilena que se destacó por su obra lírica y testimonial, marcada por la experiencia del exilio y la búsqueda de la identidad. Su poesía se caracteriza por una voz íntima y confesional, que explora temas como el amor, la soledad, la memoria y la muerte.

Nació en Santiago de Chile en 1942, en el seno de una familia de origen polaco. Estudió pedagogía en inglés en la Universidad de Chile y se dedicó a la docencia y la traducción. En 1973, tras el golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende, se exilió en Venezuela junto a su esposo y sus dos hijos. Allí trabajó como profesora universitaria y colaboró con diversas revistas literarias.

Su primer libro de poemas, «La noche del viajero» (1978), fue publicado en Caracas y refleja el dolor y la nostalgia del destierro. En 1984, regresó a Chile y continuó su labor poética y docente. Publicó otros libros como «El jardín de las delicias» (1986), «La casa vacía» (1991), «El libro de Ruth» (1996) y «La sombra del padre» (2003). Su obra ha sido reconocida con premios como el Premio Municipal de Literatura de Santiago (1992) y el Premio Altazor (2004).

María Elvira Piwonka falleció en Santiago el 23 de agosto de 2019, a los 77 años. Su legado poético es una muestra de la sensibilidad y el compromiso de una mujer que vivió intensamente su tiempo y su historia.

Busco el límite

Busco el límite.
Escudriño afanosamente el silencio.
Desmesurados, abro los ojos
en el aire negro.

Vago toda una noche larga
y no lo encuentro.
Como una honda ciega,
con ímpetu lanzo mi grito al misterio;
rebota en el vacío,
nunca lo encuentro.
Entre ausencia y presencia
¡qué límite pequeño!

Leve

Ha caído la tarde,
melancolía leve
del alma que se empina
sin saber lo que quiere.

Vago ensueño de amor
que en nadie se sostiene,
enlazado al perfume
de una rosa de nieve.

Silencio que a hurtadillas
va por la bruma tenue,
escarpines de calm
abandona en la fuente.

El corazón se respondió
al ala, y se aceceece
meciéndose en el alto
de la ramita verde.

El sueño que yo sueño,
la tarde lo entiende.

Ronda Amarga

“Mi niño tostado
de sol y aire puro,
húmedo de mar
su cabello oscuro,
el cielo anidando
los ojitos suyos.

Más que los claveles
mi niño rosado.
Su fresca alegría
florece en los prados.

Me ensanchan la vida
sus abiertos brazos.

Callada la risa
y los pies tranquilos
la ronda en espera
que sane mi niño.

Muy quieto mi ángel
más blanco que un lirio,
marchitas las flores
en el aire tibio.
Cerrados sus ojos
¡y no está dormido!”

Gris

Estas pálidas tardes
de gris adormecido
sobre el hálito suave
de los campos sumisos.

Este silencio errante
por los cerros heridos
con el clamor exangüe
de los acres espinos.

Estas tardes que esparcen
el sabor del olvido.

Azul

Estas tardes enhiestas
de perfil dilatado
sin viento en la pradera,
sin nube en el espacio.

Esta azul transparecia
y este vacío alado,
y esta luz que se aleja
estirando a su paso

la plegaria serena
y limpia de los álamos,
y en esa primera estrella
que se incrusta en lo alto,
inmensamente acercan
aquel amor lejano…

Oro

Estas cálidas tardes
con fragancia de espino,
abiertas como un suave
ramillete amarillo

sobre el ancho velamen
ondulante del trigo,
y este dorado oleaje
que, del cielo tranquilo

desciende junto al valle
con sus oros más tímidos,
dan sordina al encaje
de un prolongado trino…

¡Y escucho en los trigales
florecer mis suspiros!

Fuego

Estas tardes que hieren,
con su fuego encedido,
ls estáticas nieves
y el horizonte esquivo.

Sangre que permanece
como un río en el río
y alza huellas ardientes
en el pardo camino.

Rojo que se anochece,
voraz y estremecido,
coronando las mieses
de amapolas y cirios.