Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Miguel W. Garaycochea

Miguel Wenceslao Garaycochea, poeta, político y matemático peruano nacido en 1815 en Arequipa, trasciende como una figura multifacética en la historia literaria y política de su país. De origen humilde, su espíritu inquieto y su pasión por el conocimiento lo llevaron a explorar diversos campos del saber.

Sus primeros años estuvieron marcados por la búsqueda del saber en los claustros del Colegio San Francisco y el Seminario de San Jerónimo en su amada Arequipa. Sin embargo, fue en la Universidad Nacional de San Agustín donde Garaycochea floreció, graduándose como bachiller y doctor en derecho en 1838. Su incansable curiosidad lo llevó también a obtener el título de abogado, demostrando su capacidad para abrazar múltiples disciplinas.

Como docente, Garaycochea compartió su conocimiento en derecho, filosofía y matemáticas en su alma mater, el Colegio San Francisco. Más tarde, en 1845, asumió la dirección del prestigioso Colegio Nacional San Juan de Trujillo, consolidando su reputación como educador y líder intelectual en la región.

Sin embargo, su influencia se extendió más allá del ámbito educativo. Garaycochea incursionó en la política, representando a la provincia de Chachapoyas como diputado en el Congreso Constituyente de 1860. Su participación en la elaboración de la Constitución de 1860 dejó una huella perdurable en la historia política de Perú.

Pero no podemos olvidar su legado en el campo de las matemáticas, donde sus investigaciones sobre la trisección del ángulo, la duplicación del cubo y el cálculo binomial lo situaron como una figura destacada en la historia de la disciplina. Su nombre perdura en obras de renombrados matemáticos peruanos, como Roberto Velásquez López y Jorge Cabrera Tapia, así como en textos de enseñanza secundaria.

Miguel Wenceslao Garaycochea, un hombre cuyo legado trasciende las fronteras del tiempo, sigue siendo recordado como un símbolo de erudición, dedicación y pasión por el conocimiento en el vasto panorama intelectual del Perú.

Como tremendo rayo

Como tremendo rayo que impaciente
de verse en opresión, rompe furioso
el seno de la nube y desdeñoso
de la alta esfera baja reluciente;

e infundiendo terror al insolente
ilumina y no daña al que medroso,
en medio del silencio tenebroso,
perdió la senda y huye de repente;

así este héroe inmortal de eterna fama
viene y aterra al opresor cobarde,
alumbra nuestra dicha, nos inflama

del entusiasmo patrio que en él arde,
y cuando «Libertad» su voz proclama,
muere aún haciendo del morir alarde.

¿Qué fuego, ¡ay! Dios…?

¿Qué fuego, ¡ay! Dios, acá en el pecho siento?
¿Qué poderío tiene aún en mi mente?
¿Qué incendio que me hiela de repente
y hielo que me abrasa en el momento?

¿Qué agrado que me causa gran tormento
y pesar que me agrada fuertemente?
¿Qué dulce vida que amo diligente
y muerte amarga es ya la que sustento?

¿Qué herida es esta igual con el remedio?
¿Qué tormenta que al mismo tiempo es calma?
¿Y qué deleite parecido al tedio?

Este incógnito mal que sufre el alma
es efecto de amor, que en el asedio
que hizo a mi voluntad, ganó la palma.

Anacreónticas V

Pobre soy, nada tengo

Pobre soy, nada tengo,
miserable es mi vida;
pero a pesar de todo
paso tranquilos días.
Apolo que protege
a quien Fortuna priva
de sus avaros dones,
tal vez con injusticia;
generoso me ha dado
una pequeña lira
para que, en dulces ocios,
celebre a mi querida.
Tengo amor; soy pagado
tal vez con demasía;
y de mortal alguno
¿envidiaré las dichas?
Surque los anchos mares
quien no tema sus iras;
y el que tesoros quiera
sepúltese en las minas.
Que por la plata toda
que en el Perú se cría,
no cambiaré yo nunca,
ni mi amor, ni mi lira.

Anacreónticas VI

Mucho más que el avaro

Mucho más que el avaro
su riqueza escondida
amo yo, fiel Ernesto,
mi compás y mi lira.
En vano, pues, intenta
tu amistad comedida
persuadirme a que deje
mi soledad tranquila.
En el mar proceloso
de pretensiones míseras
bogar feliz no puede
mi pequeña barquilla.
Demasiado conozco
las propensiones mías;
no nací, no, mi Ernesto,
con ambiciosas miras.
Guárdense los caudales
para quien los codicia,
y obtenga los destinos
el que los solicita:
que yo sólo deseo
modesta medianía,
donde manejar pueda
mi compás y mi lira.

Anacreónticas III

A la espléndida mesa

A la espléndida mesa
de Jove poderoso
asistieron un día
los inmortales todos;
y al paso que, entre brindis
y conceptos graciosos,
del néctar delicado
saboreaban los sorbos,
cada cual se preciaba
de franco y generoso,
y de ser insensible
al influjo del oro.
Mercurio, por echarles
su vanidad en rostro,
al descuido, en la mesa,
arroja su tesoro.
Y Venus se sonríe;
Ceres abre los ojos;
Marte desfrunce el ceño;
se sobresalta Apolo;
Minerva, por prudencia,
atisba de reojo;
y Vulcano se acerca,
aunque taimado y cojo.
Del seno de su madre;
como muchacho loco,
el Amor, al dinero
se lanza sin decoro,
y solamente Baco,
en profundo reposo,
ni pestañeó siquiera,
porque estaba beodo.
El Interés, entonces,
recogió su tesoro,
y en su interior se dijo:
Ya los conozco a todos.

Yaravíes V

Del silencio imperturbable

Del silencio imperturbable
la lobreguez pavorosa
y el negro manto,
rodearán en todo tiempo
la existencia de un viviente
desesperado.

Y ya que no hace impresión
en tu diamantino pecho
mi triste llanto,
compasivo me arrebate
donde desprecios no vea,
el sueño largo.

De la trémula campana
el melancólico toque,
fúnebre y tardo,
dará fin a los tormentos
de un existir tan penoso,
cruel y tirano;

pues mientras pueda vivir,
y mientras la luz del día
hiera mis párpados,
de los tiros insufribles
de la suerte más perversa
he de ser blanco.

Y sólo en la tumba fría,
cuando se extinga la hoguera
de amor en que ardo,
cesarán de atormentarme
los desdenes de una ingrata
a quien tanto amo.

Endechas I

¡Adiós, mi dulce sueño!

¡Adiós, mi dulce dueño!
¡Adiós! Ya que la suerte
de tus hermosos ojos
separarme pretende,
porque en su saña injusta me aborrece.

¡Adiós, vida del alma!
¡Adiós, y para siempre!
Que en esos tristes climas
la pena de no verte,
sin duda alguna, me herirá de muerte.

¡Adiós! Yo te agradezco,
cual debo, los placeres
que, en días más dichosos,
me concediste siempre
sin pensar, tal vez, ¡ay!, que yo me ausente.

Amar nunca sabrían
los que apartarme quieren
del único embeleso
que hacerme feliz puede;
por eso ordenan que de ti me aleje.

De mis lágrimas tristes,
tiranos, no se duelen;
y sólo tú, benigna,
te afliges, compadeces,
y la honda herida de mi pecho adviertes.

En tu seno, los mares
que estos mis ojos vierten
recibe, pues, que el pecho
contenerlos no puede
al pensar que ya nunca podré verte.

Pero mi afecto síncero
no olvidarte promete,
aunque en climas extraños
vida infelice aliente…
¡Adiós, mi vida!… ¡¡adiós!!… ¡¡oh suerte!!…

Verdad, querida Nise

Verdad, querida Nise,
que te agradan mis versos,
tanto porque son míos,
como porque son bellos?
Tan urbana lisonja
en el alma agradezco,
que en tus preciosos labios
vale mucho un requiebro.
Pero si, por fortuna,
te han parecido buenos,
cómpramelos, bien mío,
que no es muy alto el precio:
una tierna caricia
vale cada soneto;
una endecha, un abrazo;
cada canción, un beso.
Y verás como entonces
arrebatado mi estro
produce en abundancia
delicados conceptos:
que el premio fertiliza
los áridos talentos,
y las musas acuden
al olor del incienso.

Desgraciados ojos míos

I

Desgraciados ojos míos
que mirasteis sin recelo
la hermosura donde Amor
estaba, cruel, encubierto;

justo es que, mísero, pagues
tan fatal atrevimiento,
y que resignado sufras
los martirios, los tormentos.

Amor ya con mil cadenas
mi albedrío tiene preso,
y cruelmente le maneja
por donde quiere mi dueño.

Aunque os deshagáis en llanto
no escuchará tu lamento;
aunque gimas y suspires
tu mal no tiene remedio.

Pronto, pues, venga la muerte
y os eclipse con su velo…
Pero no, quizás tus penas
se acabarán con el tiempo.

Es mi pecho calabozo

Es mi pecho calabozo
de tormentos y pesares;
mis labios, los del silencio,
que no aciertan a quejarse.
¿Dónde está mi dicha antigua?
¿Dónde mi ventura grande?
¡Ay amor! Que yo le busco
y jamás puedo encontrarle.
Una ingrata a quien rendido
tuve mi pecho constante
me causa hoy la desventura
que no puede imaginarse.
Después de tantas promesas,
de expresiones tan amables,
de halagüeñas esperanzas
y de un querer tan estable;
después de que yo por ella
he sufrido fieros males,
escoge la incierta dicha
que le ofrece un nuevo amante.
¿Pero qué esperar debía
de un corazón tan infame?
Ingratitud y mudanzas,
desprecios, desdén y ultrajes.

Era feliz en el tiempo

Era feliz en el tiempo
que, ignorando del amor
el poderío,
pensaba jamás rendirme,
ni dejarme seducir
de su atractivo.

Disfrutando de la infancia
los placeres, que volaron
ya fugitivos,
nunca pensé que a la dicha
sobreviniesen, tan pronto,
tantos martirios.

Pero lo contrario siento
desde aquel fatal instante
en que Cupido
disparó su aguda flecha
contra el infelice blanco
de mis sentidos.

Desde entonces la alegría
huyó de mi triste pecho
cruelmente herido;
y desde entonces no puedo
disfrutarla un solo instante,
pues la he perdido.

Lloraré, pues, mi desgracia;
lamentaré mi pesar,
pues no hay alivio,
mientras no se compadezca
aquella beldad tirana
por quien yo vivo.

Paranomasia

¿Ya piensas en casamiento
porque tu fortuna escasa
te ha dado una… que no es casa,
pues si digo casa miento?
¿Quieres que se menoscabe
tu dicha por este empeño,
y a tu honor, que se halla en peño,
no le das al menos cabe?
No dejes ningún contrato;
ditas y haberes concuerda;
y después lo harás con cuerda,
resolución y con trato.
Es digno de compasión
quien, sin saber, se encadena,
y su albedrío en cadena
ciego pone con pasión.
Escudriña tu conciencia;
con ella ponte en contacto;
que al matrimonio con tacto
se debe ir, y con ciencia.
No te lleves del donaire
ni del garbo te enamores,
que quien así es en amores
tiene el nombre de Don Aire.
La hermosura sufre estrago,
la experiencia nos lo enseña,
dejando fastidio en seña,
que en dos amantes es trago.
En la juventud florida
siempre el amor nos congracia,
pero nos burla con gracia
en siendo ya su flor ida.
Genio y honradez comprueba
en tu mujer, sabiamente,
pues no es de una sabia mente
quien todo no hace con prueba.
No dejes con modo expreso
que te trate como esclavo,
que una mujer tal es clavo
y cárcel donde uno es preso.
En fin, si el olvido entierra
la pasión que es fementida,
cuando no es la fe mentida
y hay virtud, no cae en tierra.
Al darte yo el parabién,
pienso me he de complacer
si te casas con placer
y te casas para bien.

Advertencia IV

Muero de amor

Muero de amor, y deseo
que mi muerte se dilate
por gozar de la agonía
los prolongados instantes.
De mi dolor el remedio
pudiera estar en que yo hable,
mas, como el mal me deleita,
tengo miedo en declararme;
pues, si soy correspondido,
sucederá que se acabe
con la posesión el gusto,
que en el deseo es durable;
y si no, con mi esperanza
fenecerán los pesares
que producen en mi pecho
sensaciones agradables.
De modo que, en tal estado,
vida ni muerte me place,
pues que viviendo o muriendo
mi gusto actual se deshace.
Entre la vida y la muerte
quiero, pues, un medio estable,
el medio es: estos momentos
de agonía deleitable.

Endechas II

Ingrato dueño mío

Ingrato dueño mío
en cuyo pecho esconden
el océano, sus iras;
su dureza, los montes;
oye mis quejas, oye mis voces.

Quieres más bien, tirana,
que un extraño te goce
y no aquél que idolatra
tus peregrinas dotes,
gracia, donaire y aun disfavores.

¿Olvidas tantos años
de firmeza y de amores;
y de las prendas mías
permites que se adorne
quien ni te estima, ni te conoce?

¿Porque cruel la fortuna
me deniega sus dones,
me dejas, inhumana,
y otro amador escoges,
rico en dineros, en virtud pobre?

Permita el justo cielo
que no te ame, y le adores;
que por su mal suspires,
y por su ausencia llores
días y noches sin que reposes.

Que jamás le contentes,
y que siempre le enojes;
y si has de aborrecerlo,
que harto tiempo le goces;
y que te lleguen mis maldiciones.