Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Rómulo Bustos

Rómulo Bustos Aguirre (nacido el 5 de septiembre de 1954 en Santa Catalina, Bolívar) se erige como un distinguido escritor, poeta y ensayista colombiano. Inmerso en la exquisita profundidad de la palabra, su camino literario se vio coronado en 1993 con el galardón del Premio Nacional de Poesía otorgado por el Ministerio de Cultura.

Educado en Derecho, Ciencias Políticas, y con estudios en Literatura Hispanoamericana y Ciencias de las Religiones, Bustos Aguirre amalgama un entendimiento diversificado. Su poesía, de trazo pausado, extrae su esencia del paisaje y los matices de su tierra natal. Dotada de lenguaje pulido, revela imágenes metafísicas, existenciales y eróticas.

Desde su cuarto poemario, «La estación de la sed», emerge la fusión de lo conversacional, lúdico y humorístico. En «Sacrificiales», Addison de Witt lo describe como «Extraordinario (…) el poeta canta a lo pequeño. Con la mirada de niño, de buen poeta, mira a la naturaleza y lo cotidiano y nos saca de donde nos ha metido en un solo verso, lo diario mezclado con veces un humor salvífico, a veces una religión de nuevo propia convertida en poesía, la poesía a su vez como sacramento.»

Su legado literario se condensa en diversas recopilaciones, como «Palabra que golpea un color imaginario» (1996) por la Universidad Internacional de Andalucía, «Oración del impuro» (2004) por la Universidad Nacional de Colombia, y la notable «La pupila incesante: Obra poética [1988-2013]» (2013) por la Universidad de Cartagena.

Actualmente, Bustos Aguirre, forjador de mentes literarias, imparte su conocimiento como profesor de literatura en la Universidad de Cartagena. Su poesía, un tributo al alma caribeña, continúa deleitando los corazones y alzando vuelo en cada verso que escribe.

Palenqueras

Mujeres grandes que llevan
tesoros blancos en los dientes
Sentadas parloteando en lengua extraña
como enormes diosas ya olvidadas
Acaso mejor que el sabio
conozcan sus cabezas
el peso exacto de las cosas del mundo

Costumbre de río

Morir ahogado no es solo costumbre de río
El polvo al polvo. El polvo al agua
Quizás en otro barro amasado

Poiesis

Cada mañana
con las calladas maneras de la ostra
reconstruyes con esmero
tu pequeño dios
a la medida de tu ignorancia
a la perfecta altura de tu abismo
Ínfima o deforme, te dices
una perla bien puede merecer el esfuerzo

El corazón es un cuenco sediento y extraño

El corazón es un cuenco sediento y extraño
Toda el agua del cielo cabe en él
sin derramarse
Nunca se colmaría aunque lloviera
todo el cielo
Aunque todo el cielo se derramara
como una cosecha de llanto

Hay alguien que yo sé morándome

a J. Arleis

Hay alguien que yo sé morándome
Arrastra sus alas de ángel sonámbulo
como quien busca una puerta
entre largos corredores
Triste de sí
Pulsando inútil las cuerdas más dulces
de mi alma
Quizás me existiera desde siempre
¿De qué ancho cielo habrá venido
este huésped que no conozco?

Monólogo del verdugo

Cuando el rey baja la mano
debo entender que hay que aniquilar a la víctima
Si la deja a media asta
se trata entonces de una mutilación simple
Si un poco más abajo de una mutilación doble
Ignoro si alguna vez ha levantado la mano
absolutorio
Diarias son las inmolaciones. Los días
no son menos violentos que las noches
¿Llegará un descanso para mi fatigado brazo?
En verdad no soy mejor ni peor
que el resto de los mortales

Cotidiana

La hermana pasa lentamente la escoba sobre el pequeño tumulto
de las hormigas
y no cesa de asombrarse de lo rápidas que acudieron
al saltamontes inesperadamente caído del techo
—Parece que supieran —dice
Cuánta minúscula y moviente voracidad sobre el cuerpo muerto
Cuánto vértigo de pinzas trincando, desgarrando, cargando
victoriosamente el animalejo
Algo las llama —insiste sabiamente la hermana
Yo nada digo
Yo aparto los pies y dejo barrer
mientras miro la desorientación de las hormigas
que ahora no parecen saber tanto

Habitas inmovil

todos los puntos de la Rosa
Así
como un ángel de Swedenborg
siempre estoy mirando el rostro de Dios

La cena meritoria

a Nelson Romero Guzmán

El día del juicio
comparecerán todos con sus escudillas
reclamando la porción de la cena que les ha sido prometida
Incluso los injustos
Que somos todos
Incluso los animales
Ellos que siempre fueron la cena
Acaso la infinita Misericordia
decida en ese momento darle al cervatillo la parte del león
Crear una forma meritoria del infierno
donde por el resto de la eternidad se invierta la etiqueta
y los comensales pasen a ocupar el centro de la mesa
el privilegiado lugar de los comidos
He aquí la justa furia del cordero

Crónica de la madre

Dios creó las seis de la mañana para que la madre
despierte
Y nosotros podamos recoger los mangos
caídos durante la noche
Cuando el aire es todavía un secreto
dicho en voz muy baja por la sombra
Ramiro encuentra los más grandes y los muestra
Pequeños trofeos recogidos en la más dulce guerra
entre los hermanos
La madre atiza el día y suelta los olores
Sobre las cuatro patas de la mesa como un animal manso
las hojas del bijao abren su fruta humeante
Desayuna el mundo

Tortuga

Sobre su caparazón inútil
dibuja su ajedrez el tiempo
como un niño
que traza inocente su rayuela