Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Serafina Núñez

Serafina Núñez nació en La Habana el 14 de agosto de 1913, con el nombre completo de Mercedes Serafina Núñez de Villavicencio y Ortiz. Se graduó de maestra normalista en 1936 y luego inició estudios de Pedagogía en la Universidad de La Habana, que no llegó a terminar. Se dedicó a la docencia de enseñanza primaria desde 1945 hasta 1969.

Su carrera literaria comenzó gracias al apoyo del poeta español Juan Ramón Jiménez, quien la incluyó en su antología La poesía cubana en 1936 y le financió la publicación de su primer libro, Mar Cautiva (1937). También le prologó su segundo libro, Vigilia y secreto (1942), y mantuvo con ella una estrecha amistad y correspondencia hasta su muerte.

Serafina Núñez cultivó una poesía lírica, intimista y musical, influida por el modernismo y el simbolismo. Sus temas principales fueron el amor, la naturaleza, la soledad y la muerte. Entre sus obras destacan Isla en el sueño (1938), Paisaje y elegía (1944), Los reinos sucesivos (1992) y En las serenas márgenes (1998).

Su obra recibió el reconocimiento de la crítica y de otros escritores como Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Fina García Marruz o Roberto Fernández Retamar. En 1995 obtuvo el Premio Nacional de la Crítica Literaria. En 2001 fue invitada a la Feria Internacional del Libro de Miami, donde compartió con autores como Mario Vargas Llosa o V.S. Naipaul.

Serafina Núñez falleció en La Habana el 14 de junio de 2006, a los 92 años de edad. Su legado poético es uno de los más valiosos y representativos de la lírica cubana de todos los tiempos.

Poema de vigilia

Escribo en la noche susurrante y ajena,
en esta calle mía agresiva y ruidosa
como plaza de Roma colmada de peregrinos espectaculares
y comerciantes pregoneros.
-El sueño es un ciervo que huye en lentos espirales-
Escribo en esta noche incitante y extraña;
a mi lado el color feliz de la quimera,
besa mis párpados,
araña las paredes,
penetra los poros,
se pierde en altos cielos…
Escribo en esta noche de inesperados laberintos:
en su penumbra,
como ascuas, espejos vigilándonos,
los rostros de los amados muertos,
los rostros de los vivos,
los innumerables rostros de la vida
y sus variados universos.
Escribo en esta noche lenta, envolvente como una profecía,
en la infinita vigilia de sus astros…
Mis palabras habitan la soledad.

Mar cautiva

Alta orilla de trino desnudado,
tierna a la espuma de mi mar cautiva
(río, pluma, canción), ¡mi rosa viva
ya abierta entre su viento libertado!
Pleamar a las barcas de mi empeño
con rumbo cierto a puerto vislumbrado,
brújula exacta a norte adivinado,
al nido, al astro, al ruiseñor, al sueño…
Primavera de manos amapola
presa en el fijo espejo de mi ola;
voz afilada en cósmicos delirios.
Luna encendida entre mi inmóvil agua
hecha al reflejo puro de mi fragua;
yo, ¡amanecida eterna entre tus lirios!

A un ruiseñor amaneciendo

Dulce señor del reino que enamora
inventando la estatua del desvelo
por el agua sin fin donde ya es vuelo
la partida granada de su aurora.

¿Para la alcoba de qué dios implora
el herido diamante de ese cielo
goteando en tu garganta?…¿Qué alto
tu canto muda en brasa, y fluye y dora,

alba perfecta en música inaudita,
y sostiene las ideas del rocío
y detiene la muerte a su albedrío?

Un ángel en tu voz alza su coro
y en las serenas márgenes habita,
en pura nieve derramado oro.

Versos al tiempo

El tiempo es un esquivo dromedario
que busca sus oasis en las almas.
Es el dios inflexible y desvelado,
habla un idioma siempre diferente.
Su majestad nos viste de cenizas.
Devora posesiones, embelesos, presencias;
apaga el esplendor de los augurios,
y nos ofrece como frutos secos
a la muerte.

Canción del tenaz alborozo

Si, bien lo sé,
el tiempo de mi llanto es tan antiguo:
pero los ojos resisten como gemas el fuego
consumiendo la vasta llanura de la tristeza.
Islas de la esperanza se niegan al ardiente conjuro
sin embargo, a veces
ellas parecen aletear en mi sangre.
Sube desde las venas el alborozo de sus seguras selvas,
me inunda el verde de la palabra por nacer,
el tacto de las terrestres cosas
rinde entonces sus frutos de cielo sosegado,
y la orilla del olvido se me entrega
como un rostro distante que retornara dulcemente
a la sorda música de mis miradas.
Torbellino, vorágine,
tumulto de otoños y promesas
devorando los límites del alma.
Puedo en ese instante murmurar: Dios me entiende.
El amor abre sus cien puertas cada mañana
a los huracanes y a los testigos videntes;
el hombre es una ventana
que cada alba encuentra en el alféizar
su sonrisa y su gemido.
Entonces, humildemente ruego;
islas de la esperanza, sed sordas al sollozo
yo soy ahora la de enfrente,
la que pasea por aquella esquina
de pañuelos alegres.
Desde lejos me miran las viejas tinieblas,
mis labios, mis manos, presagios, palabras,
mis temores, las voraces mentiras…
Me miran desde lejos,
se insinúan, me llaman, y yo vuelvo la espalda.
(La de enfrente se pliega en su cifra remota.)
Islas de la esperanza… Las veletas sostienen
las ciudades del mundo,
y claros hombres encienden sus hogueras
en las fronteras de la noche
recuperando el territorio virginal de la canción.
El aire es un tatuaje de luces en mi frente
y el acordado rumor del arroyo y la yerba fina
humedece recónditas gargantas.
Elabora secreta lámpara tu llama para siempre,
apegada a mi pecho siento crecer la vida.

Estancia de lo eterno

Amor de ti mi alma desdoblada
jadeando tu presencia a hez de hombres,
angustia de tu rostro la ganaba
en rara geometría y rudos cobres.

Polvo cansado por mi sien pasaba
-fechas, palomas, universos, nombres-
y el terrestre cuidado iluminaba
clima a tu reino en soledades pobres.

Amor de ti era sollozo ardiente
mordiendo el fruto de mi triste tarde.
Ahora te sello: ¡Oh huésped diferente!

Tu lluvia me desciende olor temprano,
tierno misterio entre mis venas arde
y es ya tu sombra el único verano.

Hombre y tiempo

El tiempo te vigila, te sorprende, te encarcela, te anula.
Ardemos en su llama como un frágil pabilo intrascendente;
altivo crees vencerlo. Él siempre posee el as de oro;
el reya de la corona nada facilita la derrota.
¡Ay, precarios pueblos de la nieve!
Son la única riqueza de lo eterno, hombre,
eres el fantasma de ti mismo en el instante
y apenas puedes descifrar el preámbulo
donde nacen las aguas de tu existencia.
Estás a tiempo -oyes decir a las comadres.
¿A tiempo para qué, señoras lívidas?
Ni siquiera tiempo para morir por ti dispuesto.
«Él» es el tañedor de los variados
y el de los mágicos y sublimes salmos,
el señor de paroxismos, sorpresas deslumbrantes
o funestas y de tu voluntad,
el poderoso señor de la memoria,
y tú, una gota cayendo, espléndida sonrisa acaso
del inocente sin realeza, que vendió sus juegos de existir
y se refugia en las caídas hojas de su ala
donde lo apresan las redes de lo inerte.

Jazmín de la presencia

Qué dulcísimo asombro de nube o de gacela
encendiendo, apagando, persiguiendo, ondulando,
marea gris-azul, azul-gris, rosa-tibio
clava en el aire ausente el ángel de tu ruego
y destrenza la gracia y dona olas ilesas de asustado misterio
para remos y velas.

¿En qué soplada tierra de huracanes seráficos,
por qué nieves tatuadas en el azul errante,
la inocencia del hombre, su llama imperturbable,
obedientes prodigios, y bestias y relámpagos
transparentes respiran en tu seno abrigado?

Esa comarca del rocío
que algunas veces siento pesar sobre mis párpados.
Novia del coral de ultra-cielo,
Espuma de Dios sonriente,
paloma de mis venas poseída.
Tu frente de girasol en éxtasis
llueve la deslumbrante atmósfera de una playa amorosa
donde todos podemos recoger un consuelo
como tesoros, conchas o astros por la arena.

Tu frente, que avanza provincias
donde el caballo del viento rinde sus azares.
Tu hombro reposado de arpas
para que cada criatura le tome el color a su llanto
y te lo entregue.

Tu piel centelleando de amanecidos misterios.
Tu pecho acantilado del suspiro,
tu celada mejilla donde el ámbar
nutre su cambiante raza fina.
Tus ojos fluyen entre las voces,
resbalan por las plegarias, por los gemidos
como cabellera peinada tiernamente.
Y aquí yo; te pulso alabanzas, convoco:
vengan algas, sirenas, extasiados corales,
tierras de los náufragos entreguen sus tragedias
y la paz desgarrada en húmedos remolinos,
de vacíos crepúsculos.

Vengan risueños elfos y rostros de los dioses
y su haz de tormentas;
miremos a sus manos devolviéndole al oro
la cálida vivencia,
la minúscula rosa que aletea en su cuello
y esa paloma fiel vigilándole el paso.

¡Ay temeroso cristal de mi sosiego!
Avecillas del otoño indeciso
que muere en el confín de la tarde,
sombras de mi sangre y de mi rezo,
flautas vistiendo de dulzura el aire;
vengan a este alborozo.

Yo le miro la espuma, la impalpable azucena,
el talle columpiado de musicales universos
y un hemisferio puro me invade silencioso.

Madrigal de una antigua voz

A Ramón Gainza, amigo

Cuando tu voz se pierda en las veloces
veleidades del aire,
y forme torbellinos de crepúsculos o de quemantes oros,
si todavía escucho,
si todavía al alma le impresionan los sonidos,
recordaré tus tiernas servidumbres,
tus estériles soledades
y el destino de las palabras pronunciadas.
Como si mirara un relicario
donde viviera escondido tu retrato.

Soneto

Estoy sobre tu sol y tu sonrisa.
Para mi dalia busco luz y canto
en la guitarra tierna de tu brisa
desatada en el pecho con quebranto.

Funda a mi cielo bajo tu divisa
de playa abierta y mariposa, en tanto,
fluye el rumor caliente que agoniza
en mi frente, sus alas en espanto.

Deja tu flor fluyente y veladora
en la ribera dulce que te implora
mi pez soñando por tu madrugada.

A mis palomas dale norte y flecha,
ata mis pulsos, grábame tu fecha,
y siémbrame en tu tierra desvelada.

Nocturno

En el pozo de la noche
la piel se vuelve de agua,
mientras que toda la vida
gira en esferas calladas.

En el sueño de la noche
el sueño toca sus arpas.

En el pozo de la noche
la piel se vuelve de agua:
nadie escucha, nadie entiende,
sólo la vida
como piedra muy lavada.