Poetas

Poesía de España

Poemas de Ana Rossetti

Ana Rossetti (pseudónimo de Ana María Bueno de la Peña), (San Fernando, Cádiz 15 de mayo de 1950) es una escritora española de teatro, poesía y género narrativo.

A un joven con abanico

Y qué encantadora es tu inexperiencia.
Tu mano torpe, fiel perseguidora
de una quemante gracia que adivinas
en el vaivén penoso del alegre antebrazo.
Alguien cose en tu sangre lentejuelas
para que atravieses
los redondos umbrales del placer
y ensayas a la vez desdén y seducción.
En ese larvado gesto que aventuras
se dibuja tu madre, reclinada
en la gris balaustrada del recuerdo.
Y tus ojos, atentos al paciente
e inolvidable ejemplo, se entrecierran.
Y mientras, adorable
y peligrosamente, te desvías.

Creí que te habías muerto, corazón mío…

Creí que te habías muerto, corazón mío,
en Junio.
Creí que, definitivamente, te habías muerto:
sí, lo creí.
Que, después de haber esparcido el revoloteo púrpura
de tu desesperación, como una alondra caíste en el
alféizar; que te extinguiste como el fulgor atemorizado
de un espectro; que como una cuerda tensa te rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí que, acorralado por tus desvaríos, traicionado por
los todavías, alcanzado por las evidencias, exhausto,
abatido, habías sido derribado al fin.
Y contigo, se desvanecieron los engarces entre
sentimientos, imágenes, suposiciones y pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: ya
me estaba acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus fragmentos estallados se han ido
buscando, encontrando, cohesionándose como gotas de
mercurio, sin cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez inocente, sin acusar enmienda ni
escarmiento, guiando, dirigiendo, adentrando en ti el
peligro, como si fueras invulnerable o sabio, como si,
recién nacido apenas, ya fueras capaz de distinguir, en
el mellado filo del clavel,
la espada

Siempre nocturno

Cada noche implacable, cada noche,
la ginebra cimbrea visiones y deseos,
y un lamento de intolerable ansia
-dice llamarse música- exhausta se sucede.
Y el neón carmesí, cordoncillo enredado
en la pálida estrella de la aurora
sólo es sangre delgada. Despedida.

Chico Wrangler

Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Se separan.

Demonio, lengua de plata…

«Truman Capote»

Arcángel desterrado y refugiado en mi anhelo;
cada vez que la albahaca se movía
a mi vientre tu mano apuñalaba
y en el raudo abanico de luces y luciérnagas
o en la pared confusa, donde el enfebrecido
pájaro de la noche se cernía,
aparecías tú.
Continua caracola prendida de mi oído;
hasta cuando la hierba, de grillos relucientes
salpicada, de pronto enloquecía
podíase escuchar tu lengua colibrí.
Y había que decidirse
entre el blanco inocente del naranjo
y tu oscura coraza.
Duro, frío y deslumbrante estuche
para tan dulce torso, terciopelo.

Nightingale

«Cada palabra es una herida mortal,
Debo tener cuidado».

Jorge Díaz

Noche, palabra mía henchida de sucesos.
La aflicción, el vacío, la muerte, la tiniebla
avivan en tus sílabas sus temores y ansiase
Extenuado nombre, fatigada corola,
para caer de ti como cansino pétalo,
o hundirse en tus confines, abiertos,
afilados, beso ardiente, última sensación,
locura extrema.
Noche, noche, amor mío,
¿es que acaso me atreveré a saltar
traspasada de ti hasta la muerte?
Lengua: nupcial espada.
Apenas te mencione, convocadas estrellas
insistirán solícitas mostrando el desvarío
de tus ojos vibrátiles.
Oh noche, qué incitante, qué turbadora eres;
madre y devoradora, acercas tu regazo,
y cómo quiero huir, cómo desertar quiero
de tus lágrimas ávidas, cómo intento esconderme
de tus manos, oh noche, mi tristeza.
Y quizá seas la única, la palabra final
que todo amor explique. Y el estremecimiento.
Y el magnífico instante que ni aun la memoria
más fiel y enamorada consiente en repetir.
Noche, tristeza mía, todavía es posible
que te llame, y me abreve en el láudano amargo
que destilan tus letras. Que a tu herida me entregue
y a tu abismo, mi tristeza, mi noche,
todavía es posible.
Oh noche mía, acaso… acaso te amaría.

Primero

Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened misericordia de mí, pues
el enemigo ha conseguido entrar en la ciudadela; cautamente, ha derribado
hasta el último bastión, como cera ha fundido toda vigilancia y ha alcanzado mis ojos para asomar sus oriflamas
desde ellos. Mi mirada ha conducido sus anzuelos velo. Apoyar la frente enfebrecida es, sedal han sido,
segura trayectoria de su reclamo. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened misericordia de mí.

Invitatorio

«No te contemples en la muerte;
deja que tu imagen sea llevada
por las aguas que corren»

Marcel Schwob

No hay cortejo comparable para ti,
alma melancólica, a esta multitud
de ecos silenciados, galería monótona
que la quietud repite y obstinada refleja
sus trastornados ritmos.
Y la muerte está ahí, en el espejo
que divulga las voces de las aguas,
en esa luna inerte donde la menta asoma
tiritando, mientras que entre los dientes
las culebras son besos, y en la inmóvil tristeza,
el frío, de sus parques, traza la geometría.
Y el tinte de tu rostro se hace pálido y verde.
Pero si alguna vez quieres sobrepasar,
desgarrar la cruel lámina y clavar el gladiolo
en la caverna húmeda del espejo,
te arrastraré a la danza delirante
que en un instante alberga mil figuras distintas,
podré decirte cómo derrochar la belleza
en la noche magnífica, incendiándola,
a usar los diccionarios como libros de música,
orquesta fugitiva para esta insurrección,
esta brillante fiesta que en tu obsequio preparo.
Pues sentir es el prodigio único
que me alerta y preocupa, y la audacia,
como un tenaz diamante rasgando las ventanas,
la joya y homenaje que prefiero.
Llámame pues si rompes esa fronda sombría
del espejo, si has llegado al final
hasta el papel de plata, de repente arañado,
si tu rostro al cristal desampara
y con agudo estruendo se desprende.
No siempre hay que creer lo que el espejo dice.
Tu rostro verdadero puede ser cualquier máscara.