Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Elkin Restrepo

Elkin Restrepo, nacido el 7 de junio de 1942 en Medellín, Colombia, se erige como una figura multifacética en el panorama literario. Poeta, narrador, dibujante, editor y profesor universitario, Restrepo dejó su huella en la Generación sin nombre, posterior al Nadaísmo, durante la vibrante década de 1970.

En colaboración con José Manuel Arango, fundó y lideró la influyente revista Acuarimántima, pionera que abrió nuevos horizontes para la poesía moderna en Medellín y más allá. A lo largo de su carrera editorial, dirigió otras destacadas publicaciones como Poesía, Deshora y la revista Universidad de Antioquia. Además, tomó las riendas de la revista de cuento Odradek, el cuento.

La voz poética de Restrepo destaca por su originalidad, manifestándose en un tono parco y depurado en el tratamiento del lenguaje. Sus versos exploran la frontera entre lo onírico y la exaltación de lo cotidiano, revelando misterios y exaltando el amor.

Más allá de las letras, Restrepo también ha compartido su expresividad a través de exposiciones privadas de sus dibujos y grabados. Su obra poética, rica y diversa, se refleja en títulos como «La sombra de otros lugares«, «La palabra sin reino» y «Como en tierra salvaje, un vaso griego«.

En el ámbito del cuento, Restrepo ha tejido relatos cautivadores, plasmados en obras como «Fábulas«, «La bondad de las almas muertas«, y «A un día del amor: relatos breves«.

Con diversas antologías, como «Lo que trae el día: 1983-1998» y «Una verdad me sea dada en lo que escribo«, Elkin Restrepo se consolida como un artista integral, cuya contribución literaria resuena en la profundidad de su poesía y narrativa.

Composición

Las usuales cosas de siempre.

Nadie daría un peso por ellas.

Su brillo de latón
ahogado en el trivial
episodio de cada día.

El beso que hoy sumamos
al beso de ayer.

Su inhumano porvenir.

La loza que se acumula
en el fregadero.

El rosedal
que cunde en el jardín
opaco.

Nadie hablaría aquí
de salvación.

Y sin embargo
son ellas,
las usuales cosas,

el beso, el fregadero,
el jardín,

los sueños
que apenas te llevan
a alguna parte,

las que
en su destello,
en su paciente desventura,

elevan al cielo
el coro

que hace volver la cabeza
a los mismos ángeles.

Lugar común

Si les dijeran
que todo aquello es amor,
lo negarían.
Viven un hechizo y no se dan cuenta.
Pero él se desespera si no la ve,
y ella acude en su busca
si no lo encuentra.
Sentados en el bar,
podrían pasar la vida entera.
Dos que no saben
que son uno,
y que para reunirlos
se movió de su sitio
el universo mismo.
Y hablan y hablan
(de todo y nada en apariencia),
sin saber
que es del amor que hablan.

Miroslava

Para Óscar Jaramillo

Ahora que todo lo sabes,
y tu cabellera ondea silenciosa en un rincón de la muerte,
y tus labios nada dicen, pienso en ti, pienso en ti.
Es de noche,
y las carreteras en el campo están solas,
y hay en todo como una claridad siempre más allá,
y el recuerdo es como un cuarto del cual acabas de salir.

Ahora que todo lo sabes,
y el mar se hace jirones como una tela oscura,
y donde quiera que miro no encuentro un poco de tu carmín,
ni de tu perfume ni de tu misteriosa belleza.

Ahora que todo lo sabes,
la vida pasa cálida como una boda,
y, allí, donde estás no llegan sus imágenes
ni sus rumores,
ni la noche es como un abrazo.

Ahora que todo lo sabes,
y sólo eres un poco de polvo disperso
bajo las estrellas,
bajo el más bello color de la noche,
pienso en ti, pienso en ti.

Rommy Schneider

En esta época del año, sopla un aire fresco
y las hojas se amontonan afuera,
en los jardines de la casa.
La luz, el oro pesado de la tarde,
toca el borde de los árboles,
el agua ciega del estanque, el camino de entrada, y
los transfigura.
En mi corazón descubro entonces una nueva ebriedad,
y una languidez amable,
solícita como los besos y la lengua de un joven amante,
colma mi cuerpo y lo enriquece de mil olvidos.
Es el otoño que llega,
la estación que cambia y revienta en mí misma,
como un juego de luces sobre el cielo de la ciudad,
como una íntima y feroz caricia.

Por una vez más,
un cielo claro sirve a un enjambre de aves
que chillan,
y el oro desleído de las hojas caídas
corre como un último fuego.

Por una vez más,
la brisa llama de nuevo en los cristales de la ventana,
y no olvida mi nombre.

Por una vez más, arde en mí el sueño perdido de la vida.

Por una vez más.

Óbolo

Ni solo, ni huérfano, ni desamparado,
puedo sentirme.

No puedo decir que algo me falta
o me sume en la derrota.

Tampoco llamar a la tristeza
para que haga los oficios de la casa.

Ni puedo alegar razones
porque el mundo no es como lo creo.

No, no puedo, con tanta queja,
convertirme en el ciego
que palpa y maldice
la moneda de oro que se le entrega.

Embrujo

Ningún anhelo mejor
que la vida misma.

Ningún sueño más apropiado
que la misma realidad.

Ningún suceso mayor
a un día
en el cual no sucede nada.

Una fiesta:
el más trivial
de los actos,
el más distraído de los besos.

Fábula,
despertar y saber
que estamos vivos.

Rango

Sabía, sin mucha razón,
que alguien venía.

Ignoraba quién,
pero alguien venía.

Este era el día
¿cómo no marcar la fecha?
de una dicha imprevista.

El lugar, la mesa,
los preparativos,
imponían un cuidado.

Alguien venía.

Abrió la puerta.

Su apretado corazón
midió la espera.

El rango le inquietaba,
el poder de su belleza.

¡Jamás su expectativa
había sido tanta!

Alguien venía.

Esperó y esperó.

Nadie vino.

Pero supo
(con mucha razón)
que a su vida daba valor,
¡y en qué medida!,
aquella espera.

En suerte

Si el camino que tomaras
no fuera el tuyo,

ni tuyo tampoco el salmo
que en la oscuridad pronuncias

(aquél que en verdad espanta
culpas y demonios).

Si el amor, dándote a escoger
te negara
la mujer que sólo era tuya.

Si la vida en lugar de una cosa,
te diera otra,

y otro fuera el remedio
para tus males.

Si siendo tú,
fueras también ése o aquel,

¿qué cielo mirarían,
de quién recibirían perdón,
el blanco de tus huesos?

¿De qué Dios serían siervos
los dones que te pierden?

¿De quién los caminos
que no van a ningún lado?

Y saber que quien va,
no vuelve.

Huésped

Viniste a mí
sin darme aviso.

Ningún sueño presagiaba
tu paso de cometa,

ni advertía
acerca del mal
que roba
lo que está seguro.
Pronto debí servir
a quien tenía modales
de huésped
y alma compuesta
con rosas de la luna.

Con besos y argucias,
con ultrajante lengua,
te tomaste la casa
y te quedaste a vivir en ella.

Y dueña te hiciste
de lo que no era tuyo.

El don

Ningún lugar mejor
que la ciudad
para pensar en ciervos
y bosques,

para hacer del momento
una pura ensoñación,

la vida que queremos
y no existe,
o existe en otra parte.

Venados, osos, perros,
montes y lagos,
y en el camino que traza
el candil
de una luna de hielo,
un hombre
con la pieza de caza
a cuestas.

Por un instante
soy aquél
que, primitivo,
se libra al destino
de un mundo naciente y áureo.
Y pacta acuerdos
con la ruda Ley
que le ofrece por sueño
la vida.

La vida salvaje y bella,
donde copular, cazar, pescar,
cambiar con el tiempo nómade,
es suficiente,
y donde no cabe
ilusión distinta
a la labor de cada día,
y el sueño es el simple
descanso,

el dios que vela tus fatigas.

Y vivir, el don.