Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Pablo Guevara

Jaime Pablo Guevara Mirava, nacido el 23 de mayo de 1930 en Lima, fue un destacado poeta peruano que dejó una huella imborrable en la literatura hispanoamericana del siglo XX. Miembro prominente de la generación del 50, Guevara forjó su camino literario con pasión y destreza.

Formado en las prestigiosas Universidades San Marcos y la Católica de Lima, Guevara se graduó en letras, consolidando así su base académica para adentrarse en el vasto mundo de la poesía. Su espíritu inquieto lo llevó a viajar por España y Dinamarca en la década de 1960, experiencias que enriquecieron su visión del arte y la vida.

De regreso en su amado Perú, Guevara se erigió como una figura destacada de la generación del 50, junto a nombres ilustres como Jorge Eielson, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Germán Belli y Blanca Varela. Su obra poética se distingue por su profundidad emocional, su lirismo y su compromiso con la exploración de la condición humana.

Entre sus obras más destacadas se encuentran «Retorno a la creatura» (1957), «Los habitantes» (1963), «Crónicas contra los bribones» (1967), y «Un iceberg llamado Poesía» (1998). Al final de su vida, Guevara nos regaló el conmovedor libro «Hospital«, publicado por sus cercanos compañeros poetas.

El legado de Pablo Guevara trasciende el tiempo y el espacio, siendo reconocido con prestigiosos premios como el Premio Nacional de Poesía en 1954 y el Premio Copé de Poesía en 1997. Su poesía, impregnada de sensibilidad y maestría, sigue inspirando a generaciones de lectores y poetas, manteniendo viva la llama de su inigualable talento.

QUIETUD EN EL POLO SUR

Son espejismos las ciudades
no corren los trenes, nadie camina por las calles
todo está en silencio
como si hubiese huelga general
Pero porque todo está hecho para tu olvido
y yo mismo dudo, si soy muerto o viviente
tal vez ni mis brazos puedan cruzarse sobre mi pecho
acostumbrados como estaban al contorno de tu cuerpo
Pero aunque no sobrevivirán muchas cosas
Y es cierto que mis ojos no serán mis ojos
ni mi carne será mi carne
y que Chile entero te está olvidando
Que se me derritan los ojos en el rostro
si yo me olvido de ti
Que se crucen los milenios y los ríos se hagan azufre
y mis lágrimas ácido quemándome la cara
si me obligan a olvidarte
Porque aunque hay miles de mujeres en quién poder
alegrarse y basta un golpe de manos
para que vuelvan a poblarse las calles
no reverdecerán los pastos
ni sonarán los teléfonos ni correrán los trenes si
no te alzas tú la renacida entre los muertos
¡Despiértate tú, desmayada, y dime que me quieres!

LAS TORTUGAS

Ajenas a la vida de la justicia y la injusticia
y bajo los cielos rojos las tortugas pasan
con su casa de mil lados a cuestas

Pasan, ignoradas de los hombres, las arrugadas
que nunca estuvieron presentes en los asesinatos;
en tanta noche humana son la imagen feliz
de polícromos palacios y cabañas
que nunca han hecho sombra a la existencia;
pasean, comen, procrean, van a dormir,
en las concavidades de las playas calientes
escuchan la voz de palmeras, sueñan.

LOS ERIZOS

¿Conocen los erizos?
¿esas formas que ruedan hace ya tantos siglos;
que tiemblan, lo mismo ante ruido de fieras
o flores que se abren?
¿que husmean
y nunca se ha llegado a saber
si progresan o se pierden?
¿o si en ellos es pereza
contemplar mucho el cielo
o es un hábito sabio?
No sabemos, parpadean,
ojos simples no se sabe
si alegres o tristes.
Chatos, protuberantes, casi ciegos,
como cerros sin relieve en la tierra,
nadie les observa pero ellos observan.

MI PADRE

Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.

Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas. Gran monarca su oficio, todo creció
con él. La casa y mi alcancía y esta humanidad.

Pero algo fue muriendo, lentamente al principio;
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión,
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.

Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.

Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.

Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.

DOS MONARCAS

Amo al pescado, el plateado monarca
que se agita en mis manos. Yo lo escucho
y lo miro vibrante en mis sentidos, tal vez
como en las costas libres de alguna gran bahía
donde no hay pescadores que sumerjan sus redes.
Fabulosa materia que me intriga los ojos,
dinos, ¿fue feliz este espacio de aleteos dorsales?
Surcador de los sodios, ¿fue feliz este estado del ser
temblando en la ansiedad, pero que nunca supe si es que huía
o partía hacia costas o límites? Oh, habitante del mar,
-otro reino que es el mío- oh, querido, necesito saberlo.

Hoy estamos cogidos. Y tú extrañas el mar.
Y yo extraño el amor. Si sonara el amor
extenso como el mar. Oh, querido.

CRISTINA

Y es en el oval de la mejilla que camina,
hija a mi lado, el esquife más pequeño
que tengo, el más dorado de todos,
donde está la proa de mi amor.

Y en el tan dulce pelo que es,
dorado del Botticelli, trigo de Teruel, Jauja o Kiev,
y en el pórtico oval gótico por donde brillan
ojos ojivados del Van der Goes o del Memling
ventanitas son de monasterio oscuro, oscuro,
irisados bajo la garúa nacen y mueren,
rojos, verdes, azules en pugna con el gris
de calamidad de Lima, y el marchito tiempo
al fondo, tiempo que lloro, plúmbeo marco
como los de Leonardo
En tanto sostengo el remo, el bracito nacarado,
el cáñamo japonés, el tallo de la flor de Rhodesia,
en el mar desencadenado y en la albúmina excesiva
como de tuberculoso de Lima, y en la alegría
de su boca, música del Corelli, campanita
solar del valle mientras tiembla mi corazón
y llegar al puñal no oso, y por fin mi vida es
junto con la de la imaginación aunque sólo
sean unos segundos -siempre son unos segundos,
estos que son la vida de los que no han perdido
su libertad ni jamás se la dejarían arrebatar
por sobre todas las cosas y pueden predecir
la sequía o la cosecha de la gavilla,
aunque los pueblos estén de duelo
por los gavilanes y los guerrilleros,
ah Nacimiento, ah Muerte, volver a partir
desarrebujando las velas, aún más remendadas,
ah Niñez, ah Juventud, ah Gravidez, ah Vejez
del Amor, y los astutos dioses haciéndonos
las espaldas y las olas creciendo, siempre creciendo

LOS ECUESTRES

Mi país enrumba hacia Nacimiento y hacia Extremaunción, a la
gloria de las destrucciones en este Orden atormentado.
Aunque hay niños que se arrojan enloquecidos y luchan por los
valles
y los viejos dicen que se arrojarían prestos a despanzurrarse
por las inscripciones en sus arcos votivos
-diciendo que mueren así por sus principios-
la mayor parte de muertos son jóvenes:
ellos amanecen apasionadamente encarcelados,
apasionadamente apaleados, apasionadamente acuchillados,
desmembrados, bombardeados;
aves rapaces basureras oscurecen los cielos
se posan en mis hombros
vienen a mis sauces y mis alcanfores y me cuentan la Historia
que no se daña, hacen imponderables mis escritos, ciudades reginas
no os amo
pues mil noches necesito para cumplir una bella jornada.

II

Hay que destruir este Orden Establecido,
para levantar la res-plan-des-cien-te-casa-de-psyché
en el vasto imperio solar y en el corazón, y atreverse a matar:
como el enfermo deshauciado que desarmó a su enfermedad
palpando cada día la verdad de sus muros en vez de adivinarlos,
y la verdad de su poder -o no poder- para destruirlos.

En estos hogares, banderas, templos, instituciones, libros,
de leyes, de misas, de cocinas, de contabilidades, deidades
no sois más mis amigos, nunca lo fuísteis, sois mis enemigos.

Jamás el más mínimo cultivo, ni cocina ni sazón;
carne, alguna vez, cruda o semicocida por el calor de los muslos
frotando sobre el arnés;
mujeres cautivas, las necesarias para burlar alguna burda jornada,
en los carromatos sin roperos ni joyeros ni afeites ni tapicerías;

Niños, muchos niños libres, sin propiedades, sin rebaños
ni molinos de agua ni molinos de viento ni escuelas
de ésas que domestican la libertad;
ambos sexos en toda edad con un mismo vestido,
para toda estación un mismo color, con groseras costuras
de pieles de roedores salvajes, animales resistentes por muchos años
y por todo saludo el saludo del Odio cuando ha sido descuartizado
el Amor.

III

Como Hunos
con cabezas rapadas y trenzas solitarias mirando el horizonte
con olores nauseabundos visitando a los amigos y a los enemigos,
sentados a horcajadas sobre la realidad,
realidad medida, calculada, soñada, admirada
toda la vida sobre patas cortas e hirsutas,
avanzaron con maestría dueños de sus medios:
flechas y caballos.
Caracoleando sobre andaluces caballos, los almagristas primero,
después los chupeños, sobre morochucos, en las breñas,
hoy los guerrilleros, a pie y en asnos y en caballos,
también disponiendo
de sus únicas vidas cuando nada ni nadie, aparentemente se las
pedía
en el imperio feudal que mal se disimula con créditos o
parcelaciones,
un poema sin sombras me visita, aletea y me hiere
y me hace feliz u hosco o desdeñoso
de todo bien remoto y de todo bien próximo.
Como esos magníficos hombres
de los que sólo se hallaron sus vestigios después de mil años
(2 o 3 cráneos en Mozonszentjanos
-llanuras de Hungría-), así mis hermosos compadres
dejaron sus restos en mis montañas
Compadre Guillermo, Compadre Paul
ya los encontraremos.
Llegaron al punto
en que se volvió a demostrar
que lo habitual y lo cotidiano
es la Historia
y que vahos, sudores, llagas, imprecaciones,
pies como globos, diarreas, caídas, maldiciones
a través de muchos kilómetros sin testimonios
son la Historia,
otra Historia,
y destruyeron el Imperio Romano
y su injusta PAX.