Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Francisco Antonio Gamboa

Francisco Antonio Gamboa (1866-1908) fue un distinguido educador y poeta colombiano, cuya vida estuvo dedicada a la promoción de la educación en El Salvador. Nacido en Cali, Colombia, Gamboa provenía de una familia notable, contando entre sus hermanos a reconocidos poetas y escritores como Isaías, Ezequiel, y Mateo Gamboa. Sus primeros años estuvieron marcados por la educación, inicialmente bajo la tutela de su madre y posteriormente en instituciones educativas como el Colegio de Santa Librada en Cali y la Normal de Popayán.

Después de participar en la revolución de 1885, Gamboa emigró a El Salvador por temor a persecuciones políticas. En este país, su destacada labor como Inspector de Instrucción Pública Primaria y posteriormente como Director de Educación lo llevó a ser parte fundamental de la Misión Colombiana, un equipo de educadores contratado por el Presidente Francisco Menéndez para reformar el sistema educativo salvadoreño.

Gamboa se destacó por su contribución a la pedagogía, siendo representante de El Salvador en el Primer Congreso Pedagógico Centroamericano en 1894. Su obra cumbre, la «Gramática Práctica de la Lengua Castellana», basada en las directrices de la Real Academia Española, fue adoptada como texto oficial en las escuelas del país.

Además de su labor educativa, Gamboa fue un prolífico editor y poeta. Fundó y colaboró en diversas publicaciones, promoviendo las tendencias modernas, especialmente en pedagogía. Su colección de poesías, publicada en 1894, refleja su sensibilidad y maestría en la forma poética.

Tristemente, los últimos años de Gamboa estuvieron marcados por dificultades mentales, lo que supuso un dolor para su familia. Falleció en 1908 en San Salvador, dejando un legado perdurable en la educación y la cultura de El Salvador. Su influencia persiste en instituciones educativas y en el reconocimiento de su labor a través de monumentos y escuelas que llevan su nombre.

Francisco Antonio Gamboa es el patriarca de una distinguida dinastía de más de 30 poetas, escritores y educadores, cuyo legado poético ha perdurado a través de las generaciones, destacando nombres como Octavio Gamboa, Margarita Gamboa, Hugo Cuevas-Mohr y David Hernández. Su contribución a la educación y la literatura en El Salvador sigue siendo una fuente de inspiración y un testimonio perdurable de su legado.

¿Por qué?

Si sabes lo que pienso cuando escondo
tu recuerdo en mi mente soñadora,
si sabes lo que busca mi alma ardiente
cuando la invaden del amor las olas;

si tú has soñado lo que yo he soñado,
si tú has oído–como yo- esas notas,
resonancias de músicas lejanas
que vibran en regiones misteriosas;

si tú has sentido como yo he sentido
volcarse el corazón hora tras hora,
si sientes en tu pecho los oleajes
de un océano de amor que se desborda…

¿Por qué no estalla la pasión ferviente
-tempestad de las almas que se adoran-
por qué calla ¡cobarde! el labio trémulo
y las manos, convulsas, no se tocan?

Sueños

A mi maestro el señor don Alcides Isaacs
¿En dónde, en dónde encontré la ignota,
resplandeciente, luminosa idea;
la que en la mente de los genios brota
cuando la mente de los genios crea?
¿En qué región del éter encendido
Homero halló la inspiración gigante?

¿En dónde tienen su ignorado nido
las tempestades del terrible Dante?
¿Dónde de Albión el trágico sublime
bebió la hiel de todos los dolores:
desde el que oculto en la conciencia gime

hasta el que grita blasfemando horrores?
¿Por qué tener la aspiración ardiente,
la sed de gloria, el incesante anhelo,
si faltan alas para alzar, potente,
al infinito el majestuoso vuelo?
¿Por qué la chispa que el cerebro enciende,
la chispa excelsa que la mente inflama,
en mi cabeza con su luz no prende
de la divina inspiración la llama?

***

Ah! yo he soñado con mis regios cantos.
mis áureos himnos y valientes odas,
llenos de fuego, majestad y encantos,
y admiración de las edades todas!
Que de los Andes en la enhiesta cumbre,
donde la lava entre la nieve brota,
envuelto en rayos de celeste lumbre,
mientras Atlante el continente azota,
¡he hecho temblar el Universo entero
al estallido de mi voz potente,
mientras el mar, con su rugido fiero,
se alzaba en olas a besar mi frente!
¡Y endiosábanme en himno altisonoro
los pueblos todos, de entusiasmo ciegos,
y me ensalzaban en su lengua de oro
resucitados los poetas griegos!

***

Rasgóse el velo en que fulgura el astro,
testigo eterno de la eterna Historia,
y, atrás dejando luminoso rastro,
sus áureas alas desplegó la Gloria.

***

Beso de fuego calcinó mi frente,
y entusiasmada, con sus manos bellas,
puso la Diosa en mi cabeza ardiente
su corona de fúlgidas estrellas.
Los umbrales remotos y sagrados
salvé de lo ideal, con planta inquieta:
ya no hubo para mí mundos vedados:
¡se amaban ya la Diosa y el poeta!

***

¡Y yo le daba mis excelsos cantos,
mis regios himnos y brillantes odas,
llenos de fuego, de vigor y encantos,
y admiración de las edades todas!

Heces

I

Si yo, que ya no tengo ni una sola,
¡ni una sola ilusión!
y que miro al través de un velo negro
todo cuanto subsiste bajo el sol;
si yo, que cuando siento
dentro el pecho latir mi corazón
me asusto, cual si oyera que algún muerto
golpeara de su tumba en lo interior;
si siendo como soy, a cada instante
sufro una decepción,
¡cuántas no sufrirán las pobres gentes
de quienes sin piedad se burla Dios,
llenándoles el alma de quimeras
y cándidos ensueños de dichas y de amor!

II

¡Ah mujeres! mujeres! qué adorables
son todos vuestros locos desvaríos!
¡Oh! cómo tiembla el alma estremecida
al vivo ardor de vuestros besos íntimos!

***

¡Ah mujeres! mujeres! quién creyera
que si no son mentira o son capricho,
vuestros más fervorosos entusiasmos
sólo son histerismo!

III

No arranques de mi pecho la saeta
que tu mano, temblando, me clavó;
quiero gozar sintiendo en mis entrañas
el veneno terrible de tu amor.
¡Ah, qué dulce saber que emponzoñado
se lleva el corazón,
saber que allí las ilusiones mueren,
insectos viles en nociva flor!

IV

Yo soy nuevo Prometeo
encadenado en la roca
de esta vida miserable
que me fastidia y me sobra.
Y el buitre de corvo pico
que mis entrañas devora,
es este mundo insensato
que en mis tormentos se goza.

***

¡Si se extinguiera la entraña!
¡Si se rompiera la roca!
Pero ay! … ser larga la vida
cuando debiera ser corta!

En secreto

Voy a leer con dulce arrobamiento
lo que su mano trémula
ha confiado a ese libro en que ha vertido
sus íntimas, preciosas confidencias.
He visto allí mi nombre;
he visto el nombre de ella,
y he adivinado ya muchos idilios
al ver junto a esos nombres ciertas fechas.

Y siento en cada página el perfume
que en todo lo que toca siempre deja;
y siento en cada hoja
el terciopelo de su mano inquieta.
Allí están los renglones:
la huella misteriosa y duradera
que, al pasar, han dejado
el corazón y el pensamiento de ella.

¡Cuántas veces, tal vez -en esas horas
en que la virgen candorosa sueña;
cuando se duerme el sol, y los luceros
enamoran, brillando, a las estrellas-,
la que escribió estas páginas hermosas
habrá puesto su lánguida cabeza
sobre este libro, que dichoso guarda
sus emociones hondas y secretas!

¡Tal vez se borrarán muchas palabras;
tal vez, frases enteras…
cuando llanto de gozo
sobre este libro vierta,
y deposite, loco de entusiasmo,
un beso en cada letra!

Paráfrasis

De Paul Bourget

La luz de una tibia mañana de estío
inunda los campos con áureo esplendor:
el aire está lleno de dulces aromas:
arrullan sus hijos las blancas palomas
y un salmo de vida se eleva hasta el sol.

Y desde la inquieta, fugaz mariposa,
que tiende sus alas al aire sutil,
al ciervo garrido, que alegre devora
el tierno retoño nacido a la aurora…
ay! todo a mis ojos se muestra feliz!

Y yo que transito por esta campiña,
sintiendo del pecho la sangre correr,
abierta una herida que nunca se cierra,
perdido en las sombras, sin nadie en la tierra,
¿ ya nunca en mi alma la aurora veré?

Los males pasados, los crueles tormentos,
las viles traiciones de pérfido amor,
¿no puedo olvidarlos? ¿La tierra no olvida
en estas mañanas de luz y de vida
el soplo de muerte del negro aquilón?

Para Lectores Caleños

De lo más hondo del alma
sacar quisiera unos versos
y expresamente escribirlos
para lectores caleños!

Para lectores parciales
que los encontraran buenos
por ilusión del cariño,
por engaño del afecto.

Que los leyeran con gusto;
que recordaran leyéndolos,
haberme visto en la escuela
cuando estaba yo pequeño,
pronunciando algún discurso
o recibiendo mis premios.

***

Versos, ¡ay! que al evocar
tan apartados recuerdos,
trajeran a mis palabras,
para los que ya estén viejos,
aromas de primavera
a las brumas de su invierno!

Versos, ay! que al evocar
lo que dentro el alma llevo,
eso que nunca ha salido
a la luz del mundo externo;
que está oculto y arraigado
en el fondo de mi pecho,
como el diamante en la roca,
como la vida en el tiempo.

Eso extraño, eso intangible
-o dolencia o sentimiento-
que en palabras no ha podido
condensar mi vano esfuerzo,
que en mis ojos pone lágrimas
y locura en mi cerebro:
eso que siento en el alma
al evocar el recuerdo
de mi madre, que está anciana;
de mi padre, que está muerto;
de mi encanto, de mi gloria,
de mi dulce pequeñuelo
que se heló bajo mis brazos,
y murió bajo mis besos;
de mi hermano! el bardo errante
que escribió tan tristes versos
y ante el mar -su amigo- duerme,
alterando su hondo sueño
por su última nostalgia:
¡la del patrio cementerio!

¡Cómo hubiera yo deseado
decir mi dolor acerbo,
con la más honda ternura,
por tantos queridos muertos!

Por los fieles condiscípulos
que como hermano me vieron,
por los dignos, abnegados
y solícitos maestros
cuyas sabias enseñanzas
dieron luz a mi cerebro
y mezclaron con los suyos
de mis padres los consejos.

Por la blanca y digna Cali,
de alma ardiente y rostro bello,
hija del sueño de un árabe
que de su amada en el pecho,
se durmió después del rapto
en un oasis del desierto!

Que viajó en dorada nube,
a través del universo,
hasta hallar un sitio digno
de posar su pie ligero:
su pie breve, blando y suave
cual del cisne el grácil cuello,
perfumado como un lirio,
nacarado como un cielo.

Que al mirar del manso río
el cristal sereno y terso
sorprendida de las gracias
que observó en su rostro bello,
se han quedado contemplándose
y ha clavado en el espejo
sus pupilas fulgurantes
cual la llama de un lucero.

Wagram

Exangüe junto al muro que ha temblado
al terrible fragor de la batalla,
un sargento imperial yace postrado,
herido por un casco de metralla.

Mustio… descolorido… jadeante,
y empapado en su sangre el cuerpo inerte,
¡con qué horrible verdad en su semblante
se retrata la angustia de la muerte!

Como gotas de plomo, lentas ruedan
por sus hondas mejillas demacradas
dos lágrimas ardientes que se quedan
en los bigotes rígidas cuajadas.

Es que allá, de la Francia bajo el cielo,
hay seres que por él dolientes lloran
sencillas almas que con santo anhelo,
“que volvamos a verlo” a Dios imploran!

Como de airado mar, sordos rumores
se alzan de la llanura en los confines;
Redoblan los históricos tambores
y resuenan los épicos clarines. . .

¡Es Napoleón que pasa! El abnegado
noble guerrero a quién la muerte hiere,
irguiéndose de júbilo inflamado,
“¡Viva el Emperador! “ exclama. . . ¡y muere!

Elogio Del Silencio

Los momentos más nobles son de recogimiento.
El vocablo más hondo queda en el corazón,
la “Divina Palabra” casi es sólo un aliento
para las ansias del alma no hay humana expresión!

Religión del Silencio de las urnas vacías
de las siegas pupilas donde nunca hubo sol
de esos pobres hambrientos que en las noches más frías
engañaron su hambre con ensueño y alcohol.
Resignado silencio de los grandes amores;
silencio de esos locos que mató la ansiedad
de alcanzar los laureles ¡silenciosos clamores
que acalló para siempre la suprema frialdad!

Almas como esas velas que alguna honda maldita.
Lleva como burbujas al abismo del mar…
¡ dónde hadar la palabra para decir tu cuita
y tu anhelo de olvido y tu mal de soñar!

En la estéril entraña, Él ha hincado su garra,
por su influjo al anhelo paternal no responde,
llama en vano la esposa el dolor que desgarra,
en el vientre infecundo el Silencio se esconde!

Los momentos más nobles son de recogimiento.
El vocablo más hondo queda en el corazón.
La “Divina Palabra” casi es sólo un aliento…
Para las ansias del alma no hay humana expresión.

A mi Hermano Isaías

¡Al fin le pone término la tumba compasiva
al viaje que viniste del austral hemisferio!
¡Ya cesó tu nostalgia del patrio cementerio!
¡Ya por siempre reposas en la tierra nativa!

¡La tierra que cantaste! En tierra primitiva
hermosa como un astro, grande como un imperio;
la que infundió tu espíritu, con arcano misterio,
el aliento divino de tu alma sensitiva.

Yo, … de esa tierra lejos… ¡Tantos años ausente!
– de mi amarga nostalgia la herida siempre abierta –
¡no puedo estar contigo para estrechar, doliente,
entre mis manos trémulas tu mano inmoble y yerta,
para poner mi frente sobre tu helada frente,
para imprimir mis besos sobre tu boca muerta!

Y al arrullo de tus olas, cadencioso como un canto,
duerma yo mi último sueño misterioso, bajo el manto
de tus cándidas espumas, de tus iris, de tus brumas,
¡verde mar!