Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Leonardo Sanhueza

Leonardo Sanhueza es un escritor chileno que nació en Temuco el 28 de enero de 1974. Desde joven se interesó por la literatura y la poesía, y comenzó a escribir alrededor de los 18 años. Su primer premio lo obtuvo en 1994, cuando ganó el Eusebio Lillo de Poesía. Desde entonces, ha publicado varios libros de poesía, novela y crónicas, y ha recibido reconocimientos como el Premio Pablo Neruda, el Altazor, el Internacional de Poesía Rafael Alberti y el de la Academia Chilena de la Lengua .

Sanhueza estudió geología y lenguas clásicas, y ha trabajado como columnista del diario Las Últimas Noticias, editor de una editorial independiente llamada Quid y profesor de talleres de poesía. También ha traducido al español de Chile a Catulo, uno de los poetas latinos más importantes.

Entre sus obras se destacan Cortejo a la llovizna (1999), Tres bóvedas (2003), Agua perra (2007), La ley de Snell (2010), Colonos (2011) y La edad del perro (2014). Su poesía se caracteriza por un lenguaje sencillo y cotidiano, que explora temas como la identidad, la memoria, el amor y la muerte. Su novela La edad del perro narra la historia de una familia durante la dictadura en Temuco, desde la perspectiva de un niño que observa el mundo con curiosidad e inocencia.

Sanhueza es considerado uno de los poetas chilenos más relevantes de su generación, y su obra ha sido elogiada por la crítica y los lectores. Actualmente vive en Santiago y sigue escribiendo y participando en actividades culturales.

Basura espacial

Nadie ha preguntado aún
adónde va ese quiltro tan de prisa,
con tanta determinación que pareciera
querer cortar en dos el sitio eriazo,
separar el Mar Rojo, el sagrado tierral
por donde va lanzado a chorro
como un tren japonés que avanza sin gobierno
sobre la bruma noticiosa.

No sabe el perro que vendrá la noche
arrastrando sus agujeros de gusano
por el espacio curvo y sin fronteras
de nuestra geometría.

Por ahí corre su trecho, va embalado,
ignorando que allí le depara su destino
una suerte más trágica, más cómica,
cuando sus huesos tristes se vuelvan de plata
para que los orfebres del futuro
hagan con ellos las alianzas
del amor conyugal:

todo es perro, dirá, mientras sus ojos
tratan de ser la enana roja,
el canto de cisne, de su galaxia.

Año 96

Con este viento leve
justo en la mitad de la primavera
la cinta de un cassette de los Beach Boys
enmarañada entre las ramas
azules de un jacarandá
toca otra vez un silencioso quejido
que trata de meterse en la orejas
como alfileres de un torturador
entre los dedos y las uñas,
o quizás sólo son los gritos
electrizados de un feriante.

-Así es el país -pongamos que dice,
mientras le da otra vuelta
a la desvencijada manivela.

Combustibles vivos

El descapotable que corre en la autopista
cazando enjambres de mosquitos con su trompa
de lustroso bivalvo aerodinámico
tan rápido y voraz que sus recuerdos
van delante de nuestras mejores predicciones
fue alguna vez una ballena, un rorcual
azul que atrapaba entre sus barbas
bancos enteros de krill, graciosas nubes
rojas como el futuro del arpón, su presente,
porque el sol ya se pone al final del camino
para anunciar que ha llegado la hora
en que brindan los dueños de la fortuna
y lo héroes encienden otra vez
sus arduas lámparas de aceite.

El vuelo de los pájaros

Cómo se crecía en ese tiempo, no lo sé.
Cómo se hacía un hombre.

A ciencia cierta, si hay que hablar a ciencia cierta,
era la época de las grosellas verdes con sal,
la primavera y el verano mezclados
en un solo rugido de trigales y chicharras,
mientras el viento con sus raquetas
azotaba sus ideas caducas pero amables
acerca de la felicidad:

golondrinas, por ejemplo,
golondrinas cuya hermosa carta de navegación
parecía hecha a patadas o con golpes
de electricidad en las partes sensibles del cuerpo.

Aprendizaje

Los peces tienen sentimientos
y por eso tienen espinas,
pero no son sentimentales
y por eso tienen aletas.

Cómo convertir eso en un poema
de amor (un verdadero poema de amor)
sin destruirlo previamente
es una de las tantas cosas que no sé,

aunque tal vez llegue a aprenderla
como he aprendido todo el resto:
por mera, infantil curiosidad.

La memoria incestuosa

La memoria es la madre de las invenciones
(nueve noches son nueve noches),
pero sus uñas crecen velocísimas
hasta clavarse en nuestra frente,
como un cuervo que picotea
la joroba de un jabalí
sólo por darse el gusto, por fregar
un rato la paciencia, sin saber
que también uno es un autómata,
un ratón a pilas que nació de su vientre
y ahora la hace madre, una y otra vez,
de estos nietos tan bellos y monstruosos
como el viejo botón dorado
que sólo sirve para atar vestidos
o arrancarse los ojos ante la desnudez
de una vieja que sólo muerta
nos llama hijos y nos amamanta.

Cultura general

Un hualle solo en un potrero
me dice la verdad:
las paredes ya no tienen oídos,
sino bocas y fauces, futuras precauciones
para los días del desove.

¿De qué sirvió saberlo todo?
El chico promisorio que fui alguna vez
envejeció muy mal — el viento se lo lleva
a un hospital de nubes,
donde al fin no sabrá nada de nada:

ni por qué sangran las guindas
en estos árboles a cuerda,
ni cómo explicarles un fémur
a las hormigas o a los perros.

La Strada

Hay cosas peores que el miedo
a la combustión espontánea o a la catalepsia,
pero nuestras balanzas ya perdieron
todas sus certidumbres
y ya no saben sino yacer entre las baratijas
a la espera del reciclaje.

El amor se acabó.
Los payasos se peinan las pelucas
usando los leones como espejo,
donde el enorme zapato y la nariz de pelota
bailan con los antílopes y las preciosas
gacelas de Thompson que vuelan otoñales
entre las hojas de los gingkos.

Y sin embargo, ya lo sabes:
«Hasta tú, hasta tú sirves para algo,
con tu cabeza de alcachofa».

Pero lo que pasa en el circo, en el círculo
que cierra el mar, se queda allí,
respirando el olor de la viruta y el acero,
pestilencia de la vida y del amor
que nos maldicen:
flores hirsutas para las coronas
más baratas del cementerio
que rompen sus cadenas con la fuerza
de su pecho lleno de abejas.