Poetas

Poesía de Perú

Poemas de José Gálvez Barrenechea

José Gálvez Barrenechea, conocido como el «Cronista de Lima«, fue una figura multifacética del Perú del siglo XX. Nacido en Tarma en 1885, su legado trasciende como poeta, escritor, político y catedrático. Descendiente de héroes y juristas, su formación académica en San Marcos lo acercó a la Generación del 900, donde floreció su pasión por la literatura. Sus versos, imbuidos del modernismo, le valieron el título de «Poeta de la Juventud«. Comprometido con su país, incursionó en la política, ocupando destacados cargos ministeriales y legislativos.

La vida de Gálvez Barrenechea estuvo marcada por una profunda relación con Lima, reflejada en sus crónicas detalladas y poesía elegante. Tras sus estudios universitarios, se dedicó a la docencia y al periodismo, deslumbrando con su pluma en medios como Ilustración Peruana y El Comercio. Su matrimonio con Amparo Ayarza Noriega y su posterior paternidad le otorgaron nuevas perspectivas que enriquecieron su obra.

A lo largo de su carrera, Gálvez Barrenechea cultivó la literatura en diversas facetas, desde la investigación académica hasta la creación poética. Su compromiso con la cultura popular lo llevó a profundizar en las letras de las marineras, dejando un legado invaluable para la música peruana. Su participación en la fundación de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas demuestra su compromiso con el desarrollo cultural del país.

El poeta también dejó una huella imborrable en la escena política peruana. Desde su militancia en el Partido Nacionalista Democrático hasta su papel en el Senado y la vicepresidencia, demostró su capacidad para combinar el arte con la acción política. Su regreso al Congreso en 1956, como presidente del Senado, fue un testamento de su influencia y respeto en la sociedad peruana.

El legado de José Gálvez Barrenechea trasciende el tiempo, siendo recordado como un pilar de la literatura y la política en el Perú. Su poesía, impregnada de amor por su tierra y su gente, sigue resonando en los corazones de quienes buscan inspiración y reflexión en las palabras de un verdadero maestro de las letras peruanas.

El caballo de paso

El chalán, que es un negro musculoso y garboso,
se sienta en la enchapada montura de cajón,
destacándose su albo pantalón , primoroso,
sobre la crespa y suave brillantez del pellón.
El potro, dócilmente, gira activo y brioso
con un juego de riendas o un golpe de talón,
y golpea los suelos con aire de matón
Curva el crinado cuello con viril elegancia,
como si sostuviera su fuerza en su arrogancia
dócil a los manejos del vivo amansador
que de gran jipijapa y poncho entre listado,
¡alborota la calle real, con el paso golpeado
del potro que camina como un conquistador.

Plenitud

Sentir que se ha cumplido con el sueño
de ser un hombre, en el concepto justo;
llevar sobre el espíritu un augusto
dolor, que purifique nuestro empeño

Tener para la Vida un don risueño,
aunque el Destino se nos muestre injusto;
para que pueda el ánimo robusto
constantemente renovar su ensueño.

No claudicar en la altitud vencida
para, en complicidades con la Suerte
grabar sobre la arena nuestro nombre.

Ser en la Vida un ejemplar de vida,
¡ y, entonces esperar que la Muerte
tenga el orgullo de vencer a un hombre.

Oda Pindárica a Grau

Frente al oceano ¡Oh Grau!,
semidiós lleno de bondad humana,
te evoco como a un gran pénate lírico:
y al evocarte, ¡OH gran señor del mar!
los mitos y los símbolos florecen
y se encarnan en henchidas imágenes radiantes.
No son mentiras vacuas,
ni son fantasmagóricos alardes
esas figuraciones tutelares:
la leyenda, la historia y la gloria y la patria
que, por ellas,
un hálito divino infunde en lo pasado vida sacra,
y a las cosas que fueron las salva del olvido;
un hálito divino, que hincha las palabras,
como velas de barcos atrevidos
que van al infinito.
Puede la vida triste irse como una sombra,
pero quedan, de las almas sublimes,
el resplandor y el eco de vibración perenne,
que rescata en una sagrada resurrección,
a los hombres que encarnan ,
en misiones eternas, ideal y abnegación..!
Locura de poeta, creencia popular,
son las que captan el mensaje
que se vuelve a cantar,
cuando en la hora trágica
la carne de los héroes se hace polvo
y el alma vuela al cielo para lucir eterna,
como una estrella tutelar,
de esas que marcan camino de la tierra
para el mortal que pasa,
ruta celeste para el mortal que ha de durar.
Y así—OH Señor de nuestro mar
al evocarte vienen con nuevos atavíos
las antiguas estampas.
No son mentiras, no, los símbolos,
la leyenda, la historia, la gloria y la patria.
Fuiste la encarnación del sacrificio,
fuiste la encarnación de la esperanza,
y como Cristo bien sabías que te sacrificabas.
Como a un gran corazón,
iba hacia ti la sangre de la patria,
que su dolor sentía en tu dolor,
que por ti palpitaba, y que confiaba en ti su salvación.
Todo lo fuiste tú, todo, en un instante:
la epopeya, el ensueño, la audacia y el misterio,
lo incomprensible y casi inalcanzable
con que esperaba redimirse un pueblo.
La Patria, tu tal vez como nadie, lo sabías, la forjan
los que sufren, los que luchan, los que se sacrifican;
que en el surco del pueblo,
el sacrificio es la única semilla que hace brotar la flor del patriotismo.
Tu fuiste así; por eso son eternos
tu nombre y tu recuerdo.
En la tremenda hora de patriótica angustia
ibas sobre las ondas como un ave silente
en formidable empeño de aventuras
desafiando a la muerte y a la suerte,
y tras tu frágil nave, como un viento propicio,
iba el cálido aliento con que seguía tu ilusión tu pueblo.
Nunca tuvo una estela mas luminosa un barco,
como la estela que dejó tu nave,
ni jamás las estrellas alumbraron
a un buque solitario,
de más pura y romántica osadía,
como al romanticismo de tu barco,
retoño nuevo de caballerías.
Viejos, niños, mujeres,
tus campañas seguían como en sueños,
y se echaban al vuelo, por tu nombre,
las líricas campanas.
Señor de la sorpresa,
recorrías impávido las costas enemigas.
Absorta te contemplaba y aclamaba América,
-flores de damas, ritmos de poetas—
y hasta la vieja, indiferente Europa,
depuso su soberbia ante tu gloria.
De las galeras que cantara Homero,
de los pueblos feacios,
tu nave fue sublimación airosa;
veloz y silenciosa como un sueño,
caía como un rayo, se iba como una sombra.
Ensoñación del mar en flor de hazaña,
era mito, milagro, fantasía:
maravillosa mezcla de caballero y de fantasma,
sorprendía, apresaba, combatía.
Tu eras la Patria, sobre el mar, bajo el cielo
y mas allá del horizonte,
y unías la leyenda y el cantar al ejemplo
como un nuevo Quijote.
Reflejo azul de una bondad divina,
por ti la roja guerra tuvo,
hundías barcos, salvabas vidas;
aún al enemigo diste amor,
y entre la sangre y la metralla,
puro pasaste el alma erguida por la mano de Dios.
Y como con la Patria te uniste y confundiste,
y eras un paradigma de heroísmo sin par,
a tu lado tuviste gallardos paladines;
pero la realidad te perseguía acechando tu ideal.
Duro el destino,
castiga y premia a los que osaron mucho:
los castiga en la carne y en la tierra y en el tiempo fugaz,
y los premia en el alma y en la gloria y les da eternidad.
Como tu par, insigne Bolognesi,
tenías que caer por nuestras culpas
y para ser ejemplo,
porque el destino escoge las víctimas mas puras,
y así redime castigando pueblos
en el dolor de los que son mejores.
¡Tenías que caer!
Y en un dantesco círculo de fuego
se consumó tu sacrificio cruento.
¡Tenías que caer!
Como en un mito griego,
se hizo de sangre todo el horizonte,
y se alzaron como unos semidioses
los que contigo al holocausto fueron.
¡Tenías que caer!
¡Se hizo de sangre todo el horizonte,
pero el mar como nunca, fue color de laurel!