Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Percy Gibson Parra

Percy Gibson Parra, nacido el 6 de abril de 1908 en el puerto de Mollendo, Perú, emergió como una figura luminosa en el panorama literario del siglo XX. Hijo del renombrado poeta arequipeño Percy Gibson Möller y Mercedes Parra del Riego, su pasión por las letras se gestó en un entorno impregnado de arte y creatividad. Sobrino del aclamado poeta Juan Parra del Riego, Percy Gibson Parra heredó no solo el talento poético, sino también el legado literario que marcó su camino desde temprana edad.

Criado en un ambiente intelectualmente estimulante, Percy Gibson Parra recibió una educación sólida en los colegios de Arequipa y Lima, forjando así las bases de su futura carrera literaria. Tras culminar sus estudios superiores en la Universidad Mayor de San Marcos, se aventuró a explorar los horizontes culturales de Europa, donde se sumergió en la riqueza artística de países como España, Francia e Inglaterra.

El regreso a su tierra natal en 1936 marcó el inicio de una prolífica carrera como escritor, ensayista y bibliotecario. Percy Gibson Parra destacó como director del suplemento literario del diario La Prensa de Lima y dejó una huella indeleble en la Biblioteca Nacional del Perú, donde ascendió al cargo de secretario general. Además, su incursión en el periodismo cultural, como crítico de cine en El Comercio y director del periódico literario Trilce, amplió su influencia en el ámbito intelectual del país.

El legado literario de Percy Gibson Parra se refleja en obras como «Esa luna que empieza» (1948), un poema escénico en tres actos que le valió el prestigioso Premio Nacional de Teatro en 1946, y «Primera piedra» (1966), una colección de sonetos que rinden homenaje a la historia y la naturaleza del Perú. A través de su poesía, Percy Gibson Parra inmortalizó la belleza y la complejidad de su tierra natal, trascendiendo fronteras y dejando una marca indeleble en la literatura peruana.

EL CHOLO

La chacra. Cholo y chola. Olla y tacho.
Ella hace chicha. El riega su maíz.
Con sombrero faldón, poncho y caucacho
vegeta como el hongo en su raíz.

Ramada y tardecita del poblacho
canta su amor erótico infeliz,
entre sentimental y entre borracho
con gotas de sudor en la nariz.

Triste cholo llorón, alma doliente
quechua andaluz, penar y frenesí
la voz ronca y cascada de aguardiente

Gime con la vihuela el yaraví
y melancolizado de poniente
él «creye» que la vida es, pues, así.

CERRO COLORADO

Mistiana media luz de los ocasos,
junto a la choza el saucedal susurra,
la mesa chicheril, enormes vasos
y en torno peonada indobaturra.



Palurdo arriero con herrados pasos
va a descargar su recua, y con cazurra
faz de huaripampero y cielos rasos
acércase a jugar «carga la burra».



Baraja el herrador mano de comba,
el ccapero y su bombo entra de ccapo
y con el bajamar llega la bomba.



Empendona el dintel un rojo trapo
y la chichera entre fogón y chomba
dormita en los costales de guiñapo.

YANAHUARA

Místico Yanahuara con huertos de Judea,
cercados de ruinosos y rústicos tapiales,
por sobre los que asoman los árboles frutales
aromando sus calles dulces de paz de aldea.

En su parque campestre se hace el silencio idea,
y se oye como un llanto de almas sentimentales
al susurrar los místicos, llorones saucedales,
entre el arroyo ledo que undívago serpea.

Soñaba allí una noche, y su dolor de puna
ulularon a dúo las quenas de la Luna,
lívida como el alma doliente de Melgar.

Aquella noche lueñe de mi feliz pasado,
tenía dieciocho años, estaba enamorado
y por mi Silva cruel me puse a sollozar.