Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de María Teresa Ramírez

María Teresa Ramírez Neiva, nacida el 17 de junio de 1944 en Corinto, Cauca, emerge como una destacada licenciada en historia y filosofía de la Universidad del Valle. Su travesía literaria, tejida con pasión, la ha llevado desde las tierras de Corinto hasta el puerto de Buenaventura, donde inició su viaje académico y artístico.

Conocida como la «Huracana de la poesía» por su fuerza y fervor al declamar, María Teresa ha dejado una huella imborrable en la escena literaria colombiana. Su distinción como «almadre» en el Museo Rayo, otorgada a las mujeres poetas que alcanzan la excelencia, atestigua la profundidad de su obra.

La magia literaria de Ramírez se manifestó plenamente en 1986 durante el IV Encuentro de Mujeres Poetas Colombianas, donde, inspirada por la esencia negra de su ser, conoció a Ómar Rayo y Águeda Pizarro de Rayo. Este encuentro propulsó la publicación de su primer libro, «La noche de mi piel«, en 1988, marcando el inicio de una prolífica carrera literaria.

A lo largo de los años, María Teresa ha iluminado escuelas, universidades, teatros y más con sus versos. Su exploración étnica y folklórica sobre la literatura afrocolombiana, la lengua palenquera y sus raíces negras ha enriquecido su impacto cultural.

Entre sus obras destacan «Abalenga«, «Flor de Palenque«, «Los pasos del exilio» y otros tesoros literarios que exploran la riqueza de sus raíces. Su legado incluye no solo la poesía, sino también investigaciones sobre la historia afrocolombiana, demostrando la diversidad y profundidad de su contribución al panorama literario y cultural.

Las páginas de María Teresa Ramírez resuenan con la fuerza del viento, llevándonos a través de su vida, su pasión y su exploración incesante de las raíces que la conectan con la esencia misma de la poesía afrocolombiana.

Diáspora. Adiós mi gente

¿San Basilio te vas?
Adiós, ya me voy.

¿África te vas?
¡Ya me voy!
Adiós mi gente,
adiós gente nuestra…

Y los que están aquí se los digo
les hablo a ustedes,
adiós: Kongo, Arará, Kuniri, Bantú
adiós: Keke, Yareque, Tafé, Uru
adiós: Muanga, Ucambo, Chokó
adiós: Yorumba, Mandinga, Lucumí.

Adiós: Masunga, Mulango, Majuancho.
Adiós: lo labandongo nguini,
adiós a todos los hermanos negros
la gente de mi tierra
nuestro corazón.

Porque estando lejos de mi tierra
de mi África (ya me voy)
extraña aquí, me llamo yo
añu ele le le lo
extraños inteligentes para enfrentar
mi vida, nuestras vidas.

¿Qué me trajiste extranjero?
Dolor muerte, separación,
llanto a gritos desde el alma.

¿África te vas?
Adiós tierra mía.
¡Adiós! ¡Ya me voy!
Adiós tierra mía.
¡Adiós! ¡Ya me voy!

La abuela negra narra: Cosmogonía de África

¡Yen yereeé! ¡Yenyereeé!
Ekuaaa… Ekuaa.

La abuela, sentada fuma
con la cachimba al revés,
la candela va por dentro,
un sahumerio de recuerdos
fortalece su vejez.

Camina para adelante,
sus huellas van hacia atrás.
Marca el son del tambor,
historias para contar.

Los bisnietos y los nietos,
atentos sin parpadear,
oyen hablar de Olodumare,
Babalú Ayé y Yemayá.

De Fam, el primer hombre,
de Sekumé y su mujer.
La abuela, como una Orisha,
¡Habla! ¡Cuenta! ¡Narra!

Fuma, fuma su cachimba
con la candela hacia adentro,
el fuego la ilumina.

Con mucha sabiduría
empezó su narración:

La Diáspora de los Orishas
protectores de sus negros,
en la oprobiosa travesía,
hacia la Tierra Nueva
nombrada de Ultramar.

Se aviva la llamarada…
se corre un velo de niebla,
las leyendas ancestrales
comenzaron a brotar.

Cuenta del león y el tigre,
la hiena y el camaleón,
dela araña diligente,
la tortuga y el muerto
en macabra procesión.

Es la fuente milagrosa
para saber la verdad.

De los afrodescendientes
y sus raíces de África
¡Cuna de la Humanidad!

¡Yenyeré, yenyeré!
¡Ekuaaa!

Oda a Benkos Biojó

Adelante mi etnia
huyendo, luchando, somos libres
añú elelo lo lai
asesinada mi gente
torturada nuestra gente.

Benkos artífice
de nuestra libertad,
libertad de los negros.

Benkos te saludo
nos mostraste el camino
Elégua, Elégua
tranzada al revés la vida.

Los niños
los jóvenes
los abuelos
liberados unidos
en un solo abrazo: negros
y hermanos indios.

Todos los días
te bendecimos
Benkos Biojó.

Los Orishas escuchan

Los Orishas escuchan, beben
sorbos amargos…

Un llanto no llorado
oprime sus almas
sus espíritus libres
sin mancha ni ataduras,
en la manigua selvática
de África ancestral.

Prohibidas las despedidas,
cortadas las líneas de sangre,
aniquiladas las familias…

Sólo el látigo
y la oprobiosa Karimba,
collar de hierro
tallado en dagas de miseria.

Yemayá deja caer su llanto,
cada lágrima,
un mar desconocido,
propicia el renacer
en nuevas tierras.

Reflejadas en el espejo-luz
se arcoiridizan, siete colores.

Siete potencias se agitan:
Ochún, Changó, Orumla,
Yemayá, Ogum, Obbatalá
y Elegua
¡Claman!

Se transparentan en medio
de las heridas putrefactas.
Babalú Ayé… extiende sus manos,
el dolor se hace soportable,
la gusanada
se inclina reverente.

La travesía hacia el exilio,
¡aborrecida! no pedida,
atormenta a Nzamé,
Creador de la oscura
armonía africana.

Tocá ese tambor

Tocá ese tambor hijo mío,
vuelen sobre él tus manos mestizas,
confluye a tu sangre africana,
confluye a tu sangre india.
Tocá ese tambor hijo mío,
cierra los ojos y vuela,
en las notas temblorosas
ritmo de baile africano,
cante tu boca bembita,
tromponcita y cariñosa.

Tocá ese tambor hijo mío,
vuelen tus manos mestizas,
en los sonidos de África,
con tu boca medio bemba
y tu pasita amonada.