Poetas

Poesía de España

Poemas de Juan Cervera Sanchís

Juan Cervera Sanchís es un poeta y periodista de origen español, nacido el 24 de octubre de 1933 en Lora del Río, Sevilla e inmigrado a México. Es hijo de Juan Cervera Rueda y de Asunción Sanchís Jiménez. Ejerce el periodismo tanto en México como en España. Ha regresado a su pueblo natal en julio de 2013. Desde joven manifestó su inclinación hacia la poesía. Ha escrito sonetos, décimas, liras entre otras formas de la poesía tradicional. En España la colección Adonais editó su libro El Prisionero (1970). En Barcelona, 1982, obtuvo el premio Azor con el libro En las Nubes. Su poesía se ha traducido al francés, inglés, italiano, portugués y al japonés. Su obra es extensa teniendo más de cuarenta libros publicados desde 1960. Su primer libro, El muchacho que veía venir a la muerte (1960) apareció en la editorial AGEM de Madrid, España. Cervera Sanchis ha cultivado también el relato y ejerce el periodismo. Entre sus libros en prosa destacan Los ojos de Ciro (relatos), editado por Katún, México (1984), El caos es maravilloso, Editorial Domes, México 1985 y un libro de entrevistas con pioneros de la industria del petróleo en México. Pemex: pasión y destino, editado por el Instituto Mexicano del Petróleo (2005).

TRIÁNGULOS

Ganar
Perder
Jugar

Saber
Creer
Dudar

Mirar
Sin ver
Y viendo

No ser
Y ser
No siendo

La mesa
El pan
El hambre

El ave
El aire
El cielo

Que nada
La nada
En nada

Que ignora
El Todo
Que es Todo

En Dios
Por Dios
Con Dios

El sol
La sed
El agua

MIS MUERTOS

A mi hermana Marieta
con quien comparto la veneración
por nuestros amados muertos

1

Mis muertos son más que míos.
Adonde quiera que voy
vienen y viven conmigo.
Mis muertos, ¡ay, sí!, mis muertos,
instante a instante más vivos.

2

Quiero hablar yo con mis muertos.
Yo hablo todos los días
y noche a noche con ellos.
Que mis muertos señorean
vivos en mi pensamiento.

3

Jamás nunca ellos me faltan,
son las compañías secretas
que en secreto me acompañan.
Hablo de mis muertos, hablo
de mis criaturas sagradas,
de los verdaderos ángeles
de mi guarda.

4

Mis muertos siempre presentes
y llenos de amor y gracia;
mis amadísimos muertos,
que encantadores me encantan
y en silencio enamorado
incendian de Dios mi alma.

PATRIA

Yo no tengo
más patria
que tus besos.

MADRE NUESTRA

Madre Nuestra que estás en mi vida.
Madre Nuestra que estás en el aire.
Madre Nuestra que estás en la tierra.
Madre Nuestra que estás en mi sangre.
Madre Nuestra que estás en mi mente.
Madre Nuestra que estás en mi carne.
Madre Nuestra tan mía y por siempre.
Madre, Madre, mi Madre, tan Madre.

(Que sea, Madre Nuestra, glorificado
tu amado nombre; que reine entre nosotros
tu beatífica ternura. Hágase tu voluntad
en nuestros sueños y nuestras realidades.
Danos hoy, y mañana, tu esplendoroso amor
de cada día. Perdona nuestros gestos de desamor
y nuestros olvidos y ayúdanos, Madre Nuestra,
a amar a los que no nos aman. No nos dejes caer
en la negligencia y líbranos de la indiferencia
para con nuestros semejantes)

Madre Nuestra que estás en mi alma.
Alma Madre, muy alma y muy Madre.
Vida Madre que estás en los cielos.
Que estás en la tierra y eres raíz vibrante.
Madre Nuestra que estás en la lluvia,
que eres lluvia y sol, que eres pan y arte.
Madre Nuestra, mi Madre, Madre de mi vida,
que tú eres mi vida y eres adorable.
Madre mía, mi Madre dulcísima y tierna
y tierna y dulcísima y Madre muy Madre.
Que nunca, que nunca, tu materno aliento,
Madre Nuestra y tan mía, en mi vida falte.

OPIO

Yo amaba a las amapolas que enrojecían los trigales
que, alrededor de mi pueblo, verdecían la voz del aire.
Yo en aquel tiempo ignoraba la clorofila y la sangre.
Yo era un niño saltamontes, un niño desconcertante.
Era un niño, yo era un niño experto en cirros y aves.
Que yo era un niño feliz y enamorado y amante
de las rojas amapolas y de los verdes trigales.
Todo lo inventaba yo y era todo cautivante.
Que era yo un niño, aquel niño, deslumbrado y deslumbrante,
que podía ver la poesía de la luz por un instante.
Un niño que no sabía; que no sabía y no sabe
que, entre las dos Oes del opio, en su alma de niño, cabe
el jardín de la Creación aromado de Dios Madre.

LOCO

Debo estar loco yo, desesperado,
acorralado y solo bajo el sol
y las estrellas solo, bajo la luna solo.
Solo, solo, muy solo, por lo que pido ayuda,
debo estar loco yo, a mis amados muertos.

Fervor absurdo el mío; inexplicable y primitivo
e irracional el fervor mío.
Ante la indiferencia de los vivos
recurro a mis difuntos.
Invoco la memoria de mi padre,
a quien veo en sus retratos,
y hablo con mi madre siempre cerca de mí,
siempre tan cerca como el aire que a diario respiro,
e invoco a mis abuelas, con mis abuelos hablo,
debo estar loco yo, nadie lo ponga en duda,
y les pido sin más que por favor me auxilien;
que me saquen les pido de estos oscuros pozos
en donde me debato con mi sombra.

No confío en los vivos, en verdad no confío,
y recurro a mis muertos
como de niño recurría al ángel de mi guarda
y a los dulces fantasmas del amor,
del amor invisible, de ese amor,
cuento de bellas hadas en que creía yo entonces
Ahora que ya no creo casi en nada
me ha dado por creer en la luz de mis muertos,
muertos que me iluminan y acarician.
Creo en mi padre, creo en mi madre
y creo en mis abuelas y en mis abuelos creo.
Creo en ellos y converso con ellos
a lo largo de mis largos desvelos,
y les pido y les pido que me echen una mano,
un ala enamorada
que enamoradamente me devuelva mis alegrías perdidas
y ese golpe de suerte que tanto necesito
en mitad de estos días y estas noches aciagas.

Sí, debo estar loco yo, loco de atar, sin duda,
a estas alturas del circo y del trapecio,
pues continúo buscando,
contra la contundencia de la lógica y el 2+2 son 4,
auxilio entre mis muertos.
De veras, ¡ay! de veras que habito en lo increíble
tratando de creer que hay un Dios que me escucha,
que la Creación me ve y me reconoce
y mis amados muertos están vivos
en la invisible fascinación del aire
y acabarán haciendo realidad, ¡oh bendita locura!,
el milagro que espero, la salvación que sueño,
mientras que digo padre y madre mía susurro,
convencido en el fondo de mi alma
que me están escuchando y no me dejarán
solo en el manicomio entre crueles loqueros.

Debo estar loco yo, qué duda cabe.
No cabe, no, no cabe la más mínima duda.
Yo estoy loco hasta el colmo de los colmos,
pues yo, loca locura, pese a todo,
creo y creo en la poesía
y no hay mayor locura que creer,
en este mundo nuestro, en la poesía,
cuando el único dios que impera en este mundo
es el salvaje dios de la rapiña
y las bestiales garras del dinero.