Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Alfredo R. Bufano

Alfredo R. Bufano (21 de agosto de 1895-San Rafael, Mendoza, Argentina; 31 de octubre de 1950) fue un poeta argentino. Quinto hijo de Leonardo Bufano y Concepción de Cristo, ambos inmigrantes italianos.

Nació el 21 de agosto de 1895, quizá en Italia, aunque él mismo afirmaba en sus versos que había nacido en la provincia de Mendoza, donde transcurrió su infancia. A los dos años, tuvo un accidente doméstico en el que cayó sobre un balde cuyo borde le hirió dejándole por vida una ancha cicatriz en el cuello. Concurrió a la escuela Vélez Sarsfield (de Villanueva) que no completó debido a la pobreza familiar, y en su lugar trató de colocarse como aprendiz de diversas actividades, como carpintero o albañil. Su padre, que era talabartero, lo acompañó recorriendo fincas y bodegas.

Entre 1915 y 1919 publicó sus primeros poemas en El Correo Musical Sudamericano y cambió su empleo en la librería por el de redactor de esa revista; también colaboraba en otras publicaciones de gran difusión como Caras y Caretas y Mundo Argentino y en 1917 se casó con Ada Giusti, con quien tuvo cinco hijos. Publicó El viajero indeciso, su primer libro, al que siguió Canciones de mi casa, que en 1920 fue galardonado con el segundo premio en un concurso organizado por la Municipalidad de Buenos Aires. Ese año murió su madre y expresó su pena en el libro Misa de Réquiem.

En 1950 publica Elegía a un soldado muerto por la libertad. El 15 de octubre viaja a Mendoza a visitar a su hija. Desde agosto lucha con una de las crisis periódicas de sus dolencias respiratorias. El 31 de octubre falleció repentinamente en San Rafael.

GENEALOGÍA

De heroica estirpe corsa desciendo; hay en mis venas
sangre de montañés, de monjes y piratas;
sólo mi madre, que era más suave que una nube,
puso en mí viejo espíritu una azucena pálida.

Por eso muchas veces frente a ti, soy como una
garra dura y tremenda, como una enorme garra
que al sólo suave roce de tu mano de seda
se hace también de seda como tu mano blanca.

Por eso mis pupilas se pierden en las sombras,
y son frente a tus ojos, como aves solitarias
volando más allá de la vida y de la muerte,
más allá de los siglos más allá de la nada.

Por eso soy a veces taciturno y doliente,
y otras, ¡tu bien lo sabes! un puñado de infancia;
y así como te lleno de besos y canciones,
he abierto con mis uñas, en sueños tu garganta.

Ya te lo dije un día: pesan en mí diez siglos
de pasión y de muerte, de amor y de venganza;
¡No tiembles, pequeñuela, si alguna vez descubres
en mis profundos ojos la sombra de mi raza!

Por lo demás ya sabes: soy una cosa tiste,
¡bastante triste! Acaso siempre azucena pálida
que en las noches profundas vuela hacia las estrellas,
trémula de suspiros y luciente de lágrimas.

HOY NO LO SABES

Hoy que me tienes cerca, hoy que tienes
junto a ti como el aire, hoy que te miras
en mis ojos, no sabes lo que valgo.

No sabes lo que valgo, oh, sí; mis dedos
están prontos a verse entre los tuyos
como ateridos pájaros, mi boca
se abre a tu beso antes que tú lo pidas;
y aunque yo no lo diga, porque ignoro
las palabras superfluas, tú sabes
que estoy lleno de ti como está el árbol
lleno de flores en la primavera
y de sollozos cuando pasa el viento.

Hoy me tienes cerca, hoy que te busco
para apoyar esta cabeza mía
tan llena de tristeza en su regazo,
a veces como un niño y otras veces
con la grave fatiga de los hombres
que en vano recorrieron los caminos
del mundo, en busca del ansiado sueño;
hoy que te ansío, hoy que me tienes cerca,
no sabes lo que valgo.

Mañana sí; mañana cuando el frío
de la ausencia te envuelva como un brazo
invisible; mañana, cuando esperes
en vano al que no ha de volver ya nunca,
sabrás lo que yo soy; hoy no lo sabes.

Y cuantas veces en tu alcoba triste
habrás de recordar aquel muchacho
silencioso y extraño, que tenia
esa cara tan pálida, esos ojos
como con sueño siempre, y esa boca
con algo de ansiedad y algo de hastío;
y aquel aspecto suyo, tan cansado…

Y cuando te pregunten: «¿En qué piensas?»
leve rubor encenderá tu rostro
y como sin querer, acaso digas:
«¡En nada…!» pero tu alma
murmurará en silencio: «¡Era tan bueno!»

¿Y tus ojos? ¿Y tus queridos ojos?

UN SUEÑO

Era una noche profunda,
obsesionante y fantástica.

Soñé que eras una sombra
envuelta en sedas extrañas,
y que entre nubes de incienso
sin un rumor te acercabas.
Soñé que tus ojos raros
me estremecían el alma;
soñé que eran mis pupilas
de tus pupilas esclavas.

Yo te dije:» ¡Tengo sueño!»
Tú no me dijiste nada.

Era una noche profunda,
obsesionante y fantástica.

Tú te acercaste a mi lecho,
y con tus manos de nácar
acariciaste mis párpados
con una caricia larga.
Mis párpados se cerraron,
mi boca te dijo: «¡Gracias!»
Tú en cruz pusiste mis manos,
mi cara se puso pálida,
y en el silencio de muerte
se oyó un leve rose de alas.
¿Y después? Ya no recuerdo
nada… no recuerdo nada!

TE QUIERO

Te quiero por la tenue caricia de tu voz,
te quiero por la seda de tus manos,
por la blancura de tu piel, te quiero
por la sensual promesa de tu nuca,
por tu fino cabello, por el raro
perfume de tu carne en primavera,
por la gracia felina de tu cuerpo
con algo de vestal y de leopardo,
te quiero por la roja flor de fuego
de tu boca entreabierta, por el vago
resplandor religioso que te envuelve
como el halo de luz circunda al astro;
te quiero por tu alma, oh mi pequeña,
que es alma de pureza y de milagro,
¡y por tus ojos!, por los ojos esos
que en gracia eterna moverán mis labios
para cantar los versos que ellos mismos
hacen brotar del corazón extático,
como el hilo perene de la fuente
que murmurando salta hacia el espacio,
para tornar de nuevo a recogerse
y volver a surgir, siempre cantando.

¡Oh mi gacela. Oh mi olorosa, linda
como una florecita de naranjo!

RANCHO MENDOCINO

Sobre oscuras esteras de trenzada totora
el sol de otoño seca, tuerce, comprime, dora
uvas, higos, ciruelas, duraznos opulentos
y zapallos y choclos y sartas de pimientos.

De la pared de adobe, del clavo de una estaca
penden ramos de orégano, de cedrón y albahaca.

En el corral cercano una mujer trigueña
con otoñal cachaza la dócil vaca ordeña.

Cuatro chiquillos sucios juegan a la pallana
sentados en el suelo, en plena resolana.

Bajo la añosa parra, callado y pachorriento,
un viejo magro y fuerte está sobando un tiento.

Por el desierto patio, bajo el sol amarillo,
cruza lenta una flaca gallina con moquillo.

De tapia en tapia, en tanto, una leve ratona
con breves notas finas su ubicuidad pregona.

Y a la puerta del rancho, un perro macilento,
lleno de garrapatas duerme su aburrimiento.

SIESTA

La chicharra en el parral
su rauda matraca toca
acompañado a la loca
flauta que toca el zorzal.

Olor a vino pichanga
sale de la amplia bodega,
el tibio viento a mí llega
trayendo un son de catanga.

El sol quema la enramada
de chilca reseca y dura,
mientras la acequia murmura
su eterna y simple tonada.

Y bajo un chañar que ostenta
sus huevecillos de oro,
parlotea un viejo loro
en la tarde soñolienta.

PRIMAVERA EN LA MONTAÑA

Brillan las moreras y los carolinos,
se hinchan los sarmientos de las viñas prietas,
y hay en los caminos
y en las ríspidas sierras violetas
una oculta alegría pagana
que es oro en la tarde y oro en la mañana.

Cantan los senderos, cantan los pinares,
cantan los chañares y albaricoqueros,
y los durazneros y los olivares
y los azahares de los limoneros.

De limpios verdores se cubren las parras
del huerto querido. La siesta
ya afina su orquesta
de agudos zorzales y roncas chicharras.

Mi verso se viste de pámpano y pino;
se lleva a los labios su flauta de rama de higuera,
y se va por el pardo camino
danzando la danza de la primavera

PAISAJE INFANTIL

Camino del Cerro. Cuatro hileras de álamos;
cuatro hileras de álamos bajo el claro cielo.
En verano, verdes y ocres en otoño;
y en invierno grises, rápidos, enhiestos.

Camino del Cerro, cuesta arriba va
entre las hileras de álamos geométricos;
lindos alamitos d juguetería,
con el tronco blanco y el ramaje espeso.

Paisaje de niños es este paisaje;
al fondo el hirsuto boscaje del Cerro;
sólo faltan unos soldados de plomo,
briosos caballitos de pintado leño,
cañones de lata… ¡Y que nuestro pobre
corazón, dios mío, no fuera tan viejo!

NIEVE Y LUNA

Sobre el valle de Uspallata,
en esta noche de junio,
un obsesor plenilunio
su cabellera desata.
Mi alma no sabe decir
frente a tanta maravilla,
si es la nieve la que brilla
o es el celeste zafir.

¡Oh roja luna serrana!
¡Oh valle dulce y profundo!
¡Todo el silencio del mundo
se ha dormido en mi ventana!

SUEÑO

¡Es cierto! Todo se me fue soñado.
Mas déjame soñar, que el sueño es bueno.
¡Cuánta angustia que pudo ser veneno
del alma triste se me fue soñando!

Toda la vida se me va en un sueño
que no he de ver hecho palabra un día.
¡Y sin embargo sueño todavía,
pues si mi vida es algo, es porque sueño!

Nada más que por eso; y porque alcanza
el cielo, claro almendro florecido.
De este modo mantengo mi esperanza
con su cirio eucarístico encendido.

Déjame ¡oh Dios! Que duerma y sueñe ahora
que estoy para sufrir siempre despierto.
¡Hoy este sueño el corazón me dora,
y haz que me lleve a ti después de muerto.