Poetas

Poesía de España

Poemas de Eugenio Padorno

Eugenio Padorno Navarro, nacido en Barcelona en 1942, se erige como una figura esencial en la poesía contemporánea canaria, marcando su impronta en el tejido literario español. Su infancia se arraiga en Las Palmas de Gran Canaria, un escenario que inspiraría su poesía durante toda su vida, salvo breves períodos en la isla de Fuerteventura. Hermano del poeta y artista Manuel Padorno, Eugenio ha trascendido su papel como docente, siendo licenciado en Filología y Letras y doctor en Filología Hispánica.

Cautivado por la magia de las palabras, Padorno, durante la década de los sesenta, fundó la colección de poesía Mafasca, un refugio para las voces poéticas emergentes. Su participación en la antología «Poesía canaria última» (1966) lo consagró como referente de la Generación de 1965, junto a luminarias literarias como Fernando Ramírez y José Luis Pernas. Su legado literario se ha forjado en una prolífica carrera, con reconocimientos como el ciclo de conferencias en la Casa Museo Tomás Morales, que culminó con la presentación de su poesía reunida, «Acaso sólo una frase incompleta» (1965-2015).

La obra poética de Padorno se erige como un viaje lírico, desde «Habitante en luz» (1963) hasta «Hocus pocus» (2015), explorando metamorfosis, comedia y diálogos poéticos. Cada verso es una ventana hacia su alma, capturando la esencia de las Islas Canarias y más allá. Su último reconocimiento, nombrado hijo adoptivo de Gran Canaria en 2022, corona la carrera de un poeta que, a través de sus versos, ha trascendido el tiempo y las fronteras, dejando una huella imborrable en la rica tradición literaria española.

Pisapapeles en la arena

Con el pensado ardor que une
en el entresuelo de anticuario el

huidizo metal de un torso de
muchacha y los miembros atesados

de un fauno tras la urna
del ojo dos cuerpos bajo el viento

africano ocultos yacen tallados sobre
mutables lecturas de arenas soleadas

entre maleza de lenguajes.

Palabras para la arqueología

En los hornos del mar (tienes los ojos de hebreo)
las movedizas copas reverberan al fondo

en el camino de gravas

las gaviotas descienden sobre monstruos dormidos
montan los areneros las cabinas jergan
bebidas refrescantes

dioses perros bañistas

petrificados en la intersección única de los días
idos y por venir
arañan la fosca realidad
el hermetismo dórico del domingo
ejercitan el tacto avaricioso sobre cuerdas
de música

danzan vomitan eyaculan
a orillas del acuario
entre los dos extremos de la inmovilidad sujetas

juventud y vejez sin erosión

la imagen de la vida y la muerte
en otros silos cinerarios.

Ritmos

La hoja (o la que crea el pensamiento)
en la mágica
plenitud de la siesta.

Cuerpos

y estatuas
en uno y otro mar
como en las páginas de una edición bilingüe

confrontados

en esa luz no interrumpida en el papel,

el gótico arañar de suspendidos

y mutables signos entre anchas resacas
del lenguaje.
El auriga bosteza en el pescante de la vieja
tartana

agosto abrasa el fruto con fórmula severa

y la palabra excede horror.