Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Javier Heraud

Javier Heraud, más que un poeta, fue un espíritu inquieto que se empeñó en explorar cada rincón del conocimiento y la acción. Desde su infancia en Lima, destacó no solo por su brillantez académica, sino también por su pasión desbordante por la poesía. Ingresó a la Pontificia Universidad Católica del Perú y luego a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde su inquietud social se encontró con su vocación literaria. Su participación en el Movimiento Social Progresista y su viaje a Rusia marcaron un punto de quiebre en su vida y en su poesía. En sus versos, se vislumbra una mezcla de fervor revolucionario y una sensibilidad profunda por la naturaleza y la humanidad.

Sin embargo, el destino de Heraud tomó un giro inesperado cuando decidió empuñar las armas contra la junta militar que había tomado el poder en su país. Este acto audaz lo llevó a los montes de Puerto Maldonado, donde se enfrentó a un destino trágico a la corta edad de 21 años. Las balas de los agentes policiales truncaron su vida, pero no pudieron silenciar su legado. Póstumamente, su obra continúa reverberando en la literatura peruana y su figura se erige como un emblema de valentía y compromiso.

Las obras de Heraud, desde el evocador «El río» hasta el conmovedor «Estación reunida», revelan un talento prodigioso para la poesía. Sus versos van más allá de la mera expresión artística; son testimonios fervientes de un alma apasionada por la justicia y la libertad. A través de su poesía, Heraud nos invita a reflexionar sobre la naturaleza efímera de la vida y la trascendencia del espíritu humano en la lucha por un mundo más justo.

En la actualidad, la figura de Javier Heraud sigue resonando en la literatura peruana y en la memoria colectiva de su país. Su vida, aunque breve, dejó una marca indeleble en la historia cultural y política del Perú. Su valentía y su genio literario continúan inspirando a nuevas generaciones de poetas y activistas, recordándonos que las palabras tienen el poder de transformar el mundo.

Nadie te molesta, hermano

Nadie te molesta,
hermano.
Hoy duermes en tu cuna
Y en tu leche,
hoy duermes en tu sueño
y en tu noche.
¿Qué espantos, qué
miedos te cogerán
en madrugada y
te sacudirán en
viernes o en sábados
o en sábados convulsos?
No. Aquí estoy yo,
hermano,
velando tu tranquilidad
y tus noches,
mirando tus manos
enlazadas con
la luna,
mirando tu rostro
hundido en tus
sus otoñales.

Invierno. Y aquí
está tu hermano,
tu colcha, tu
sábana, y
tu almohada,
y tu hermano
para evitar que
ángeles perversos
paseen por tus
ojos
para coger tus
sueños y arrullarlos
fieramente.
Hoy, durmiendo,
cuidando tu muerte
por momentos,
evitaré que nuevos
soles nazcan en tu
frente, evitaré
las tinieblas y las
ruinas,
las miserias y,
los males,
(que hoy se vislumbran
en mis ojos)
para hacer de ti,
hermano,
un nuevo hombre
nacido aquí en
la aurora.

Poema a un amigo

Jueves, día último de la
infancia
Jueves, viernes días dulces
y amargos para el oído
qué sombra que luces
qué soles
descansaban
en
tu
frente
qué soles te acercaban
al pasado,
jueves,
doce,
último, día de
los lunes
poesía,
martes de la
semana.
Luis, hermano,
hoy la humanidad
me sabe fuerte
hoy descanso
en mis ojos
y en mi voz.

Los visitantes de la noche

Me has dado de beber
en tus manos el agua
que sale de la fuente,
la fuente para aplacar,
mi sed de caminante,
mi sed que corría por
los campos cubiertos y
tejidos de sol,
la fuente para calmar
mi sed de vida y muerte.
mi sed de tus manos frescas,
la fuente clara,
la fuente que reía con Machado,
la fuente que me adentraba con sus besos
Esta fuente ha llenado de piedras
mi seco corazón,
la fuente y tus manos.
el agua que me ofreciste
a beber aquella tarde de
Pájaros entre el desierto,
la fuente y la piedra,
el amor destruye como la muerte,
el amor llena de agua fresca mi
rostro y mi aliento,
la fuente como un día en tus manos,
la fuente de la tarde y de la noche,
la fuente y mi sed,
tus manos y la fuente de la tarde.

Imagen nueva

Para Armando Zubizarreta

A veces me parezco un poco
a la imagen de la muerte
que mi madre descubría
entre sus cuentos.
Con mis ojos hundidos y
mis manos señalando
blancas calles
me suelen confundir
con la muerte devoradora,
y entonces,
para jugar,
penetro en algunas
casas,
aliviando a carpinteros y
artesanos del dolor,
cogiendo tierras
y hundiéndolas
en el mar.
Soy la muerte a ratos,
y a ratos conservo mi belleza
y mis vestimentas
y asusto perros, gatos,
y al final,
como siempre,
a la higuera estéril y solitaria
la quemo con el rayo de mis manos

Krishna o los deseos

A. C. B., interminable amigo.

Keshava, ¿con qué objeto mataría
a los míos? No deseo la victoria,
los reinos ni los placeres.

Bhagavad-Gita. I, 31

I

No deseo la victoria.
La victoria es siempre pasajera,
no queda después sino la muerte,
el regocijo, el gozo falso de la vida:
una hierba caída sobre el hombro,
un refugio que aguarda su retorno,
un escondido llanto después de la
batalla y la victoria.
Un vaso palpitante,
un cuerpo en perpetuo movimiento,
un cenicero vacío eternamente
son más efímeros quo la victoria,
efímera y vana, cansada y agotante.
Difícil es remar a remo suelto,
difícil llenar el vaso lleno,
difícil cambiar el tiempo ajeno.
No deseo la victoria ni la muerte,
no deseo la derrota ni la vida,
sólo deseo el árbol y su sombra,
la vida con su muerte.

II

No deseo los reinos.
Un reino es siempre mensurable:
tantos metros y distancias,
tantos bueyes y caballos lo
separan de otros reinos pasajeros.
No deseo ningún reino:
mi único reino es mi corazón cantando,
es mi corazón hablando,
mi único reino es mi corazón llorando,
es mi corazón mojado:
mi reino es mi seco corazón (ya lo dije)
mi corazón es el único reino
indivisible,
el único reino que nunca nos traiciona,
mi reino y mi corazón,
(ya tengo el corazón)
no deseo los reinos si tengo mi
pecho y mi garganta,
no deseo los valles ni los reinos.

III

No deseo los placeres.
No existe el placer sino la duda,
no existe el placer sino la muerte,
no existe el placer sino la vida.
(El mar lavará mi espíritu en las arenas,
lo lava todos los días en el recuerdo,
lo ha lavado con palabras,
el mar no es un placer sino una vida).
El mar es el reino de la soledad y el naufragio.

IV

No deseo sino la vida,
no deseo sino la muerte.

V

Descansar en el valle
que baña el río todas las tardes,
en las arenas que cubre el. mar
todas las noches,
en el viento que sopla en los ojos,
en la vida que alienta ya sin fuego,
en la muerte que respira el aire lleno,
en mi corazón que vive y muere diariamente.

Dos preguntas

primera pregunta

«¿En qué lugar de Lima, la dorada,
vivían los que la coristruyeron?»

(Bertolt Brecht)

segunda pregunta

¿Por qué será que todavía existen
infelices que nos hablan de una Lima
señorial, antigua, colonial y bella?
¿Por que quedan todavía desgraciados
que anhelan sin cesar la ciudad de los Reyes,
las tapadas, los balcones, la alameda,
si de eso sólo queda un basural de hambre,
de miseria y de mentira?
Ciudad de los Reyes
de la explotación y el hambre,
tres veces coronada por la sumisión,
ciudad triste, hambrienta, mísera
por todos lados,
salvo pequeños rinconcitos
donde se canta «la flor de la canela»
«viva el Perú y sereno» y se bebe whisky
con hielo y cocacolas.

Palabra de guerrillero

Porque mi patria es hermosa
corno una espada en el aire,
y más grande ahora y aun
más hermosa todavía,
yo hablo y la defiendo
con mi vida.
No me importa lo que digan
los traidores,
hemos cerrado el pasado
con gruesas lágrimas de acero.
El cielo es nuestro,
nuestro el pan de cada día,
hemos sembrado y cosechado
el trigo y la tierra,
y el trigo y la tierra
son nuestros,
y para siempre nos pertenecen
el mar
las montañas y los pájaros.

Poema Rafael Arberti

(Compuesto en su presencia, el 5 de mayo de 1960, en el Instituto José Carlos Mariátegui).

Rafael,
Alberti,
déjame llamar a tu voz
desde mi voz,
a tu canto desde mi canto
naufragado,
déjame aprender en tus ojos
la palabra ardiente,
la poesía viva y despejada.
Rafael,
Marinero en tierra y cielo,
marinero y ángel
marinero y tierra,
tierra y cielo,
Alberti y rafael.
Alberti,
a tu cielo, a tu voz,
a tu rostro
emocionado,
ahora, he de cantar
en la voz de las palomas.
Hueso en el árbol, pedro,
federico, rafael,
venidos de tan lejos y
tan cerca.
Alberti,
que tus aguas vengan puras
a tu cielo, que tu
lluvia caiga suave
hoy en mi
pecho,
que tu cielo llueva fértil
en España,
que tu voz riegue en América,
y en la tierra dé sus
frutos, de flor en los océanos,
siembre árboles en los
hombres. Llene de flores
este mundo.
Nada podrá la muerte
contra tí.
Rafael,
la muerte ya no existe
en tus praderas,
ya no reina en tus campos
azules,
el olvido ya no te olvidará
en sus aguas tormentosas.
Alberti,
rafael,
en la palabra, en el rostro
de tu poesía,
pusiste tu voz y tu garganta,
dejaste tu alma y tu sangre
abierta,
Rafael en tu voz
te quedaste tú.
Eternamente.

Yo no me río de la muerte

Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles

Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reír de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.

Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.

Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.