Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Manuel José Pérez

Manuel José Pérez (13 de diciembre de 1837 – 28 de septiembre de 1895) emerge como una figura destacada en el panorama literario colombiano del siglo XIX. Originario de Panamá, este jurista y poeta romántico deja una huella imborrable en la primera generación de escritores del istmo tras la independencia de España y su unión a Colombia.

Su legado literario se teje en el tapiz del romanticismo que marcó la segunda mitad del siglo XIX. En 1888, Pérez presenta al mundo su obra maestra, «Ensayos morales, políticos y literarios«, una amalgama de prosa y verso que se erige como el libro literario más antiguo editado en Panamá.

A través de sus versos, Pérez captura la esencia de una época llena de transformaciones y desafíos. Su poesía, impregnada de la pasión romántica, refleja las complejidades políticas y sociales de su tiempo, revelando un profundo compromiso con la exploración moral y la reflexión crítica.

La contribución de Manuel José Pérez trasciende las fronteras geográficas y temporales, dejándonos un legado literario que resuena con la riqueza histórica y cultural de Colombia. Su capacidad para entrelazar la prosa y el verso enriquece el patrimonio literario panameño y consolida a Pérez como una figura esencial del romanticismo en la región.

Deseo Sin Nombre

Yo busco entre las sombras de la noche,
un algo, un no sé qué;
de la flor el aroma en casto broche
buscándolo aspiré.

He libado la miel de los panales
tan dulce y perfumada,
y en lagos de purísimos cristales
mi sed quedó saciada.

Y en la mañana, al descorrer la aurora
sus puertas de zafiro,
he buscado en su luz arrolladora,
aquello en que delirio.

Mas ni la sombra, ni la flor, ni el día,
satisfacen mi ardor;
ni la miel de panales mi agonía,
ni el llanto mi dolor.

Falta a mi ser un algo, un no sé qué,
vida a mi corazón;
sueño que vivo y sueño que soñé,
y el sueño es ilusión.

¿Dónde, cómo llenar este vacío,
que siento dentro en mí?
Cálmate, corazón, para el hastío,
¡ay!, la tumba está allí…

El Corazón

A mi amigo, Don Manuel Gamboa.

Viajaba yo por procelosos mares,
con vario viento y con fortuna varia,
unas veces alzando una plegaria,
otras, lanzando horrible maldición.

Buscaba lo imposible; era mi tema,
palpar la realidad de lo impalpable,
y escudriñar la víscera variable
en su modo de ser: —el corazón.

Yo quise examinar fibra por fibra
y latido a latido lo que encierra,
esa ánfora divina, aunque es de tierra,
ora de vicio asiento ó de virtud;

Y audaz, cuál pocos, con mirada atenta,
el alma concretada en su ardimiento;
el vuelo desplegando al pensamiento,
la niñez estudié y la senectud.

Y osado pretendí de sus misterios
el secreto alcanzar que lo domina,
qué estrella lo dirige y lo encamina,
y á qué ley obedece el corazón.

¡Querer y no querer a un tiempo mismo,
amar hoy y aborrecer mañana,
asiento de grandeza soberana,
o esclavo de una mísera pasión!

Siempre es el centro a do converge todo,
fuente de todo bien, del mal sentina,
unas veces al cielo se encamina,
y del infierno esclavo en otras es;

Y henchido de soberbia, en ansia loca,
por el inmenso espacio tiende el vuelo,
o humillado se arrastra por el suelo
olvidando su orgullo y su altivez.

Y trémulo, jadeante, estremecido,
el velo levanté que lo cubría,
y la frente bajé triste y sombría
asustado ante tanta lobreguez

Y mi mano extendí por si pulsaba
palpando la materia, sus latidos;
pero salté de horror sobrecogido,
y en el llanto del alma me anegué.

¿Es esto el corazón? ¿aquí se anidan
el amor, la virtud, el bien o el mal?
este, el sitio será de la inmortal
aspiración eterna de la vida?

¿Es la materia vil arca divina,
y el bien y el mal la misma flor encierra?
y la hiel y el almíbar de la tierra
en mística redoma están reunidas?

***

Ya sobre el horizonte el sol asoma,
y de carmín y gualda y plata y oro,
ofrécenos espléndido un tesoro,
inmenso como es todo lo inmortal.

Veremos desplegar radiante el manto
al astro rey; su luz que reverbera
sobre la humanidad, que en esta esfera
sufre llorando con dolor fatal,

No penetra en el fondo de las almas,
no puede averiguar si hay un misterio
en cada corazón: allí su imperio
se estrella ante la horrenda oscuridad…

Sollozos

I

No vuelvas nunca
tus ojos bellos,
hacia mis ojos,
niña del cielo;
porque me incendian
esos luceros;
porque me matan
tus ojos tiernos.
Si, osado, en ellos
busco un consuelo,
vuelve tus ojos,
limpios, serenos.

II

No quiero niña
me miren tiernos,
esos tus ojos,
tus ojos bellos.
Yo estoy muy triste,
casi estoy viejo,
no por los años,
sí por los duelos;
mira, he sufrido
muchos tormentos;
mira, he llorado,
ni sé qué tengo
Amén y mentira
fue todo el premio,
que conquistaron
llanto y lamentos;
yo tuve amigos
y aun creo que tengo;
pero estoy solo,
y ellos, muy lejos:
tuve fortuna
que barrió el viento,
tuve ilusiones
que mató el cierzo.
Y hoy ¿qué me queda?
casi estoy viejo,
no por los años,
sí por los duelos.
¿Qué puedo darte,
si nada tengo?
Angustia inmensa,
llanto y lamentos,
es cuanto abrigo
dentro del pecho.
¿Qué puedo darte?
¿te daré ensueños?
Diérate cantos
si tuviera estro,
diérate dichas,
diérate un cielo;
pero ilusiones,
pero lamentos,
pero ternezas,
no valen medio.

III

Ya deshojadas
llevo en el seno
las gayas flores
que soñé un tiempo.
Con ellas tuve
loco, sediento,
de hacer guirnaldas
el dulce anhelo.
Y ornar mi frente,
fue el fiel empeño,
buscar la gloria
fue mi ardimiento.
Vano delirio,
falaz anhelo,
que las espinas
crueles me hirieron
de cuantas rosas
puse en mi seno.
Y si en mi frente
coronas tengo,
ay! son de espinas,
ay! son tormentos.

IV

¿Ya lo ves, niña,
la de ojos tiernos?
No vuelvas nunca
tus ojos bellos,
hacia mis ojos
que son de un viejo,
no por los años,
sí por los duelos;
y en tu mirada,
y entre tu pecho,
haz que haya nubes,
haz que haya hielos.

Fantasmagoría

Vago ansioso por tu orilla
pintoresco “Mamoní”,
mirando el cristal de tu onda
y tu arena tan sutil.

Llego y trepo a la colina,
y distingo desde allí
cual tus aguas culebrean
pintoresco “Mamoní”.

Voy buscando en tus orillas
los amores que perdí,
y pregunto a la corriente
que murmura dulcemente
si mi Filis está allí;

Y los ecos me responden,
pintoresco “Mamoní”,
en tus ondas y torrentes,
y en la voz de tus corrientes:
“Ya tu Filis no está aquí”.

Martirio

Mi labio no murmura una palabra,
ni mis ojos te expresan mi dolor;
en el aire se pierden mis suspiros,
muda es la queja de mi ardiente amor.

Mi ardiente amor ¡Mi loco desvarío!
la esperanza se apaga ante el desdén;
tu alma de fuego para mí está helada,
ni tus ojos me quieren comprender.

Cúmplase, pues, de mi fatal estrella,
el signo maldecido, y sufra yo;
no eres tú la culpable si no logro
que tu alma vibre a impulso de mi amor.

Que sufra yo las penas del infierno
cuando el Cielo contemplo faz a faz!
y aunque desdeñes el amor de mi alma,
jamás te olvidaré, jamás, jamás.

El Eco

Mis ojos con sus ojos se encontraron
y al suelo los bajamos todos dos,
nuestros labios acaso murmuraron
un voto, una plegaria, una oración.

Tímidas, nuestras manos se enlazaron,
mas, no miré su rostro encantador,
que a mis ojos las lágrimas velaron,
y romperse sentí mi corazón.

Y trémulos, sin voz permanecimos,
y el silencio tan sólo fue el que habló;
y así, un poema de amor nos repetimos,
desde el “te amo, mi bien”, hasta el “adiós”.

Y entonces nuestros ojos se encontraron,
y al imán de su aliento abrasador,
mis labios con sus labios se juntaron,
y a su seno, mi seno comprimido…

Del éxtasis aquel, cuando volvimos,
el silencio rompióse entre los dos;
“Nos amaremos siempre”, nos dijimos;
y un eco, “siempre, siempre”, repitió!

De su ser los efluvios me embriagaron,
mi mente en ilusiones se recreó;
el néctar que mis labios saborearon
en sus labios de miel, me enloqueció.

Delirios inefables que pasaron,
que envidiaran los ángeles de Dios;
promesas que los vientos se llevaron,
juramentos que el viento arrebató…

La vi después; sus ojos se inclinaron
como otra vez, al suelo, con rubor;
y mis labios entonces balbucearon
espantosa, tremenda maldición;

Nuestras manos entonces no enlazamos,
entonces su mirada no se alzó;
un “adiós” suspirando murmuramos,
y el eco repitió, “por siempre, adiós”

Dos Sonetos: A Bolívar y Por Bolívar

A Bolívar

Por pedestal, los Andes: por diadema,
en fondo azul espléndido brillante:
“Su voz, el trueno”: llama rutilante,
de su mirada ignífera es emblema.

La América es su altar: pira sagrada
la gratitud le guarda inextinguible;
avívala y protéjela invisible,
de Colombia la gloria inmaculada.

Su nombre es talismán. Cinco Naciones
al pronunciarlo doblan la rodilla
que no inclinan jamás ante legiones;

Que es Bolívar..! el héroe sin mancilla
a quien colman de ardientes bendiciones,
y el mundo de Colón ante él se humilla.

Por Bolívar

Al que dio libertad a un Continente
y de seres abyectos hizo hermanos:
al que humillo el poder de los tiranos,
con Dios, y con su espada prepotente;

A Bolívar, en fin, dios de la guerra,
héroe en la lucha y en la paz un sabio;
al que no puede pronunciar el labio
sin bendecir su nombre acá en la tierra;

Al que fue de virtud y honra modelo,
una pluma mordaz y corrompida,
por escalar de la fortuna el cielo,

calumnia audaz, su fama esclarecida.
Mas, vil gusano que rastrea en el suelo,
¿Podrá alcanzar a la columna erguida?

Resignación

Corazón, corazón! ¿Por qué palpitas
cual si quisieras reventarme el pecho?
¿Por qué en violenta convulsión te agitas?
¿En tu recinto, acaso estás estrecho?

¿Quieres la libertad para que acalle
de la ambición el ímpetu furioso,
y que en pedazos destrozado estalle
el seno que te abriga generoso?

¿Quieres amor y gloria y poderío,
y un débil muro opónese a tu anhelo?
ah! te engaña tu loco desvarío,
la dicha, corazón, está en el cielo.

Todo es fugaz y transitorio: __incierto,
es todo cuanto vemos y aún palpamos;
hasta arribar al suspirado puerto,
resignados callemos y suframos.

Adiós

Se vá mi sombra, pero yo me quedo.
Carolina Coronado.

Si en la mañana, al despuntar el día,
vieres mi sombra contemplarte leda,
acéptale su abrazo misterioso,
porque se vá mi sombra y mi alma queda.

Si en noche tempestuosa, entre sollozos,
de mí voz escuchares el remedo,
no temas acogerla con cariño,
te dirá adiós mi sombra y yo me quedo.

Y si del mar embravecido, la ola
a playa ignota mi cadáver lanza,
mi súplica postrera es que no olvides
que he cifrado en la muerte mi esperanza.

Si acaso entonce, en medio de tus triunfos,
vuelve mi sombra a contemplarte leda,
acéptale su abrazo misterioso,
que el cuerpo ha muerto, pero mi alma queda.