Poetas

Poesía de México

Poemas de Manuel Puga y Acal

Manuel Puga y Acal (Guadalajara, Jalisco, 8 de octubre de 1860 – Ciudad de México, 13 de septiembre de 1930) fue un poeta, periodista, catedrático, político, historiador, traductor y académico mexicano. Es considerado uno de los primeros poetas modernistas mexicanos, publicó con el seudónimo de Brummel.

Nació en Guadalajara, Jalisco, en 1860 y murió en la Ciudad de México en 1930. Poeta, historiador y crítico. Se educó en Francia y Bélgica. En México se dedicó al periodismo. Fue diputado federal y local. Profesor de español y francés. Investigador del Archivo General de la Nación. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

AMANECER EN EL ATLÁNTICO

DILATADA pradera el mar parece;
la onda duerme aún, y está tan quieta
que su cristal no turba la coqueta
nave que, airosa y a compás, se mece.

Las brisas suaves en las velas cantan,
y, así como las aves en los prados,
los peces voladores, argentados,
en rápidos enjambres se levantan.

La tierra al occidente ya se esfuma;
sobre la ola que la playa azota
se cierne, alitendida, la gaviota,
cual copo desprendido de la espuma.

Del divino rosal de la mañana
brota en tanto, en los términos de oriente,
esparciendo su luz resplandeciente,
el sol, como una rosa soberana.

ENCUENTRO

Como dos marinas aves
que se cruzan en el viento,
en el líquido elemento
se encontraron nuestras naves.

La vi al través de la bruma,
en el puente, pensativa,
como una encarnación viva
de las hijas de la espuma.

Adiviné, que no vi,
su esbeltez y su belleza;
se alejó, y honda tristeza
dentro del alma sentí.

Quedé inmóvil en la popa:
hacia América volaba
su barco; el mío bogaba
rumbo a las playas de Europa.

Estaba nublado el cielo,
mas cuando, no sé por qué,
yo mi pañuelo agité,
vi agitarse su pañuelo.

Después, se borró la estela
que dejó el barco al pasar,
y tras el confín del mar
se ocultó la última vela…

Si aquella ignota mujer
era ajena a mi destino,
¿por qué una lágrima vino
mi pupila a humedecer?

La insensible eternidad
guarda el secreto. ¿Quién sabe,
oh Dios, si en aquella nave
huyó mi felicidad!

BARCAROLA

Alegres tripulantes
del barco de la vida
que navegáis cantando
monótona canción,
seguid sin desconfianza:
la mar está dormida
y en ignorada gruta
dormido el aquilón.

¿A dónde vais? ¿qué playa
tras el azul se esconde,
que burla vuestro eterno,
indómito anhelar?
¿Cuál es vuestro camino?
¿a dónde vais? ¿a dónde
os lleva el oleaje
voluble de la mar?

¿Qué os dice la esperanza,
la cándida gaviota
que del erguido mástil
revuela en derredor?
¿Os habla, tripulantes,
de la ribera ignota,
de la risueña y fértil
ribera del amor?

Sois jóvenes vosotros,
seguid el derrotero;
bogad, las brisas vienen
la vela a acariciar;
más yo seguir el viaje,
amigos, ya no quiero;
me faltan ya las fuerzas
y anhelo descansar.

También hacia esa playa
mis ojos se tornaron,
más ¡ay! seguir no pudo
su nimbo mi bajel:
deidades enemigas
las olas encresparon
que, airadas y pujantes,
lanzaron contra él.
Dejadme en ese islote
salvaje en donde habita,
serena y enlutada,
la musa del dolor;
contra él el océano
en vano precipita
sus fieras tempestades
que rugen de furor.

Esperaré impasible….
— la espera será breve —
El barco misterioso
muy pronto llegará.
Esperaré que venga,
que venga y que me lleve
el barco de la muerte
que me recogerá.

Dejadme en ese islote:
allí sufriré a solas;
dejadme, que ya tengo
herido el corazón.
Ohé! seguid cantando
alegres barcarolas,
la mar está dormida,
dormido el aquilón!

A UNA DESDEÑOSA

Alguna vez, en el salón callado,
cuando la noche silenciosa llegue
y sobre el raso del cojín bordado
tu cintura de sílfide se pliegue;

Cuando, desde el jarrón, nos adormezca
el ramillete de claveles rojos,
y la frívola charla languidezca
ante el lenguaje mudo de los ojos;

Cuando a nosotros lleguen los rumores
de brisas vagarosas y suaves
que lleven el perfume de las flores
del jardín y los trinos de las aves;

alguna vez te lo diré! Olvidando
el injusto desdén con que me humillas,
mi altivez a tus plantas doblegando,
al fin he de postrarme de rodillas.

El indomable amor que por ti siento
elocuente expresión tiene en sí mismo,
como tiene su azul el firmamento,
como, en su fondo, horror tiene el abismo.

Entonces, de tu pecho emocionado
surgirá la piedad, en recompensa
de tanto y tanto tiempo en que he callado
mi ardiente amor y mi ternura inmensa.

Y estas horas eternas de amargura,
si me llegas a amar, hallaré breves…
Cava roca tenaz la roca dura
y el sol derrite las eternas nieves!

LA GOLONDRINA MUERTA

La pólvora estalló, silbó la bala:
a golondrina, con el pecho herido,
inerte, rota, desplumada el ala,
cayó desde lo alto de su nido.

Cayó sobre la hierba que crecía
de la iglesia en el atrio solitario.
Débil rayo del sol que se moría
doraba la alta cruz del campanario.

Me acerqué a recoger la fácil presa;
la pequeña pupila, agonizante,
fija en mí, me miraba con tristeza;
estaba el cuerpecito palpitante.

El ala intacta, a veces contraída
por el dolor supremo, se agitaba
y una gota de sangre, parecida
a un rubí, sobre el pecho resaltaba

***

Escuché como voces misteriosas
en mi alma, sentí pena profunda…
Oh, qué cosas tan tristes, cuántas cosas
dijo la pobre ave moribunda!

“Fui para ti la eterna mensajera
de la dulce estación de los amores
y—nuncio de la alegre primavera—
me anticipaba a las primeras flores.

“Y jamás me alejaron de tu lado
ingratitud, olvido ni desvío;
bien sabes que me hubiera asesinado
el rudo soplo del invierno frío.

“Pero luego que él su níveo manto
con su aterida mano recogía,
con las primeras nubes de amaranto
y los primeros céfiros, volvía.

“Volvía con mi pléyade de hermanas
formando densas nubes trinadoras,
y anidábamos junto a las campanas
anhelando adorar lo que tú adoras.

“Otras veces tu techo compartimos,
y, nuestra vida con la tuya uniendo,
“Buenos días,” al alba te dijimos,
o “Adiós” estando el día atardeciendo

“Jamás, estando lejos, te olvidamos,
y, a pesar de los mares y los montes,
siempre hasta ti solícitas tornamos,
cruzando dilatados horizontes.

“Mi muerte no te es útil, mis dolores
no te dan un instante de ventura,
porque, como las nubes y las flores,
soy tan sólo sonrisa en la natura.”

***

Después… nada! Yo, siempre de rodillas,
miré su último, débil movimiento.
¿Las almas de las muertas avecillas
dónde van? preguntó mi pensamiento.

La dejé sobre el césped. En lo alto
de la torre—espectáculo inefable—
las aves, sin rencor, sin sobresalto,
continuaban su charla interminable.

Volví a mi hogar. En un rincón obscuro
dejé el arma fatal que me pesaba:
quedó, no satisfecha, contra el muro,
y hasta me pareció que bostezaba.

Y desde entonces, cuando Mayo viste
on verde manto el prado y la colina,
vuelve a mi mente, apenadora y triste,
la imagen de la muerta golondrina.