Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Jotamario Arbeláez

Jotamario Arbeláez, seudónimo del poeta colombiano José Mario Arbeláez Ramos (Cali, 1940), es una destacada figura del movimiento nadaísta, fundado por el poeta Gonzalo Arango. Reconocido por su beligerancia, su poesía y prosa se caracterizan por el humor negro, el erotismo, la irreverencia social y un lenguaje contundente. Actualmente, es columnista en periódicos de renombre como El Tiempo y El País.

Entre sus obras más destacadas se encuentran «El profeta en su casa» (1966), «El libro rojo de Rojas» (1970), «Mi reino por este mundo» (1981), «La casa de la memoria» (1986) y «El espíritu erótico» (1990). También ha publicado antologías y obras de otros nadaístas.

Jotamario ha sido galardonado con diversos premios, incluyendo el Premio Nacional de Poesía La Oveja Negra y el Premio Nacional de Poesía Golpe de Dados, ambos en 1980, así como el Premio Nacional del Instituto Colombiano de Cultura en 1985, el Premio de Poesía del Instituto Distrital de Cultura en 1999 y el Premio Internacional de Poesía Valera Mora en Caracas en 2008. Su legado como poeta y su contribución a la vanguardia literaria en Colombia lo convierten en una figura influyente en el panorama literario contemporáneo.

Poema de invierno

Llovió toda mi infancia.
Las mujeres altas de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio
el agua que oleaba a los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones,
los zapatos de todos amparados en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre
para poder ir a la escuela
sin mojar los cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto.

Saloon

Al primer whisky doble y astillando la copa contra los espejos
murmuró el Señor Gato
Buenos días viejo mundo hoy le serrucharán la cabeza
no doy un puño de maní por su vida
Y los que escuchaban detrás de los mostradores asentían moviendo la torr
Y el asesino hizo su aparición bamboleando las puertas del bar y gritando
Espero Señor Gato que ya habrá rezado sus oraciones
Puede usted disparar al aire de mis pulmones que de todas maneras estoy
dispuesto a expirar esta noche
El hombre que servía los licores no pudo reprimir una lágrima
El asesino del Señor Gato no tenía entraña en su sitio

El desmesurado sonríe

Todos los perros que conozco me han mordido en lugares por donde nunca he
pasado
Uno solo de los ángeles del cielo me ha molido más los riñones que toda la
policía de la tierra
Carezco de los mínimos papeles de identidad que permiten que la sangre corra
como debe
y me da pena del amigo que delante de su novia me regala la camisa

Pero cuando por la mañana tocan a la ventana de mi décimo piso
es el pájaro de vidrio que reposa en el huevo de mi cabeza
el chambelán que libera la falleba
para que el sector cúbico de mi vida en habitación se transforme
en la cuadrafónica sensación de un picado oleaje de alas
alas privadas del timonel del hueso
pero dignas de abanicar mi ventilador apagado

Se me dice que tendré que hacer el amor a gatas
a tontas y a ciegas
Por cada yoni que me cuenta Zoroastro
el diccionario de la otra vida me va tachando cada página

Cadena de los amores imposibles

He cortado todas las rosas del mundo, una por una, para nada,
pues cuando voy con ellas acunadas entre mis brazos ardorosos en busca de
mis amores,
no están, o están haciendo la siesta, o en sus clases de piano con
mequetrefes.

Sobre áreas restringidas de mi piel he colocado gotas de perfumes exóticos
y frotado mi cuerpo con todo tipo de menjurjes preparados por brujos con
barbas de chivo.
Ninguno de estos aromas
ha doblegado a ninguna de mis anósmicas amigas. He comprado libros de
versos
delicados, desde los Gazales de Haffiz hasta las perlas de Amarú,
El Jardín Perfumado, La Unión Libre, La Amada Inmóvil, La Ciudad sin Laura,
pero he comprobado que los libros permanecen sin abrir en sus tocadores
entre potes de afeites y adornados portarretratos. Lo mismo pasa con mis
cartas
lacradas, idas a colocar en buzones de remotos países,
a las que sólo arrancan las estampillas para el álbum del hermanito.
Yo mismo les he escrito unos cuantos versos, verdaderos trasuntos de
trovadores,
apuestos versos viriles si bien un tanto mendicantes,
y los he hecho publicar sobornando al clérigo
en la hojita de la parroquia. Camuflado entre el coro
las espío en la misa de los domingos
a ver si aflora algún rubor en la cima de sus mejillas,
pero ellas usan de abanico mis metáforas desdichadas
pues no comulgan con mi estilo. No tengo pierna lírica,
me pierden el arrebato, la irreflexión y la impaciencia.

Me desgasto en limosnas a San Antonio, busco como un sabueso
nidos de pájaros macuá y me echo al cuello talismanes
pesados como ruedas de molino,
participo en bazares donde gano con trampas gigantescos osos de felpa
que llenarían de gozo la miel de sus lechos
pero no caben por sus puertas que siempre tienen la cadena.

En los restaurantes famosos donde estreno corbata lila
las complazco con Borgoñas Cote D’Or, con corazones de alcachofa,
con colas de langostas corcoveantes, paté trufado
y de postre Saint Honorè.
Por lo general devuelven los platos por exceso de grasa,
porque les falta sal, porque una mosca del Mediterráneo
se posó sobre algún Cezanne, porque se enfriaron en la espera.

Las invito a la Opera y cuando despierto en la luna de las plateas
se han ido bien con los tenores o los tenorios de la escena.
Los instrumentos de la orquesta me dirigen miradas de compasión,
hazmerreír de los porteros.

Practico los saltos ornamentales y me lanzo los domingos del trampolín del
mediodía
de las piscinas olímpicas arriesgando la vida en las contorsiones
con la ilusión de caer sobre sus miradas y perderme entre sus brazos
acuáticos.
Pero el chapuzón es un chasco pues los ojos de ellas se han perdido tras la
estela del salvavidas.

Mi consejera sicológica me dice que pierda las esperanzas.
Este año ingresaré a una tribu de cazadores de cabezas. Ya estoy llenando el
formulario.

La lectura en tinieblas

Mi padre no me dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almohada
remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera
e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la medianoche al canto del gallo
de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo,
del intento de lapidación de Pablo en Listra
y de la pasada por la espada de Santiago en los Hechos de los Apóstoles,
de las tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos.

Alguien barre la casa

¿Quién estará barriendo el ala norte de la casa
donde vivió mi tía, esta hora
de la noche en que duermen los restos de la familia,
los que vamos quedando con más puesto en la mesa de los recuerdos,
si los vecinos han salido de vacaciones con sus niños y gatos y servidumbre
y el tío Emilio fue de pesca,
esta hora de lobo que espanta las pesadillas
y despierta medio litro de sed en el pozo de la garganta?
No creo que sea la abuela.
Desde su desdichado accidente descendiendo del autoferro
que obligó al fémur de platino y a renunciar a los tamales
que preparaba los domingos para toda su parentela
sabemos que por nada del mundo se atrevería a tomar el palo de escoba
y menos para ir a la medianoche
a barrer los recuerdos de la hija más querida
a quien el corazón le jugó una mala pasada
mientras pintaba la puerta de su cuarto con un sapolín amarillo
dejándonos sin sus cariñosas respiraciones al espejo de los ojos.
¿Será Jorge Girando? Imposible,
si su esposo ha salido de cacería
con los ojos llorosos desde el día de sus funerales
y hasta el sol de hoy que no ha vuelto con un venado.
¿O tal vez es el viento con sus pasos de escobilla de jazz en el eternit?
¿O el comején cenándose el entablado?
Pero el caso es que alguien está barriendo la habitación donde la tía Adelfa aromatizaba,
escuchaba el radioperiódico, pespunteaba en su máquina de coser
tarareando esos aires de la montaña
a los que de vez en cuando pone mi padre la música de un silbido.
Yo no creo en fantasmas y mucho menos en el fantasma de mi tía Adelfa,
quien murió vestida de blanco rodeada por la corte de sus sobrinas
escuchando un pasaje bíblico que mi hermano le susurraba.

Deben ser los ladrones.

Venganza china

Los agentes secretos que me perseguían están ahora en las mismas cárceles en donde pensaban meterme Las novias que me abandonaron están casadas con zarrapastrosos Los empresarios que vetaron mi solicitud de empleo han visto quebrar sus negocios La agencia de arrendamientos que pretendió entablarme juicio de lanzamiento fue cerrada por el gobierno El pisaverde que perjudicó a mi hermanita se ahogó en Juanchaco Los profesores que me hicieron perder el bachillerato se han puesto verdes leyendo en el pequeño libro de pastas gruesas editado en París, en la letra A: Arbeláez Jotamario. Cali, 1940, poeta.

Después de la guerra

un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor

Proceso de un apretón de manos

Quien da la mano da lo mejor de sí

Señor mendigo reciba usted esta bella sentencia
La mano que se estrecha vale su peso en oro

La mano que se estrecha no oprimida por un guante
No oprimida por la estrechez de la boca del jarro
Donde antes hubo flores
No la mano atrapada en la puerta
Despachando dolor en los cinco sentidos
La mano lavada la mano sin pedantería
Con la que se levanta una hostia o se compra un helado

La mano derecha de la amistad es fuerte como la trompa de un elefante
Y se usa para bendecir a las gentes que oran
Se usa para levantar las valijas
Se usa para llevarse el pan a la boca
Se usa también a veces para quitarse el sombrero de la vida con un arma de fuego

La mano izquierda es una mano de pocos amigos
La mano izquierda es una mano llena de ostentación

Por eso la mano derecha no conoce la hora
Que está sonando en la mano contraria
Por eso la mano derecha es el lugar que ocupa tu mujer en la cama
Por eso la mano derecha es el amigo que anda colgado de tu hombro
Apretando fuertemente su pistola para defenderte

Manos que se estrechan no pesan nada
Escribió maravillosamente Paul Eluard doce años antes de mi nacimiento
Y yo estrecho la mano de Paul Eluard
Ahora podrida bajo los cementerios de París

Una mano agitada por el viento de la despedida
Una mano quemada al calor del afecto
Una mano acariciando unas piernas inválidas

Esas tres manos hacen de mí
El mejor de los hombres posibles