Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Marina Arrate

Marina Arrate (Osorno, 14 de febrero de 1957) es una poeta chilena. Estudió en la Universidad Católica, donde se tituló de psicóloga clínica, y más tarde obtuvo una maestría con mención en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Concepción. Su tesis para este grado versó sobre la segunda novela de Diamela Eltit Por la Patria, convirtiéndose con ella en una de las primeras exégetas de la obra de esta escritora chilena.

Sus primeros poemas aparecieron en 1985 en la revista LAR (Concepción), de Omar Lara y su primer libro, Este lujo de ser, fue publicado al año siguiente. En 1987 participa como poeta invitada en el primer Congreso de Literatura Femenina Latinoamericana como representante de Concepción. De regreso en Santiago dirige talleres de poesía durante 10 años al término de los cuales crea el sello editorial Libros de la Elipse.

Ha escrito algunos artículos críticos sobre poesía escrita por mujeres en Chile y sobre la relación entre identidad femenina latinoamericana y escritura. Ha sido docente en varias Universidades entre ellas la Universidad Tecnológica Metropolitana y en el Centro de Género y Cultura de América Latina (CEGECAL) de la Universidad de Chile. Trabaja como psicóloga clínica de orientación psicoanalítica.

Ha obtenido varias becas de apoyo a su creación y ha sido invitada a numerosas lecturas de su poesía en Chile, Argentina, EE. UU., España y Finlandia. En 2003 su poemario Trapecio obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago.

Su obra ha sido incluida en numerosas antologías de poesía chilena e hispanoamericana.

La Dorada Muñeca del Imperio

1.

Es el esplendor.
Hay una oscura orfebrería radiante
elaborando una tela solar.
Para su cuerpo para su piel
bordado en pedrería de seda y chifón.

La mujer es alta, dorada y fuerte.
Sus largas manos elevan
lentos cantos abisales.

Para los círculos
del Mundo y por su imperio.

Es la estela matutina la que alumbra
su alto entramado corporal y su modo
magnífico de ser
esculpida y ser vibrante.

2.

Es el sistema solar.
Hay antiguas catedrales viejas cúpulas
ardiendo en el tiempo
como el oro.

Tengo un recuerdo de la Habana Vieja:
son sombras doradas en los adoquines
y puertos eternamente abiertos
como si esperaran a un Dios.

Pero me distraigo:
esta mujer es ventrílocua y hermosa.

Oh, quisiera también hablar de amor.

3.

La mujer es alta, dorada y fuerte.
Su desnudez parece recamada y brilla, pero
es tan suave como una amatista.
Sin embargo,
está viva y la veo.
Recostada en los espejos, devana su
paciencia peinando su rubia cabellera
y esperando el turno
para salir al escenario y pasear
la tela imperial.

4.

Nantés, Florencia, Atlanta y Singapur.
Son las flores de Adimanto:
la ciudadanía ejemplar.
Se pueden pesquizar aún los rasgados telares
de otra allende ciudad antigua
anteayer contemporánea:
Indiga mesopotamia
Y sus valles estelares.
Mi mirada se agiganta.
Dios, son altos lirios y llameantes
pozos circulares
rigiendo los tiempos como imperios.

5.

La mujer se coloca una media.
Ella acerca sus dos brazos a su pie.
Su pelo rubio cae
cae hacia delante.
Pero ella en gesto colosal
Lo ordena tras su oreja.

Torsión de su torso hacia atrás

Sus dos ávidos pequeños pezones
un instante bailan
a pleno sol.

Muñeca dorada.

6.

Coronas para mi amada,
coronas azules para su cabellera dorada
vasos frágiles y fuertes para sus largas manos
telas tenues y misteriosas para la seda de sus dedos
versos puros y perfectos para su boca
y películas de arroz, escapularios ardientes
roncas caracolas y locas
piedras marinas para su lujo
dorado, historias de barcos
en infinito peregrinaje
y telas y telas

en telas imperiales.

7.

La mujer sorprende mi mirada.
A través del espejo observo como espía
mis dos pupilas inmóviles.
Quieta, continúa su lento maquillaje,
pero ahora sé
que cuando ella gire el cuerpo hacia mí
habrá terminado la larga fiesta,
esta vieja ansiedad de parecerme,
mi profundo deseo de tenerla:

La mujer ha salido al escenario.
Es suya la palabra.

TATUAJE

El Beso

Toma mi boca, amor,
y besa.

Tu boca que me es camelia
y tu beso
su ácido líquido
sobre alabastro.

Cometerás así un día
tu bello asesinato:
oh no, no, no, no.
Si ya me has asesinado

bajo los turbios girasoles fuimos
ah, rompo mi promesa.

Vi un día a un hombre asesinando una mujer
rodeado de trigales y
mareado de sol.

(Tenía yo una gruesa capa roja
y en ella me envolvía
en los atardeceres
cuando pensaba en ti
y otro me escuchaba.)

Toca mi boca, amor, y besa.

Tu boca que fue mi herida
y tu beso ácido líquido
sobre alabastro.

Lentejuelas,
una lentejuela de alcohol en el vestido de la noche,
en su ardiente vestido.

El que arropa la desnudez de mis besos fríos
tiembla bajo mi manto
herido de mí
de mi deseo.

Llena de música mi cerebro soy
adolescente y desnuda soy
ángel
y tú eres mi cuerpo.

Ahora, de costado, amor, mientras contemplamos la
ventana, su luz, enreda tus piernas en mí, y en el
ojo del huracán hagamos la huida. Que ya la danzadora
extiende sus largos brazos y penetra

como un ciervo a su muerte

como la tiara a su reino

como un aro a su herida
al reino del esplendor.

Ya sabía yo su júbilo: todos los enemigos han muerto.

Mi pasión es la dama nocturna,
el túnel de amor.
Nadie cantará como yo.

Máscara negra

Para que me amaras
maquillé yo mi rostro de negro
y así pintada
ascendí de nuevo al escenario
monstruosa y deformada.

Quería mostrar lo negro
de mi oculto rostro
(Atrás las maquilladas capas).
Quería ser
mimo del terror,
ser fascinante.

Ahora,
de espaldas a ti,
miro el guante negro que cubre
la superficie blanca de mi brazo
de mi brazo níveo de pura porcelana
cristalina de China
y en el cuerpo
delgado y nervioso
el vestido negro que ajusta
como otro guante
la silueta contoneante
de la predilecta lujuriosa.

Un abanico antiguo de conchaperla
remolineo en mi muñeca
y en el aire se muestran
los revueltos pelos de mi axila.

Pero es mi espalda la que te enfrenta, observa,
mi espalda curva
insinuante y desnuda.

Enrosco mi verde manto
de Eva y acometo:

Qué placer éste de bajar lenta,
suave, sensualmente
el cierre eclair que encierra su grupa.
Todo el vestido cede
Y su contorno bruno.

Esta es la entrada triunfal
de la carne en el estrado:
blanca es y redonda,
firme y suave.

Y en derredor todo es
rojo y oscuro.

Plateada es la caminata en el sendero
Y su redonda luna.
Es hora, date vuelta, princesa,
Enséñame tu rostro.

Momento – murmuro con voz ronca –
que no hay nada.
Sino un giro violento de mi oculto rostro.
Primero: vampira con dientes de sangre y ojos
negros de cadáver y
después la consumida.

Y todo nada más que un espectáculo
para que vieras a esta deformada
y la amaras
con terror y piedad.