Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Mario Florián Díaz

Mario Alberto Florián Díaz, nacido en Nanshá, Cajamarca, Perú, en 1917, y fallecido en Lima en 1999, fue mucho más que un poeta y profesor peruano. Su obra, amplia y profunda, lo ha establecido como uno de los representantes más destacados de la poesía nativista, celebrado por su autenticidad y su conexión íntima con el hombre andino.

De origen campesino, Florián Díaz fue un hombre de letras autodidacta en su juventud, cuyos primeros versos ya mostraban destellos de genialidad poética. Su educación formal lo llevó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde se graduó como doctor en historia. Sin embargo, su verdadera pasión siempre fue la poesía, un arte que cultivó con dedicación y maestría a lo largo de su vida.

Desde temprana edad, Florián Díaz destacó como poeta, ganando reconocimiento en los círculos literarios de su época. Su participación en el grupo «Los Poetas del Pueblo«, donde compartió ideales y amistad con destacados escritores, marcó una etapa importante en su desarrollo artístico. Además de su labor como poeta, también incursionó en la narrativa, el ensayo y la historia, demostrando su versatilidad y profundidad intelectual.

A lo largo de su carrera, Florián Díaz recibió numerosos premios y reconocimientos por su obra, entre los que destacan el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano, el Premio Nacional de Novela y el Premio Nacional de Literatura. Sin embargo, a pesar de su éxito y reconocimiento, nunca abandonó su humildad ni su compromiso con las causas que consideraba justas.

Su poesía, impregnada de la esencia misma de los Andes peruanos, refleja la riqueza cultural y la diversidad de la tierra que lo vio nacer. A través de sus versos, Florián Díaz celebró la naturaleza, denunció las injusticias sociales y exaltó los valores de solidaridad y reciprocidad propios de su pueblo. Su legado literario perdura como un testimonio vivo de la identidad y la resistencia del hombre andino.

Mario Florián Díaz, el poeta de las alturas, el juglar andinista, sigue siendo recordado y celebrado como uno de los más grandes exponentes de la poesía peruana y latinoamericana. Su voz, profunda y conmovedora, resuena en cada verso, recordándonos la belleza y la fuerza del alma andina.

Yo soy un pastorcito

En este campo verde,
donde retoza el sol,
pastoreo mis lindas
ovejas de blancor.

Yo soy un pastorcito,
yo soy un buen pastor.
Hago salir de mi honda
pedrusco volador.

Al pie de mi rebaño,
silbando una canción,
a la majada vuelvo
con poncho bicolor.

Y a la majada llego
cuando declina el sol,
silbando, modulando
mi pastoril canción:

-Yo soy un pastorcito,
pero, con mi honda, yo
hago correr al puma,
al zorro y al halcón…!

Canción vegetal

De las espigas,
la más soñante
te traeré,
y en la kantuta
de tus dos trenzas
la prenderé.

Y, ante los ojos
de cielo y aire,
palomitay,
fingirás una
planta de trigo
florida ya.

Sumaq espiga,
de aroma de oro
inundará
tu cabellera
y tu sonrisa
y tu soñar.

Espiga que habla,
musicalmente,
te contará
cómo sollozo,
y, entonces, tú
sollozarás…

Niebla

¿Por qué enamorada
de la hermosura del cerro…?
Trasciende a música de arpa
tu sueño.

Ya llegas, flor de quebradas.
Ya subes. Ya das al cerro
una afección incendiada
de invierno.

Pastorala

Pastorala.
Más hermosa que la luz de la nieve,
más que la luz del agua enamorada,
más que la luz danzando en los arco iris…
Pastorala.
Pastorala.

¿Qué labio de kukuli es más dulce,
qué lágrima de quena más mielada
que tu canto que cae como lluvia
pequeña, pequeñita, sobre flores?
Pastorala.
Pastorala.

¿Qué acento de trilla-taki tan sentido,
qué gozo de wifala tan directo
que muden en cenizas las entrañas,
como quema a mi pecho tu recuerdo?
Pastorala.
Pastorala.

Al gavilán le dije que te quiera,
y a zorro y a puma que amen tus ovejas.
Y puma y gavilán y zorro, desde
entonces, son palomas que te cercan.
Pastorala.
Pastorala.

Por mirar los jardines de tu manta,
por sostener el hilo de tu ovillo,
por oler las manzanas de tu cara,
por derretir tu olvido: ¡mis suspiros!
Pastorala.
Pastorala.

Por amansar tus ojos, tu sonrisa,
perdido entre la luz de tu manada,
está mi corazón en forma de alqo,
cuidándote, lamiéndote, llorándote…
Pastorala.
Pastorala.

Luna de poesía enamorada

Suspendido dulzor. Elixir rubio.
¡Oh, panal verdadero en la enramada!

Me sentaré a mirarte hasta que llegue
la niña de las fuentes y el efluvio
de los campos en flor, y tu miel pruebe.

(Una flauta tiernísima yo tengo
para alabar su gracia montañesa:
melodía que trae el abolengo
de un jarawiq antiguo de tristeza).

Amándote con ella, como en nido
de candela -panal- y de fragancia,
llégate por el aire, sin ruido,
con suavidad de pluma, y derretido,
escancia tu dulzor en mi ansia y en tu ansia.

Es una pena la mía

pastor andando, pastor
que modula, en su andarilla,
no sé que acento de amor.

Y desciende la montaña,
y sube, pronto, el alcor:
bufanda al cuello, y, al fondo
del corazón, un amor…

¡Qué te importa la majada,
si eres la pena, pastor,
que anda buscando sólo una
muerta andarilla de amor…!

Canción de la O

Ayer, mi maestro,
ayer, me enseñó
a trazar la O.

Y, anoche, temprano,
cual pájaro ufano
al cielo voló.

Es para admirarse…
Tan pícara O,
desde mi cuaderno,
al cielo fugó…

-¡No es luna! ¡Es mi O!

Venadito de los montes

Venadito de los montes,
por la puna correremos;
¡tú me lamerás la cara!
¡yo te acariciaré el lomo!

Te daré agüita de mis manos,
yuyo verde de los ríos
-acopiado por mis manos-,
venadito de los montes.

Si algún día me dejaras,
si te diera por perdido:
¡cómo, cuándo pastoreara
tu memoria, venadito!

El libro

El libro es mi amigo,
mi amigo leal.
Siempre va conmigo;
¡sabe conversar!

Me invita al descanso.
Me invita a estudiar.
Me lleva de la mano
como mi papá.

Yo adoro mi libro,
mi libro escolar.
Siempre va conmigo:
¡sabe conversar!

Arenga al peruano

No te sientas pequeño, hombre común peruano,
peruano de estos días: publica tu grandeza,
delante de tu huésped, delante del foráneo
que llegó, de muy lejos, a comer en tu mesa;

que llegó, de muy lejos, a vivir en tu espacio,
y a hablarte de su origen y a hablarte de su fuerza…
Tú desciendes del puma. Tú desciendes del rayo.
Y en tus músculos duerme colosal fortaleza…

¡No te humilles! ¡Despierta! ¡Elévate peruano!
¡Erígete! ¡Ya es hora…! ¡Revive tu ejercicio
de Amansador de Mundos, de Continentes Bravos,
de Forjador de Imperios sobre los precipicios!

¡Levántate, peruano! ¡Pisa, otra vez, tu tierra…!
¡Que el horizonte vea tu figura broncínea
de semidiós, de cóndor…! ¡Despliega tu mirada
y el poder de tus alas y tu aptitud antigua!

¡Vindícate en tu tierra…! ¡Porque estás en tu tierra
desde hace eternidades! ¡Y tu tierra te adora!
¡Exprésate de nuevo! ¡Exprésate, peruano!
¡Sé heroicidad, destino…! ¡Levántate! ¡Ya es hora!

La humanidad en la cuesta

¡Oh, cuesta material…!
Se quiebra
el valor de las piernas
al ganarla;
jadea la vida
en la garganta …

Debe ser sangre desvaída
este pluvial sudor que nos empapa…

Por esta estoica,
por esta dura cuesta
cuántas veces -¡látigo, destino!-,
andaría mi padre, andaría
mi abuelo, el padre de mi abuelo,
-¡todo el río de mi raza! –
hiriéndose, cayendo, quejándose…
¡Los árboles más viejos lo recuerda!
¡Los árboles más viejos lo refieren!

-¡Pega con fuerza,
tala,
incendia,
hacha mía!,
¡derriba,
como árboles,
Triunfa…!
Así, mañana,
no habrá árbol,
no habrá lengua,
que le digan a mi descendencia:
si he caído o no he caído,
si he llorado o no he llorado,
si he abolido a Dios
en esta cuesta…!

¡Doblados por qué pesos,
con ojotas,
cuán diferentes hombres,
-mañana,
eternamente-,

la cuesta ascenderán…!

La tempestad desea sangre

Esta noche, sin ojos, de tempestad andina,
esta noche de cópula de relámpago y trueno,
esta noche en que silba el granizal y llora,
esta noche en que lanza su warak’a el estrépito,
esta noche en que el viento atenaza a la sombra,
esta noche de lluvia cual potro encabritado,

esta noche en que caen los cimientos del mundo,
esta noche en que el grito de tierra y cielo impetra:
-¡Hombre, víctimas quiero! ¡Quiero homenajes, sangre …!
¡Es un presente el hombre muerto para la tierra …!