Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Enrique Buenaventura

Enrique Buenaventura Aldeano, nacido el 19 de febrero de 1925 en Cali, Colombia, se destacó como un multifacético actor, dramaturgo, ensayista, narrador, poeta y director. Su vida fue un caleidoscopio de talentos y vocaciones. Desde su juventud hasta sus últimos días, manifestó un amor ferviente por la literatura, el dibujo y la pintura, combinando labores diversas como minero, marinero, pintor, periodista y cocinero.

En 1955, erigió el Teatro Experimental de Cali (TEC), una compañía escénica de renombre en Colombia. El TEC trascendió por su compromiso con el teatro de carácter social y su búsqueda incesante de nuevas formas de expresión. A lo largo de más de 40 años, Buenaventura lideró el TEC, dirigiendo un repertorio que superó las 100 obras.

Prolífico también en su escritura, produjo más de 20 libros que abarcan teatro, poesía, ensayo y narrativa. Sus creaciones trascendieron fronteras y fueron traducidas a múltiples idiomas, siendo interpretadas en escenarios de todo el mundo.

Este artista comprometido con su tiempo y su nación plasmó en su obra inquietudes sobre la realidad social y política de Colombia. Criticó la injusticia y la desigualdad, convirtiendo su teatro en un foro de reflexión y debate.

Enrique Buenaventura falleció el 31 de diciembre de 2003 en Cali, pero su legado es imperecedero. Se le considera uno de los gigantes del arte en Colombia del siglo XX. Su teatro sigue teniendo relevancia en la actualidad, y su obra continúa inspirando a artistas y activistas en todo el mundo.

Entre sus galardones más notables se encuentran:

* Premio Nacional de Teatro (1967)
* Premio Casa de las Américas (1970)
* Premio Lenin de la Paz (1988)
* Premio Nacional de Literatura (1995)
* Doctor Honoris Causa de la Universidad del Valle (1999)

Enrique Buenaventura personifica el poder transformador del arte. Su legado se mantiene como inspiración para las futuras generaciones, y su lucha por la justicia social seguirá motivando a artistas y activistas en todas partes del mundo.

A César Vallejo

Este César Vallejo tan loco
como siempre. Tan cuerdo
como nunca, que sigue siendo
así después de muerto y uno

lo oye respirar pese a la invernal
tuberculosis, a la estadía en e
el hospital, pese a la pena
y a su españolísima ira llena

de tiernos y coléricos poemas,
pese a la soledad, la lluvia,
la tristeza, la oscuridad allá
en la ciudad luz. Sin pan

allá, donde se mide el pan
por metros. Este César Vallejo
tan poco cesáreo y más bien
Cristo que cristiano y comunista

hasta los huesos por humano
y, sin embargo, peruano,
peruanísimo, con su perfil
de puro curaca y cholo puro
y tan inca como el inca
Garcilaso que decía: “porque
las fuerzas de un indio no
alcanzan para tanto” y
alcanzaron, sí señor, les
alcanzaron para escupir sangre
y pulmón contra las injusticias.
Este César Vallejo, hueso puro,

tocando su huaino en una zampoña
que suena a puro tuétano
y añorando el Perú en Pére Lachaise
donde quedó enterrado y luego

el puñado de cenizas fue
llevado al Perú, a ese Perú
saqueado y humillado, a ese
Perú del oro y de la sangre.

A este César Vallejo me encomiendo,
te encomiendo con toda el alma
y sin encomenderos. Hay que ponerle
cuatro velas y rezarle en silencio.

Nuestros primeros padres

Ay, hermanos,
los de antes,
los de siempre,
los de nunca,
los que no han tenido tiempo
ni tienen historia.

Aún están en los bosques,
hablan con los árboles
y responden las hojas
con una algarabía
de lenguas arcaicas
y hablan con las nubes
donde nacen los rayos
y los truenos responden:
Está bien, hermanos.

Enciendan el fuego,
dibujen los tatuajes
quemando la piel
con el hierro encendido
y copulen día y noche
y engendren lagartos,
aves carniceras y monstruos marinos
y hagan correr la luna
con sus fantasmas adentro
en el oscuro rió
donde riela su sangre.

Y mañana, mañana,
hagan salir el sol
y hagan crecer la yerba
con plegarias y canto.

Ay hermanos, mis hermanos.
No estaban aquí cuando los dinosaurios
elevaban al cielo sus cabezas
y juntaban sus garras
y rezaban rodeados
por inmensos helechos.

Pero quizá en un ruedo,
tomados de las manos
ya estaban ustedes,
transparentes, tan sólo en espíritu,
y resistían, por eso,
al peligro de muerte.

Ay, hermanos, mis hermanos,
después no sabemos
cómo vino el caos
y vino la muerte
y les dio permiso
de vivir un instante
y los condenó a morir
cuando estaban a punto
de encontrar el secreto.

Préstame idioma

Préstame idioma, tu herramienta,
tu hacha vertiginosa, tu lámina de saliva,
tu dulzura de mieles de la reina,
tu amargor, tu panal y tu escritura.
Tu esencia que precede al pensamiento,
que a su materia y su pulso da la forma,
préstame tu vuelo lejos de la rama,
tu profundo navegar con sombra de ballena.
Préstame, idioma, tu alta torre
con campanas a rebato arremetiendo,
tus góticos arcos, tus columnas
que sostienen delicadas y frágiles el cielo.
Es prestado, no más, para lavarlo
de impurezas y pústulas y heridas,
préstame tu enredadera verde y rosa,
préstame tus orquídeas robadoras
de savias ajenas, préstame idioma
tus maneras, tus giros invisibles,
tu esgrima de sables y cuchillos
y también tu puñal y tu pistola.
Préstame idioma, más de tu nutrido
arsenal y del jardín de rosas,
préstame, idioma, tu palabra
porque quiero decir algunas cosas.

Llueve con sol

a Jacqueline

Llueve con sol
sobre la tierra seca
que bebe hasta las raíces
esta líquida luz enardecida.

Así es el amor que me ilumina:
sacia mi sed sin apagarla
la calma manteniéndola encendida.

Enmedio

(sobre este país)

Hay el tiempo de las lluvias
torrenciales
hechas hilo de plata
por el sol

que sale enmedio de la lluvia
y establece un delirante verano.

En este mar tempestuoso
y congelado
con nieves eternas
y profundos valles
que hierven como calderos

y dos mares
que sin límites lo cercan

nieve y hoguera y selva
urbana y verdadera.

Vine a nacer aquí y no me arrepiento
y quizá vine a
morir también
en esta tierra.

Ayer no más

Ayer estaba frente al mar.
Frente a su majestad luminosa
y sombría. Volaba ayer
sobre su abrumadora inmensidad plateada.

Miraba los oscuros esteros
y las verdosa ciénagas
y los caprichosos caminos
entre verde vivo y pálido
amarillo y légamo morado.
Entre lenguas de agua dulce
y labios de agua salobre,
entre ríos de pureza y podredumbre.

Pensaba en aquel Don Rodrigo
de Bastidas que casi deja
el pellejo y las tripas en
esos manglares jigantescos

tan altos y orgullosos como
los castillos de España pero
hechos de ramas y raíces,
de burbujeante vida verde,

llena de lujuria, con troncos
como muslos y algas fosforescentes
como sexos de mujeres ahogadas
y dentadas flores carnívoras.

Ayer, no más, don Rodrigo,
copulaba usted con los bufeos
y engendraba mitad mujer
mitad escamas y hordas voraces

de mulatos y mestizos y nonatos.
Ayer, no más, dios radiante,
techo ondulante del planeta,
mar ciego, sordo, indiferente

ante los millones de ahogados
que te habiitan, que van con las
medusa ondulando en
la oscuridad de tus abismos.

Es la pobre raza humana
ronco, espeluznante, bello, terco
océano. La humana estirpe
que no te ha dominado

porque, cuando quieres, la escupes
como mínima alimaña
pero que, desde que apareció,
te ha desafiado. Se ha enfrentado a tu soberbia.

El enemigo

El enemigo no da tregua.
fusila nuestros errores más queridos,
con nuestras debilidades
no tiene misericordia.
Ocupa nuestras vacilaciones en la noche,
nuestras ilusiones le sirven de camuflaje.
Asalta nuestra confianza,
su sombra se apodera de nuestras municiones,
nuestro buen corazón es el centro
de los círculos de su polígono
y su sonrisa
es el tiro de gracia.

Declaración

Estuve tan cerca de la victoria
que me ví perdido.

Presentí mi calavera laureada.

Pero vino a salvarme la derrota.

Decir todo

Decir todo sin decir casi nada.
Entender el lenguaje de la lluvia
ser cruzado por relámpagos
que dejan ver la armazón del esqueleto.

Las golondrinas que aquí no hacen verano
ni tampoco nidos pero escriben trazos
en el aire y me dictan la escritura
mientras la tarde se viste de ceniza.

Husmear el mar desde los cerros.
Oler la furia erótica del viento.
Sentir el aire que viene de la selva
con un olor a verdura y podredumbre.

Decir todo sin decir casi nada,
oír el silencio, sin secretos en la oreja
hablar con la sartén, la cacerola,
vivir, vivir y morir casi de nada.

Carta a Theo

Dicen en los hormigueros
de mediocres opinadores
a diestra y siniestra
que pinto porque estoy loco
que esa locura es lo que alimenta
el genio y de ese modo
no es la miseria
que tú mitigas en silencio
lo que me empuja a la locura

no es el desamor de un pobre
que pinta los trigales
y no tiene donde caerse muerto
lo que me hace enviar
a la que no responde
algo de mí, al menos una oreja.

No, Theo, según los mascadores
de palabras es el genio
(que no conozco ni jamás he visto)
el que me permite comprar
los tubos de pintura.

Te calumnian Theo, eres tú
(a ver si la semana entrante
me puedes mandar algo)
La pintura es mi lucidez
no mi locura

mi locura es no poder pintar
sin tener que pensar en el dinero
no me quejo pero a menudo
tengo que pelear con Gauguin
sólo por eso y no puedo pintar
entonces y me enloco

Pero luz, lucidez, cálculo,
pasión, amor, entrega no
son la locura Theo

La locura son sólo las carencias

Despedida del mercenario

Después de matar gente
sin mirar a quien,
después de asolar pueblos,
después de asesinatos y masacres

y habiendo recibido de los ricos,
de los dueños de la tierra,
de los ganaderos, de los raspachines,
de los narcos, montañas de dinero.

Después de habernos enfrentado
a la guerrilla exponiendo mi pellejo
por defender a los ladrones del gobierno,
después de tan patriota y patriotero

y de haber servido como mercenario
los intereses del imperio,
abandono las armas y me entrego.
No, no soy un lobo que se pone

su piel inofensiva de cordero.
Siempre he sabido quienes
son los amos y conocido a los
arrodillados. Yo, a mi turno, me arrodillo,

me arrepiento, me doy golpes de pecho.
Adiós, tanta sangre derramada.
Soy inocente. Defendí la propiedad.
Atrás dejo un millón de cadáveres y de huesos.

Al Mahatma Gandhi

A usted le parecerá raro
que un ateo que ama
solamente a las diosas
lo recuerde, recuerde al creyente,

al que vivía lleno de Dios
y vacío de toda vanidad.
Flaco hasta los huesos
calvo y anciano.

Terco y duro como acero
y sonriendo con sarcasmo
de la burla y del menosprecio
de los que nunca creyeron

que usted vencería
al gran imperio
con nada más
que con la claridad

como una pequeña lumbre
en un túnel sin salida
pero usted, Mahatma,
(Alma Grande) que no le cabía

en su magro cuerpo
usted que recogía la herencia
impalpable de Ramakrishna
y el fulgor solar de Vivekãnanda

usted le ganó la guerra,
desarmado y aparentemente
endeble, al gran imperio
sin alardes, ni gritos, ni violencia.

Déjeme inclinarme,
las manos juntas
en el saludo indio
y entrar en su Ashram
con los pies descalzos.

Sé bien que su Aimsa,
su arma secreta
no es exportable,
no es una fórmula

para acabar con las guerras.
El capitalismo es violento
y feroz y se alimenta de sangre
de mutilados y cadáveres.

Adiós, santo sin aureola.
¿Algún día terminarán las guerras?