Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Juan Gonzalo Rose

Juan Gonzalo Rose Gros, nacido el 10 de enero de 1927 en Barrios Altos, Lima, y fallecido el 12 de abril de 1983 en su ciudad natal, fue un polifacético escritor peruano que dejó una profunda huella en la literatura y la música de su país. Su vida y obra están entrelazadas con los eventos históricos y las complejidades de su tiempo, lo que le llevó a convertirse en una figura destacada de la Generación del 50 en Perú.

La vida de Rose estuvo marcada por una serie de experiencias que forjaron su identidad y perspectiva literaria. A una edad temprana, sus padres se ofrecieron como voluntarios para educar a los niños tacneños, lo que lo llevó a vivir en Tacna durante su niñez y adolescencia, una experiencia que siempre influyó en su identidad. Su educación, sin embargo, estuvo marcada por desafíos; fue expulsado de su primer colegio por defender a un compañero y posteriormente continuó sus estudios en varios colegios en Lima.

Su trayectoria política también dejó una marca en su vida. Inicialmente simpatizó con el partido aprista, pero más tarde se unió a la Juventud Comunista debido a su desacuerdo con la actitud aprista hacia los delegados puertorriqueños que buscaban apoyo para su independencia. Esta decisión lo llevó al exilio en México en 1950, donde colaboró en publicaciones literarias y desarrolló su compromiso político.

El retorno de Rose a Perú en 1956, tras una amnistía, marcó un cambio en su carrera. Se adentró en el periodismo y, con el tiempo, se dedicó a la composición de letras de valses criollos, contribuyendo significativamente a la música popular peruana. Temas como «Felipe de los Pobres«, «Pescador de Luz» y «Tu Voz» se convirtieron en favoritos del público gracias a la interpretación de destacados cantantes como Manuel Acosta Ojeda, Tania Libertad y Lucha Reyes.

Su obra poética abarca diversos temas, desde la poesía social revolucionaria de «Cantos desde lejos» hasta la lírica amorosa de «Simple canción«. Su compromiso político se refleja en obras como «Informe al Rey y otros libros secretos,» que abordan cuestiones de actualidad y desigualdad social.

El legado literario de Juan Gonzalo Rose continúa siendo una parte esencial de la rica tradición literaria peruana. Su versatilidad como escritor y su impacto en la música popular de su país lo convierten en una figura relevante y multifacética cuyo trabajo sigue siendo apreciado y celebrado en Perú y más allá. Su influencia y contribuciones a la literatura y la música perduran como un testimonio de su dedicación a las artes y su búsqueda constante de la expresión creativa.

Marisel

Yo recuerdo que tú eras como la primavera trizada de las rosas
y como las palabras que los niños musitan
sonriendo en sus sueños.

Yo recuerdo que tu eras
como el agua que beben silenciosos los ciegos,
o como la saliva de las aves
cuando el amor las tumba de gozo en los aleros.

En la última arena de la tarde tendías
agobiado de gracia tu cuerpo de gacela
y la noche arribaba a tu pecho desnudo
como aborda la lluvia los navíos de vela.

Y ahora, Marisel, la vida pasa
sin que ningún instante nos traiga la alegría.
Ha debido morirse con nosotros el tiempo,
o has debido quererme como yo te quería.

LAS CARTAS SECUESTRADAS

Tengo en el alma una baranda en sombra.
A ella, diariamente me asomo, matutino,
a preguntar si no ha llegado carta;
y cuantas veces
la tristeza celebra con mi rostro
sus óperas de nada.
Una carta.
Que me escriba una carta la que me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
analfabeta de pasión cristiana;
duraznos de mi tierra: que me escriban,
y redacte una carta pequeñita
mi hermana abecedaria y pensativa.
Muertos los de mi infancia
que se fueron
dormidos entre el humo de las flores,
novias que se marcharon
bajo un farol diciendo eternidades,
amigos hasta el vino torturado:
¿No hay una carta para Juan Gonzalo?
Si no fuera poeta, expresidiario,
extranjero hasta el colmo de la gracia,
descubridor de calles en la noche,
coleccionista de apellidos pálidos:
quisiera ser cartero de los tristes
para que ellos bendigan mis zapatos.
Que los cojos me narren su muleta,
y el enfermo me cuente de su almohada,
y me pidan prestada mi sonrisa,
pero en carta de amor certificada.
El día que me muera: ¿en una piedra?
el día que me duerma: ¿en una cama?
que me llenen de cartas la camisa
para asfixiarme de palomas blancas.
También de palomar se muere un hombre,
cuando sabe vivir por una carta.

Exacta dimensión

Me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas…

y más precisamente:
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas
cuando llega el verano…

y más precisamente:
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas en las tardes de enero
cuando llega el verano…

y más precisamente:
me gustas porque te amo.

ESCRIBANO EN LA BALANZA

Y después de servirte
e informarte,
de transitar a mula tus ministerios grises,
los plácemes del sol, las gargantúas de las soledades;
después del recorrido
y de los testimonios
escritos en papeles y tijuanas
se cumplirá tu ley, Rey
Severísimo: muerto seré:
ni siquiera pichón de cacatúa,
coraza de ostras, cachivache ardiendo:
sensatamente un muerto.
Un hombre muerto.
¿Y la frase pensada subido
en un camello? ¿Y el poema
que dije conversando con Walter,
y mis leyes de Niza, y mi ópera
al sacarme la corbata?
¿Quién habrá de escucharlos, Rey
Artero,
cuando las horas huecas
alarguen a mis pencas sus hocicos?
Nadie.
Nadie.
Pero entre los aperos de tus largos veranos,
¡oh Rey del exterminio!, seguirás,
encontrando mis mensajes:
este es mi oficio.
Y esta fugacidad:
todo mi reino.

Letanía del solitario

Cada tarde te pierdo,
como se pierde el tiempo
o la esperanza.
Cada tarde,
definitivamente,
te pierdo
como se pierde la paciencia.
Cada tarde
dices no.
Mueves la cabeza y dices no.
Mueves la tierra y dices no.
No mueves los labios y tu silencio dice no.
Infatigablemente,
cada tarde,
mi café solitario obscurece el planeta.

CARTA A MARÍA TERESA

Para ti debo ser, pequeña hermana,
el hombre malo que hace llorar a mamá.
Yo me interrogo ahora
¿por qué no he amado sólo
las rosas repentinas,
las mareas de junio,
las lunas sobre el mar?
¿Por qué he debido amar
la rosa y la justicia
el mar y la justicia,
la justicia y la luz?
Fui un niño como todos.
También mi infancia
la atravesaba un río
y tenía una hora misteriosa
en la cual las palomas
a mi alma obedecían.
Pero me preguntaba
¿por qué en mi calle
la alegría es un viento
fugaz e inesperado?,
¿Por qué no siembran trigo
también sobre mi pecho,
si aquí en mi corazón,
todas las noches
se desbordan los ríos?
Por eso fue la noche
el rostro de mi madre,
astro de cera y llanto
en el cielo apagado de mi celda;
por eso me negaron
el Perú en mi desvelo,
y vanamente grito:
devolvedme mi patria,
devolvedme mi escuela de palomas,
mi casa frente al mar,
devolvedme su calle más pequeña;
su lámpara más rota,
su más ciego lugar.
A pesar de todo esto,
para ti debo ser, pequeña hermana,
el fantasma que vuelca
la sal sobre la mesa,
el mal hado que rompe
las puntas de los días:
y es que a ti te hace daño
ver llorar a mamá.
Mas una tarde, hermana,
te han de herir en la calle
los juguetes ajenos;
la risa de los pobres
ceñirá tu cintura
y andando de puntillas
llegará tu perdón.
Cuando esa hora suene
es que amarás las rosas,
las mareas de junio,
el jardín de diciembre
donde los niños van;
es que amarás mis sueños
y mis cosas,
¡Sabrás por qué se rompe
fácilmente
por la mitad el pan!
Cuando esa hora suene
y se empadrine en mi padre mi orfandad,
iremos de la mano
por las calles de Lima,
en trinidad de gozo
la risa de mamá.

EL VASO

Roto ha de estar, supongo,
el vaso cojo de mi antigua casa.
¡Cómo ha podido contener, él solo,
el agua toda que bebí en mi infancia!
Alguna mano familiar y amiga
debió romperlo —una tarde acaso—
y toda el agua de mi infancia rota
cayó en mi alma, viuda de ese vaso.
No lo neguéis (mamá, no ha sido adrede)
desde aquí estoy viendo,
parado y solo en terraplén extraño,
el agua de mi infancia derramada.
Así como yo cuido mi corazón, cuidadme
los amados objetos de este reino
que edifiqué con risa ya llorada.
Ayer —no me lo dijo nadie, lo he sabido
como se advierte el dolor del llanto
en la cama de hotel que nos cobija—
alguien ha roto el vaso donde un niño
supo peinar la sed de lo jugado.
Por eso insisto:
guardad las cosas del que está lejano,
defendedlas de los vuelos terribles de la mano.
Estar ausente tantos años hace
sentirse un muerto al vivo más presente
y por eso perdono (yo al culpable)
tanto naufragio,
tanta rotura de alma impunemente.
Pero el vaso, no, el vaso nunca:
otros vasos habrá, pero ninguno
que conserve los versos de la fuente

GASTRONOMÍA

Para comerse un hombre en el Perú
hay que sacarle antes las espinas,
las viceras heridas,
los residuos de llanto y de tabaco.
Purificarlo a fuego lento,
cortarlo a pedacitos
y servirlo en la mesa con los ojos cerrados,
mientras se va pensando
que nuestro buen gobierno nos protege.
Luego:
afirmar que los poetas exageran.
Y como buen final:
tomarse un trago.

TOCATA Y FUGA

Te busco, muerte. Te busco
y no te encuentro.
Entre la nada te busco
y te busco
entre la gente.
Y no te encuentro.
Peru cuando tú
me busques…
todo será diferente.