Poetas

Poesía de México

Poemas de Concha Urquiza

Concha Urquiza (1910-1945) fue una poeta mexicana cuyo legado resplandece como un faro en el vasto océano de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Nacida en la ciudad de Morelia, Michoacán, su vida estuvo marcada por la pérdida temprana de su padre, Luis, lo que la llevó a trasladarse junto a su madre y sus hermanos a la bulliciosa Ciudad de México. Desde una edad temprana, Urquiza mostró destellos de su genio poético, dejando entrever su brillantez y sensibilidad.

La pluma de Urquiza, como un pincel fino sobre el lienzo del tiempo, trazó versos que resonaron en el alma de sus lectores. Sus primeros poemas, publicados a la tierna edad de doce años, ya dejaban entrever la maestría que habría de caracterizar su obra. A pesar de su contacto con las vanguardias literarias de su época, Concha Urquiza se mantuvo fiel a los cánones clásicos de la métrica y la rima, revelando así una voz única y original en el panorama literario mexicano.

La vida de Urquiza estuvo marcada por viajes y transformaciones. Desde su estancia en Nueva York hasta su posterior crisis espiritual y conversión al catolicismo, su trayectoria estuvo impregnada de una búsqueda constante de sentido y trascendencia. A través de su poesía, exploró las profundidades del alma humana, navegando entre las aguas turbulentas de la duda y la fe, la alegría y la melancolía.

En su corta pero intensa vida, Concha Urquiza dejó una huella imborrable en la historia de la literatura mexicana. Su obra, recopilada y publicada póstumamente bajo el título «Obras«, continúa siendo objeto de estudio y admiración, recordándonos la inmortalidad del arte y la capacidad de la palabra para trascender el tiempo y el espacio. Aunque su vida se apagó prematuramente, su legado perdura como una estrella en el firmamento literario, iluminando el camino de aquellos que buscan la verdad y la belleza en las palabras.

Aunque tu nombre es tierno como un beso…

Aunque tu nombre es tierno como un beso
y trasciende como óleo derramado,
y tu recuerdo es dulce y deseado,
rica fiesta al sentido y embeleso;

y es gloria y luz, Amor, llevarlo impreso
como un sello en el alma dibujado,
no basta al corazón enamorado
para alcanzar la vida todo eso.

Ya sólo, Amor, perdido en tus abrazos,
cabe tu pecho detendrá su empeño:
no aflojará las redes y los lazos,

verá la paz ni gozará del sueño,
hasta que tenga paz entre tus brazos
y duerma en el regazo de su Dueño.

David

¡Oh Betsabé, simbólica y vehemente!
Con doble sed mi corazón heriste
Cuando la llama de tu cuerpo hiciste
Duplicarse en la onda transparente.

Cerca el terrado y el marido ausente,
¿quién a la dicha de tu amor resiste?
No en vano fue la imagen que me diste
Acicate a los flancos y a la mente.

¡Ay de mí, Betsabé, tu brazo tierno,
traspasado de luz como las ondas,
lió mis carnes a dolor eterno!

¡Qué horrenda sangre salpicó mis frondas!
¡En qué negrura y qué pavor de invierno
se ahogó la luz de tus pupilas blondas!

Dicha

Mi corazón olvida
y asido de tus pechos se adormece:
eso que fue la vida
se anubla y oscurece
y en un vago horizonte desparece.

De estar tan descuidada
del mal de ayer y de la simple pena,
pienso que tu mirada
-llama pura y serena-
secó del llanto la escondida vena.

En su dicha perdido,
abandonado a tu dulzura ardiente,
de sí mismo en olvido,
el corazón se siente
una cosa feliz y transparente.

La angustia miserable
batió las alas y torció la senda;
¡oh paz incomparable!
un día deleitable
nos espera a la sombra de tu tienda.

La más cruel amargura
con que quieras herirme soberano,
se henchirá de dulzura
como vino temprano
apurado en el hueco de tu mano.

hiere con saña fuerte
si sólo no desciñes este abrazo,
que aun la faz de la muerte
-con ser tan duro lazo-
pienso que ha de reír en tu regazo.

Jezabel

Palidez consumada en el deseo,
suma de carne transparente y fina,
ya sellada, en profética rutina,
para el soldado y para el can hebreo.

¡Oh desahuciada fiebre, oh devaneo
que oscila como péndulo en rüina,
de un viñedo que el sol mimba y fulmina
a cruenta gloria y militar trofeo!

Horror de pausa y de silencio, acaso
para no conocer turbias carreras
del corazón, hacia el fatal ocaso,

ni sentir que en sus válvulas arteras
se endulza ya la sangre paso a paso
para halagar las fauces de las fieras.

La canción de junio

Junio, brazada de soles
por el campo florecido,
¿qué le dirás a mi alma
que quiera prestarte oído?
¿Qué le dirás a mi alma,
Junio, de verde vestido?

El amor de los donceles
se fue por el monte arriba;
el amor de las doncellas
siguiendo sus pasos iba;
ni un brote abierto dejaron,
ni una flor dejaron viva…
Pan ha callado el arrullo
de su flauta primitiva.

Junio, mojado de lluvia,
Junio, dorado de trigo,
rojo de tierra del monte,
rostro de sátiro amigo,
¿si creerás que como otrora
hoy me embriagaré contigo?

Casa de olvido me dieron
-muros altos, blancas tejas-;
mi Amado cercó la entrada
del vellón de sus ovejas;
la paz me besó en el rostro
tras los hierros de las rejas…
Por el bosque sosegado
Eros olvida sus quejas…

Junio, pintado de luna,
Junio, de ardores ceñido,
¿qué le dirás a mi alma
que quiera prestarte oído?
¿Qué le dirás a mi alma
Junio, de lluvia vestido?

Las piedras del camino se llenan de ternura…

Las piedras del camino se llenan de ternura
y de musgos; los cielos contemplan con dulzura
los senos azulosos del agua que se estanca.

Clareando entre los charcos de solo todos deshechos,
se hinchan de luz las agrias venas de los helechos
tendidos sobre el fresco terror de la barranca.

Miente mi corazón cuando te ama…

Miente mi corazón cuando te ama,
hecho intérprete fiel de mi sentido,
como el eco en abismo percibido
que el viento, no la voz, forma y derrama.

Este imperioso afán que te reclama
no en el centro del alma fue nutrido:
me ha turbado sin mí, como el sonido,
es ajeno a mi ser, como la llama.

Cuando la sangre el corazón satura
de sólo tu sabor -término medio
en loco silogismo de amargura-,

inaccesible al implacable asedio,
como trozo de plomo en agua obscura
húndese el alma en silencioso tedio.