Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Eduardo Anguita

Eduardo Anguita (Yerbas Buenas, 14 de noviembre de 1914 – Santiago, 12 de agosto de 1992) fue un poeta chileno de la llamada generación literaria de 1938, Premio Nacional de Literatura en 1988.

Litoral de la sirena

Sobre el tren joven de la niñería,
arranca tú, mi celestial incauta,
no atenta a Pan, que silbará en su flauta,
mas sabia al pez, que entre la luna fría.

Soldaba el riel de la melancolía
ya muerta en velas del velero nauta.
Para vivir en mi viajera pauta
¡pincha al caballo con tu espuelería!

Alfileres de agua, labio mío,
al romper los andenes de tu frío
no sin luneras rosas, no sin pena,

Locomotoras hacen, estivales,
que dancen a los cantos pastorales
de eléctricas guitarras de sirena.

Posición de combate del viajero

Como espadas de luz, portando al cinto
imperiales abejas de azul pelo,
desciende a la destreza de mi vuelo,
pelea el sol contra mi avión jacinto.

Ruedas de nácar de diurnal instinto,
plumas de luna, hélices del hielo,
cortan las cuerdas y la crin del cielo
del día muerto en un misal corinto.

Ay, marino celeste, derrotado
por sus bélicas flores, no te vayas
sin brillar con tu sable de grosella.

Que aunque estén las medusas de tu lado,
¡tú, soldado, perdieras las batallas,
y tú, aviador, quebraras las estrellas!

Animales e inscripciones

A Rosamel del Valle

Vienes y ves un tiempo blanco
Sin embargo sin lobos de diáfana estructura
Abriendo los muebles donde los recuerdos estudian
Y el viento pasa de dos años y miedo.

Los nuevos sepelios viajan por las carnes del mundo
Afilada quietud palabra con bordes de cabeza
El amor cae gota a gota al fondo y el fondo
Es recia mirada de pozo que niega
Su aire
La viva humedad del sueño donde los ojos
Zumban.

Vienes y ves a los amigos del tiempo
A los que hacen del tiempo su muerto preferido
Y los que tantean la piedra salada del corazón
Y los que rezongan una muda hierba
Y los que aprenden su orilla más próxima
Y los que ven el tiempo blanco de dignidad transeúnte
Y los que venden
Y los que contemplan
El por qué de su vida como un hoyo en el agua
En ágiles especulaciones de reflejos.

Vienes y ves después de la familia
Cuando sentada en torno de su rencor que se quema
Pasan las páginas buscando un escondite aunque sea una lámpara
Devienen nubes alrededor de la mesa
Devienen días alrededor del año
Tú vienes y sólo ves el tiempo blanco.

Oh servidora de lo cotidiano que es un color de cristal rápido
Que demasiado tememos para usarlo de hermano vaporoso
En ti traté al huésped que creemos y no existe
Y vive según se abren y cierran las puertas
Y se va sin sombrero como un reflejo por las corrientes de aire.

Vienes y ves que todo se destina a algo secreto
La taza al amor que cae desde los tejados a la primera evidencia
Para que no se huya digo y obedece.

Oyes que se conversa de la primera luz
Porque hoy se fue por las huellas ascendentes de sus padres
Un golpe de pasos puros por la espalda un cuchillo refrescante
Todo lo ves: los lobos abiertos de par en par.

Y aquel relámpago que enseñaba a mis pies a ser espacio
Sin memoria duro como la piedad del espejo que a nadie alberga
Yo abro mi memoria a las amigas y tú sales.

Sales del mar como la respiración de tu pecho
Sales llena de sales conmemorativas
A pesar de una ondulación que pudiera haberte hecho perder tu persona
Conmemorada de rumores rizados en tu cabeza
Mascas el círculo de amenazas la música que moja tu destino
Mas yo no sé qué hacer de ti
Como si poseyera mucha arena.

Dices: Hoy hace un tiempo blanco
Y el viento viene a componer los muebles
El mar espera su antigua carne de caballo
Con una inscripción de piedra
Hace un tiempo de piedra
Debes mascar el destino estrella o piedra.

Yo pregunto si han oído tu escritura en los alrededores
Pasar de una lágrima a otra como aguja
Y el hombre huye de mujer en mujer
Y se encuentra caído en el trayecto.

Y tú no vienes y no ves
Las manos sobre el espejo calientan las imágenes
Los árboles bajo un mismo turista
El bosque golpeando mi frente
Yo abro la frente a los amigos.

Abro la puerta y la memoria
Alguien apagó la escritura silenciosa que me dejaste
Lobos guiadme a vuestra piedra de miedo
Corazón, piedra indescifrable pero que un agua borra
Vienes vienes y ves un tiempo blanco.

El conocimiento perturba

Debajo del agua encima de la tierra
En los bosques para el tacto en el fuego
Sobre o entre el cielo transformado en el peor ahogo
Bajo las miradas asfixiantes de los seres
Entre las hojas siempre verdes listas a escuchar
En medio de las sombras los cuerpos de la luz
En el mundo o el sueño
El hombre roba lo que puede a la verdad

Muy náufrago soy pero no ceso en mi trabajo
De poner calor al frío agua a la aspereza
Mi trabajo es verdaderamente inmoral
Hasta el momento de morir nadie descansa
Equilibrando contrapesando queriendo saber
Con nuestro orgullo que quiere tornar parte en la naturaleza
Con nuestros vestidos contra la desnudez
Nuestras palabras contra el silencio
Nuestra población contra la soledad
Nuestro andar contra la vejez
Sólo logramos creer en algo difuso
Porque en ese difuso estarnos presentes
Pero con nuestro saber sólo logramos
Robar algo a la verdad
Equilibrar todo negar el desorden verdadero

(Sin duda, es lamentable nuestro afán impurificador. El astrónomo, el físico, el paleontólogo son los peores canallas Dormid, señores: dejad nuestra admirable confusión natural en donde deben moverse las plantas con su calor primitivo, interceptarse los astros sin clasificación y las flores romper el paso por nuestra sien: Hombres que aman la mugre de un falso conocimiento; sólo logran ensuciar con su aliento lo que podrían contemplar frente a frente, en el éxtasis, o en el sueño, que son buenos medios de contacto).

las abejas en su catre de bronce
los gallos inventando juegos sobre el mármol
los gobiernos intranquilos la revolución como moscas
a los cristales de la sordera no llames
volemos entre las ampolletas qué campanadas más tontas
róbale a la verdad róbale una cinta

El hombre nace en el movimiento
Todo equilibrio toda detención
Irrealizan el mundo en su pura impureza
El cielo que cubre todas estas cosas
Estas pequeñas luchas trascendentes
Podría decir

‘No llevándote nada de mí
llevas mi mayor parte’
Pero en vez del cielo hablamos nosotros
Y en vez de la hormiga salada -para nuestra desgracia-
La sal detiene los alimentos.

Prohibición de respirar

Vivo en las paredes donde la muerte
tiene colgada su sombra.
Las ventanas cambian de hueco en mano.
De vez en cuando un cielo visita el cielo de mi cerebro,
debido a él los animales se hacen más pesados y caen.
Porque los sonidos fermentan la tempestad,
yo estudio los gestos de los otros,
su mal hábito de irse acabando por los pies,
e insectos cubren mi estrella de la frente.

Recuerdo de infancia

Los mendigos escapan del tallo de las plantas
en gruesas gotas de dignidad y mármol.
Vuelan por el día como los primeros leños
en el monumento espeso del aire de los suspiros.

Sobre los techos crecen a toda hora ciegos presuntuosos
pero los hilos de un muerto extraño a la casa
los enredan y enseñan a caminar despacio.

Paciencia: mañana el difunto será convaleciente
y partirá desde su cuerpo
hacia la simplicidad de una voz
en la tiniebla endurecida.

Soneto 1942

Amé vivir en cielo inmaculado,
labrado en soledad y muerte pura:
igual que el cielo, ileso mi costado
creció sin sangre, fuerza ni premura.

Inquieto, como tiempo amortajado,
Al sentirme sin vida ni amargura,
torné a tu fuego de ángel derramado
olvidándome yo en la quemadura.

Así, furioso, incierto, desvelado,
locamente veloz e iluminado,
iluminado en goce y en dolor:

Contigo quemo el cielo y el reposo,
inauguro al Terrible y al Hermoso
Amor, Feroz Amor, ¡oh dulce Amor!

La risa o los funerales de Mister Smith

¿Por quién ríe el arzobispo cuando tam tam tañen las campanas de medio
campanario al fondo de la luz?
¿Por quién muestra sus botones quebrados por la vegetación y la espátula
este hombre con cuerpo de campana en madera?
Por Mister Smith, que murió estando muerto, como desperdicio de cocina.
Y ésta es la verdadera risa del rostro de cualquier hombre.

Ved qué es la risa, sino un vegetal que farsantea.
Ved cómo semeja una bestia torcida por el frío.
La máscara se socarra, concheperla y cuero.
El que ríe finge retirar sus bordes,
pero uñas pequeño-brillantes murmuran sílabas.

Mister Smith había pasado al fondo de un tablado,
se mostró semidesnudo como un hueso entre frutas.
Ver esto y largarse a reír fue todo uno,
como si viera aparecer un agua cortada en ambos extremos.

El que ríe muestra los dados,
dados sensibles hechos de mama y de nene,
ah, el traidor se enjuaga con ellos,
como con ojos, como con yerbas, como si no fueran él mismo.

Intensamente agazapado, ríe en la noche.
Yo lo miro reír por vez primera en la vida.
¿Qué es la risa? Un libro se abre
con las páginas cariadas, qué divertido, qué aire.

Brillan las manillas, las aldabas, a lo lejos fuma la muerte,
un pequeño fulgor es la risa de la bestia.
En ella un desconocido se contempla el reverso.
Se abre una rosa y el sermón continúa más serio.

Labrador del mar

Bajo velas de hojas vegetales,
entre claveles de un jardín de lino,
atraviesa mi barco con frutales
dragones griegos de celeste vino.

No son flautas sus algas vesperales,
ni ha crecido la luna en su camino,
mas huyen labradores pastorales
cazando al torso de un lebrel marino.

Tú, ramaje de agua, espejo lento,
leche del seno azul de la mañana,
pájaro de las islas Barlovento:

Echa las redes a tu pez de lana,
sirena-flor nacida contra el viento
o en la pollera oval de una campana.

Límite oceánico

Para la jarcia de su piel de arena,
con zodiacal guitarra, entre los mares,
sin alcanzar a Ulises sus cantares,
llamarán por tres veces las sirenas.

Sobre la loza de una luna llena
beberá el cisne menta de pomares
y con rocío astral de aves lunares
mojarán los tritones su melena.

No orillará el marino los linderos
con que el geógrafo oceánico al viajero
encierra dentro de su huerto de ola;

Ni pastará con peces la legumbre
que con climas florales no le alumbre
el acuario del ángel-banderola.

Venus en el pudridero

A la criatura angélica que me precede
no por génesis sino por finalidad.

¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en víspera de su coronación?
Yo pienso en el gusano.

¿Oís podrirse los duraznos en el granero,
al atardecer, mientras las fechas del reino
caen de los tronos
y el viento las amontona, las dispersa y olvida?
Yo pienso en el gusano.

Si veis montar el agua de la noria,
con un niño fijamente asomado al brocal
frente a frente al abuelo,
y se siente el bese de los amantes como una hoja seca
que el pie del tiempo aplasta crepitando:
¿los amantes están muertos? No preguntéis con torpeza.
Pensad en el gusano.

Al borde del pozo, gusano y amante,
los dos punteros del reloj.
El agua está vacía y la amada es un torrente de mil rostros
despeñados.
Ambos sedientos, un sol varonil frente al otro sol, también varonil,
pero llorando y sombrío:
el de la aurora y el atardecer, íntimamente enemigos
y cuán quebrantados.

Llegan carretas rebosantes de frutas maduras,
se despiden los ancianos,
las raíces quedan en acecho al sol de la espera,
se acumulan los hechos.

Niño, niño mío, nómbrame sin pestañear,
en un segundo,
las dinastías reinantes -siglos, siglos-,
los monarcas desgajados.
Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañear, en un instante,
antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo.

¿Quién osa alzar el Tarot vertiginoso?
Todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas.
Niño y anciano, en este instante tenéis la misma edad:
sólo un instante:
¿no habéis empezado?, ¿habéis terminado?
¡A qué pensar en el gusano!

El rey que tomó la ciudad
y con ella hizo una argamasa de sangre,
dejó el horror, dejó el escarnio;
las vírgenes violadas están vivas, las viudas maldicen.
El rey murió. Un muerto es el culpable.

El diabólico motorista que en carruaje veloz
cruzó la calle sin razón aparente,
a un chico dejó inválido, a una novia le quebró la columna.
El motorista ha muerto.
A él se debe este mundo.

Maravillas y desdichas:
cuanto nos es dado es obra de muertos;
cómo pedirles cuenta, todo trayecto es corto.

Muertos poderosos que nos legaron herencias
imposibles de revivir, imposibles de evitar.
¡A muertos, a muertos se debe este mundo!

Tiempo furioso, memoria feroz.
Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue ondulando
cuando la mano que lo maneja ya está hecha polvo,
el latigazo aún azota con destreza terrible y melancólica.

¿Podemos comprender que la amada,
apenas pronunciadas las palabras del amor,
cambie, desaparezca, se destituya?
¡Y todavía sientes el calor de su beso
y su boca ha expirado?

A un muerto, a un muerto se debe este mundo.

(De modo semejante, el Rosal misterioso,
centro ígneo de radio cero, palpita en reposo en el corazón del
jardín,
y de él fluyen los rayos, los pétalos, la extensión de los prados,
salió al día, y extendiendo los brazos su amor emana
en forma de apóstoles, de mártires, de amantes de todo orden,
y hasta de esas señoras que reparten la piedad y son tanto más agrias
para que la moneda se vea más dulce y no les pertenece.
El amor, el aroma y los actos fortuitos,
más existentes que sus autores, gemas en silencio,
que no se quieren invisibles, y si se quieren así, al fin y al cabo,
como sentirse llamados a vivir sólo un instante
y servir para mucho, mucho tiempo).

No lamentes la ausencia de la semilla,
ama grandemente el fruto dado.
La semilla debe morir.