Poetas

Poesía de México

Poemas de Francisco Manuel Sánchez de Tagle

Francisco Manuel Sánchez de Tagle (Valladolid, Michoacán, 11 de enero de 1782 – México, 7 de diciembre de 1847) fue un poeta, escritor, abogado y político novohispano y posteriormente mexicano.

CONTRICION POETICA

¡Oh lira, que hasta aquí locos amores
en tus vibrantes cuerdas suspiraste,
y dócil a mis voces me ayudaste
a comprar por un goce mil dolores!

Ya que hiciste armoniosos mis errores
y a mi locura seducción prestaste,
herida de otro plectro, da, en contraste,
con acuerdo mejor, tonos mejores.

Llora de los pasados años míos
prolongada maldad, crímenes tantos,
y tan multiplicados desvarios:

de amarga contrición rige los cantos
en que le pida, con acentos píos,
misericordia al Santo de los Santos.

ODAS ANACREONTICAS

Ya viejo estás, Dalmiro,
me dicen las muchachas;
yo les respondo: Lindas,
las señas os engañan.
No veáis en mi cabeza
las mentirosas canas,
ni si en mi boca huesos
pocos o muchos faltan.
Ved sólo que mi pecho
todo es fuego y se abrasa;
que vivaces mis ojos
despiden puras llamas;
que mis miembros se prestan
á hacer cuanto les mandan,
en las festivas bromas,
en las alegres danzas;
que nadie entre los mozos,
me excede, ni me iguala
de amor en la ternura,
viveza y dulces ansias.
Haced, si no, la prueba:
correspondedme gratas;
veréis con experiencia
que como yo nadie ama;
y que ninguni tiene
más juvenil el alma.

ODAS PINDARICAS

I

EL ENTUSIASMO DE UNA NOCHE SERENA

¿Qué ardor, qué ardor me inflama,
que hasta hora ignota llama
circula por mis venas
y un tardo respirar me deja apenas?
¿Qué soberana y sacra inteligencia
altera de esta suerte mi existencia?

En fuego aliento y vivo,
mas en fuego creativo,
que en formas diferentes
le presenta á mi espíritu los entes,
le infunde elevación sobre sí mismo,
semen fecundo de sublime heroísmo.

Él mi cuerpo ha deshecho;
de ese recinto estrecho
del espíritu mío,
donde yacía cautivo mi albedrío,
su mano bondadosa me ha librado
y los lazos de unión ha desatado.

Mi vista se mejora
y ¡cuán otros son ahora
los seres á mis ojos!
Vi rosas, miro abrojos;
en sangre humea y en crímenes la tierra
y es podredumbre y males cuanto encierra.

Dejo tan triste suelo,
sublimo el raudo vuelo,
por otros orbes giro
y ¡que de cosas tan distintas miro!
Salve, región de luz y país hermoso,
y salve tú, silencio misterioso.

Mil ardientes fanales,
en masa, desiguales,
pero á cual más hermoso,
van caminando a paso majestuoso,
por espacios hasta hora no medidos
y de mente humana nunca entendidos.

Y siempre en movimiento
sin parar ní un momento,
al Sol hacen la corte
Mercurio, Venus, Júpiter, Mavorte,
Saturno con su anillo, y mil Estrellas,
y la tierra tambien con todas ellas.

Súbditos que domina
y entre ellos él camina
cual hermoso gigante:
fuente perenne de la luz radiante.
¡Cómo, cómo el mortal que el crimen ama
no tiembla al ver su majestuosa llama!

¿Y cuales son las brazas
de tan inmensa masa?
¿Quién así las mantiene?
El Eter solamente las sostiene,
y en él cada Astro el curso sigue ledo
que le señala de su Autor el dedo.

Mas allá, mil fulgores
vibran astros mayores,
y desde aquí se miran
otros planetas que en su torno giran:
allí Sirio reluce, allá el Boyero;
de soles tantos ¿cual será el primero?

¡De que extraña manera
el pasmo se apodera
de mi todo; ni es mía
ni rijo yo mi fragil fantasía!
¡En que profunda y silenciosa calma
se queda absorta y sumergida el alma!

Sacra deidad que has hecho
tu habitación mi pecho
y en él te eliges templo;
yo absorto y mudo tu poder contemplo,
y, de respeto y de terror transido,
tu majestad venero agradecido.

Mas, Dios grande y velado
que en tan feliz estado
me has puesto, dí, quién eres?
¿que pretendes de mi? ¿díme que quieres?
Tu soberano fuego puede solo
tornarme de esa suerte, sacro Apolo.

¡Oh! salve tú mil veces
que así me favoreces
con tu augusta presencia;
jamás me niegues tu calor é influencia;
sea de mi alzado verso el ejercicio
loar la virtud y maldecir el vicio.

ODAS PINDARICAS

IV

Al ilustrísimo Señor Don Fray Ramón Csaus

Por haber quemado parte de sus poesías
é intentar quemar las restantes.

¡Ay de mi! Voraz fuego
de la cumbre del Pindo se apodera,
y con ímpetu ciego
en cenizas la torna toda entera.
Arde el sagrado asiento
de Apolo, y de humo negro llena el viento.

De las hermanas nueve
el coro yace sumergido en duelo,
se anega en llanto, y mueve
á compasión la tierra y almo cielo;
y en la tiniebla obscura
oculta el numen delio su faz pura.

Decid, ¿que mano impía,
sagrada hija de la fiel memoria,
turbó la melodía
de nuestros himnos, y os robó la gloria?
¿Maldad tal en quien cupo?
¿Y quien la tea fatal empuñar supo?

Délfico Dios, ¿dormías?
¿Faltábante las flechas venenosas?
¿de Dafne en pos corrías,
diciéndole tus cuitas amorosas?
¿Como, dí, permitiste
incendio tal, ni el Pindo defendiste?

¡Ay! ¡ay! el mas querido
de tus sacros alumnos lo ha abrasado,
la guerra re ha movido,
la llama á tus tesoros aplicado,
sin oír tu humilde ruego
¡Maldita llama, detestable fuego!

Casaus, Casaus, ¿qué has hecho?
¿Qué infernal furia dirigió tu mano?
¿Quién agitó tu pecho?
¿Quién te infundió designio tan insano?
Furia cruel, no vomites
llamas contra el lenguaje de los Dites.

¿Dar al fuego tus versos,
que néctares hibleos muy más suaves,
aun más que cristal tersos,
más sonoros que el trino de las aves,
las que de tí aprendían
los cantos con que a Febo recibían?

¿Los versos que escucharon
del Olimpo los sacros moradores,
absorto, y olvidaron,
la ambrosía deliciosa y los amores,
y aun el canto sonoro
que Apolo principiaba en lira de oro?

¿Versos que adormecieran
al Cerbero, y al reino de la vida
segunda vez volvieran
del Cantor Tracio á la beldad querida,
que si en Tebas sonaran
segunda vez á Tebas fabricaran?

¿Versos cuya dulzura
del Ibero las glorias formó un día,
que la raza futura
llena de admiración repetiría,
en mármoles grabara
y en láminas de bronce conservara?

¡Versos ¡ay! semejantes
triste pábulo son de llama ardiente
de fulgores vibrantes,
y en cenizas se tornan finalmente?
Cuando el fuego aplicaste
Casaus, vate divino, ¿en que pensaste?

¡Ah, llama! deja, deja
de proseguir la empresa que acometes;
oye el ruego y la queja
del humano linaje: que respetes
mi voz conseguir pueda
de ese tesoro sacro lo que aun queda.

AL CUMPLEAÑOS DE SILVIA

Une graciosamente las doradas
madejas de tu pelo;
déjanos ver las prendas acabadas
que en dón te diera el cielo.

No en lágrimas bañada, cual un día,
nos muestres tu faz bella:
olvida, Silvia, olvida, Silvia mía,
el ceño de tu estrella.

Rebose en gozo tu inocente pecho,
más blanco que la nieve,
que los reyes de Febo no han deshecho
ni líquida se mueve.

El rubio padre de la lumbre pura
cubre hoy con crines de oro
su espalda sacrosanta, y la dulzura
de su castalio coro.

Excita así, tañendo la
lira las cuerdas suaves;
y su voz resonando peregrina
te canta en tonos graves.

Dice cómo de nueva luz circuido
en tu primera aurora
al clima se mostró, que envanecido
tal prenda en tí atesora.

El cuenta que las Diosas inmortales
te ornaban a porfía
con las dotes y prendas celestiales,
suyas, de mas valía.

A los pechos de Venus educada
en su sagrada estancia,
de arrullos de sus aves regalada,
pinta el numen de tu infancia.

Cuenta cómo creciendo, cual la palma
de un arroyo á la orilla,
gozando siempre de apasible calma,
fué tu beldad sencilla.

Afina más el Dios el instrumento,
y alaba, de una en una,
las prendas relevantes que sin cuento
en tí natura aduna.

No omite tus conquistas y despojos:
él vé de mil el lloro.
¡Cuántos ayes, causados por tus ojos,
resuenan el laúd sonoro!

¡Ah! vive, vive (Apolo terminaba),
de Anáhuac pura gloria,
ni el tiempo raudo por quien todo acaba
destruya tu memoria.

Que descuelle entre todas tu hermosura,
como el ciprés erguido
aventaja de un bosque en la espesura
el árbol mas subido:

Vuele siempre sonrisa placentera
en torno de tu labio;
y el pesar congojoso jamás quiera
causarte leve agravio:

Torne la esfera, en su eje sustentada,
y tráigase el momento
que tu alma pura dejará abastada
de plácido contento;

Cuando por premio de su fe constante,
un yugo duradero
te una con Palemón, tu tierno amante,
tu ardor sincero.

Cesó de su cantar el Dios contento;
de más luz ornó el día:
todo te alaba, y Palemón, atento,
á todos excedía.