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Poesía de Chile

Poemas de Juan Cristóbal Romero

Juan Cristóbal Romero es un poeta e ingeniero civil chileno, nacido en Santiago en 1974. Su obra poética ha sido reconocida con varios premios, entre ellos el Pablo Neruda y el de la Crítica Literaria. Además, ha dedicado gran parte de su vida a la labor social, siendo director ejecutivo del Hogar de Cristo desde 2014.

Romero comenzó a escribir poesía desde muy joven, influenciado por autores clásicos como Horacio, Virgilio y Ovidio, a los que ha traducido al español. Su primer libro, Marulla, se publicó en 2003 y fue seguido por otros como Rodas (2008), Oc (2012), Polimnia (2014), Anteayer (2015) y Saturno (2016). Su poesía se caracteriza por una búsqueda de la perfección formal y una reflexión sobre el lenguaje, la historia y la cultura.

En 2022, Romero publicó dos libros que marcaron un hito en su trayectoria: Índice, una antología que reúne su poesía reunida desde 1998 hasta 2020, incluyendo tres libros inéditos: Venus, Amarilis y Mascardi; y Horacio: Epístolas, Libros I, II y Arte poética, una traducción completa de las cartas del poeta latino, que demuestra su erudición y su sensibilidad para recrear el tono y el ritmo de los versos originales.

Romero no solo es un destacado poeta, sino también un comprometido ciudadano. Estudió ingeniería civil en la Universidad Católica y luego hizo una maestría en Administración Pública en la Universidad de Harvard. Entre 2002 y 2014 fue gerente general de Fondo Esperanza, una organización que apoya a emprendedores de sectores vulnerables a través de microcréditos, capacitación y redes. Desde 2014 es director ejecutivo del Hogar de Cristo, una institución fundada por el padre Alberto Hurtado que atiende a personas en situación de pobreza y exclusión social.

Romero ha logrado combinar su vocación literaria con su vocación solidaria, demostrando que la poesía no es ajena a la realidad ni a los problemas sociales. Su obra es un testimonio de su amor por el lenguaje y por la humanidad.

Una muchacha descalza

Sin verla pasar la intuyo,
acaso por su andar como
descuidado y sin asomo
de estridencias. Un murmullo
–suave contrapunto– a cuyo
paso parece la casa
no inquietarse. Se retrasa,
luego apura. La presiento
como un puro pensamiento
que sin verlo pasar, pasa.

Secretos sin misterio

Qué emoción justificará estas líneas.
Rebuscas más allá de la corteza
una hebra de hilo
de la que aferrarte y tirar
en espera de algún curioso hallazgo
–escenas de verano, la familia
reunida bajo un blanco quitasol–
al que en rigor será preciso
designar con la locución exacta:
sílabas que se afecten mutuamente
de manera análoga a los colores
según patrones de contraste
y de mutua compensación.
Y por más que las emociones
pretendan imponerse
el cuerpo ejerce su imperio total.
Aún más para quien ha flanqueado
como tú, de trincheras
toda vocación por lo eterno.
Así sujeto de tu propia lengua
persistes en un constante estribillo
a medias audible, al que sobrepones
murmullos tarareos contrapuntos
hasta imitar un orfeón de escolares
afinando sus instrumentos
a minutos de la función,
como si del hilo, tras repetidos
intentos de nada, arrancaras
un nudo informe y sólido
de no digamos recuerdos, lugares
comunes más bien, frasecitas
apelotonadas y desprovistas
de completo interés, como no sea
por la chispa barroca de tu ciencia
cada vez más opaca,
con la que domesticas
mezquinamente el pensamiento
para servir a las palabras e inventarte.

Dedicatoria de Pigafetta a Felipe
de Villiers, Maestre de Rodas

Por mis conversaciones con los sabios
y los libros que alguna vez leí
supe que navegando hacia el poniente
se verían prodigios asombrosos,
y quise comprobar con estos ojos
la verdad de las cosas que contaban
para a mi vez narrarlas a otros hombres
para su entretención y beneficio,
y lograr asimismo hacerme un título
que no borrara la posteridad.

Y la ocasión se presentó en seguida.
Estando yo en España me informaron
que una flota zarpaba a las Molucas.

De vuelta a Italia, el Papa me rogó
le obsequiara una copia de mi diario.
Fue escrito en verso, todo en este libro
y a ti, señor, lo ofrezco, suplicándote
lo hojees una vez que los cuidados
de la isla de Rodas te den tiempo
que es el único pago que pretendo.

Epicuri de grege porcum

Qué haces por estos días en Pedana,
Urbio, severo juez de mis sentencias.

Diré que escribes para superar
las diatribas del sátiro Surytas,
o acaso saludable te deslizas
por los tranquilos bosques, ocupado
en lo que es digno y bueno para un sabio.

Tuviste la hermosura
y los dioses te dieron el arte de gozarla.

Qué más desearía una nodriza
de su querido alumno,
libre y capaz de decir lo que siente,
abundante en gracia, fama y salud,
con los bolsillos llenos
para una aseada vida.

En mitad de esperanzas y trabajos,
temor y rabia, piensa:
cada día que amanece es el último.
Grata sobrevendrá la hora no esperada.

Y si buscas reírte un rato
ven a ver a este calvo y reluciente,
de bien cuidada piel,
un puerco de la piara de Epicuro.

Howard manda incendiar ocho
brulotes en Calais

No existe ciencia que anticipe el modo
en que los vientos cambian de sentido.
Nuestro destino y nuestra voluntad

transitan por carriles tan opuestos
que todo intento queda al fin en nada.
Sólo los pensamientos se poseen.

Pero donde fracasan nuestros planes,
donde no hay esperanza de la altura,
aunque todos los signos se conjuren

debemos continuar con insistencia,
porque hasta en la caída de un zorzal
actúa la Divina Providencia

Tapiz de Alejandría

Quienes dicen ser sabios se hacen necios.
Valiéndose de inventos embrollados
cada cual crea un dios a su medida.
Te aseguro, lo sé por experiencia,
contados son los que han sacado frutos
de las cosas de Egipto para el culto
del verdadero Dios. Por el contrario,
los adeptos de Ader, el idumeo,
son tantos como arena en el desierto.
No pudiendo lograr lo que querían
simularon querer lo que pudieron.
Aquellos por mezclarse con los griegos
sembraron herejías. Pero tú,
Orígenes, atiende mis consejos.
Te ruego que recojas de los sabios
matemáticos, médicos y astrónomos
todas las enseñanzas que ejercitan
memoria, inteligencia y voluntad
para la educación del cristianismo.
Hay quienes se persuaden por la fe.
Otros nos acercamos con razones
por medio de preguntas y respuestas.
A Dios comprenderemos por sus obras
y por la gracia de sus criaturas.
En ellas está el sello de su arte.
Por la gracia divina y por el verbo
conoceremos al desconocido
que ha encontrado en sí mismo la medida
y la forma de cuanto ha sido hecho.
Las noches y los días se suceden
unos a otros en perfecto ritmo.
Su coro gira en paz y en equilibrio,
los cielos se organizan a su arbitrio.
Y si bien los profetas ya me asquean,
he visto mi cabeza sobre un plato.
Por lo mismo, recibe estos preceptos
que yo, Clemente, escribo de mi mano
para que nunca más tu pie tropiece.
No enseñe el hombre su sabiduría
con palabras sino con buenos actos,
que el justo no atestigüe de sí mismo,
y el casto no se jacte de ser casto
que es otro quien le da la continencia.

Guiados por la inercia de la edad

Las cosas son recuerdos de sí mismas.
Y sus nombres se extienden hacia nuevas
acepciones, de cuyas existencias
no somos advertidos sino al tiempo
que el nombre ya está muerto para el alma.
Una ventana no es una ventana:
un hoyo en la pared a media altura
reducido a su exacta utilidad.
El techo: un mar de naipes que amenazan,
al primer sobresalto, derrumbarse.
Casas siamesas, plantas de interior,
jardines con sus árboles talados
de blanco –signo de higiene y ornato–
en un torcido gesto, casi bello
o a lo menos sedante para el tipo
que no resiste tanta realidad.
Esto sería lo más conveniente:
que los días se lean a sí mismos
en el lenguaje de la adolescencia.
Fuimos sacados de contexto. Juego
de frases, donde no hay palabras falsas
ni correctas, sino mal entendidas.
Qué me pediste y no te di, que sales
con que te debo un tercio de la vida.
La palabra empeñada se reclama
con un sentido nuevo, tan distinto
de lo que alguna vez se pretendió.
Hicimos lo que hicimos sin medir
las consecuencias, todo lo veremos
en el camino, me dijiste, presa
de no sé qué fantástico optimismo.
Y confié, más guiado por la inercia
de la edad, el ejemplo y esos prácticos
usos, que por la propia voluntad.
Los nombres de las cosas son menciones
de cualquier cosa, menos de sí mismas.
Sólo podemos encontrar palabras
para lo que está muerto ya en el alma.