Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Eduardo Gómez

Eduardo Gómez Patarroyo, eminente escritor y poeta colombiano (1932-Miraflores, 19 de agosto de 2022), destacó no solo por su profunda conexión con las letras, sino también por su compromiso social y su valentía en la lucha estudiantil contra el régimen de Gustavo Rojas Pinilla. Tras la trágica masacre estudiantil en Bogotá en 1954, se erigió como líder estudiantil y co-fundador de la Federación de Estudiantes Colombianos (FEC).

Su devoción por la literatura lo llevó a especializarse durante seis años en Literatura y Dramaturgia en Alemania, donde tuvo el privilegio de colaborar con el legendario teatro Berliner Ensemble, fundado por Brecht. En Berlín, también desempeñó un papel fundamental como colaborador cultural para América Latina en la emisora Deutsche Welle.

De vuelta en su tierra natal, dirigió la sección de Publicaciones de COLCULTURA junto a la renombrada Gloria Zea. Fue coordinador de la oficina de publicaciones y editor de la influyente revista «Razón y Fábula» de la Universidad de Los Andes. Además, junto a destacados literatos como Pedro Gómez Valderrama y Arturo Alape, co-fundó la Unión Nacional de Escritores (UNEC), donde ejerció como vicepresidente.

Por más de cuatro décadas, impartió enseñanzas sobre literatura europea en la Universidad de Los Andes, abordando la riqueza de autores como Hölderlin, Thomas Mann, Goethe, Proust y muchos otros. Su legado como educador se extendió a diversas instituciones académicas, incluyendo la Universidad Javeriana, ENAD, Pedagógica y Nacional. Además, durante siete años, ejerció la dirección de la revista «Texto y Contexto» de la Universidad de Los Andes.

En la cúspide de su carrera, representó a Colombia en un Encuentro de Teatro de las Américas en Nueva York a finales de los años 70, demostrando su versatilidad y pasión por las artes escénicas. Además de su destacado rol como crítico de teatro en el periódico El Tiempo, Eduardo Gómez Patarroyo dejó una marca indeleble en la poesía colombiana con obras como «Restauración de la palabra» (1969), «El continente de los muertos» (1975), y otras piezas maestras que reflejan su profundo entendimiento de la condición humana y su habilidad para plasmarla en versos inolvidables. Su legado continúa en obras como «La noche casi aurora» (2012) y «Epifanía del hombre natural» (2018), asegurando que su influencia perdure en las generaciones venideras.

RÉQUIEM SIN LLANTO

Hace un mes comenzó tu muerte
y desde el primer día
los niños juegan en los parques como siempre
y tu habitación fue alquilada
a un obrero grandote y parrandero
y todo parece igual en las calles
aunque tu rostro palidece cada vez más en el recuerdo.

Cuando la oscuridad me rodea en la noche
me concentro angustiado en revivirte
reconstruyo tu rostro cerrando los ojos y crispando los puños
mas solamente flotas al final de un jardín iluminado por la luna
y es en vano porque no pronuncias palabra
y tu imagen tiembla y se borra
como cuando tocamos los paisajes
que el agua quieta refleja.

Las gentes trabajan
conversan
pasan a mi lado
y sus ojos resbalan sobre mí indiferentes.
Pienso que son crueles
pero luego recuerdo que no te conocieron
que no me saben portador de la tremenda noticia
y aunque te hubieran conocido y amado
¿acaso podrían hacer algo que no fuese su vida?

Nuestro mundo comienza a ser joven
nuestro mundo solamente ama
aquellos muertos que le han dado más vida.

Por eso no escaparás al olvido
por eso es tan difícil retenerte
por eso es tan fácil
llenar el vacío dejado por ti.
Tu vida fue inocente
y tu muerte no estremece.
Es apenas una sonrisa que la niebla va esfumando
un eco melodioso que se pierde en oscuros corredores
a donde ya no podremos seguirle.

TORMENTA DE PRIMAVERA

Salgamos al aire libre
en la ciudad de los parques y de los estadios
de las ciclovías donde el tráfico brutal
es reemplazado por el diálogo cordial de deportistas
que sonríen con blancas dentaduras y se esfuerzan
con músculos tostados por el sol.
(Hay un canto tácito en el ritmo de las bicicletas
y un contrapunto de piernas y torsos nervudos).

Recojámonos fervientes bajo árboles añosos
en los bosques que mantienen a raya el acero y el cemento
para conversar pausadamente como en tiempos remotos
y bajo cielos abiertos cosechar fugaces besos
rodeados de ciudad y custodiados por las máquinas.

Salgamos al aire libre de las avenidas
que podrían conducir a horizontes de grandeza
(hay un himno potente en los trenes en marcha
que se lanzan repletos de sueños a la espera,
hay una tensión endurecida hacia lo alto
en la soberbia delirante de los rascacielos).

Que la desdicha de millones se amalgame
para las construcciones de ciudades misteriosas.
Que la fuerza irresistible de quienes escriben con su sangre
haga brotar jardines e inagotables laberintos.
Que de la fuerza y la gracia desperdiciada de millones
surja un río de potencia irreductible
que se abra paso hasta el Centro donde todo se entrecruza
y participe en la danza de los océanos del mundo.

El viajero

Después de tantos viajes regresó desnudo a casa
en las manos una luna rota recogida en el polvo.

Apareció en el camino montando una jirafa,
conversando de cosas cotidianas.

Le preguntaron sobre las siete maravillas
y el narró una conversación de sobremesa.

Le preguntaron sobre los rascacielos en New York
y narró una pelea de negros armados de blancos dientes.

Le preguntaron sobre el París de los taxis
y habló de un mendigo pintoresco desayunando en Montmartre.

Lucía desnudo pero usaba gruesas gafas
y costosos anillos acorazaban sus dedos.

Le pidieron que cantara
y él habló de los trenes que atropellan la noche.

Le pidieron que danzara
y habló de la dolorosa quietud de los parias.

Lucía desnudo pero guardaba cien raídos trajes:
entre condecoraciones y medallas
un espejo mellado
entre cosméticos y charreteras
un librito perfumado,
entre muebles anticuados
un ataúd-cama
entre cuchillos y revólveres
pañuelitos de encaje.

En sus ojos ardían mil ciudades distantes.

DESNUDEZ

Nada nos pertenece
todo nos corresponde en préstamo para buen uso.
Generaciones futuras habitarán en nuestra casa
Y el pan que comemos aún es amasado con sangre.
Aparecemos gratuitamente sobre el mundo
Venidos de una oscuridad sin fondo.
La existencia es un momento de luz que nos fue dado
y un día nos iremos desnudos y solitarios,
¿Cómo hablar entonces de derechos exclusivos?
¿Cómo matar en nombre de lo Tuyo y lo Mío?

LA APOTEOSIS DE MANDELA

Mientras los soñadores iluminados
y los “hombres de buena voluntad”
intentan disipar la noche con gestos teatrales y la seducción verbal,
Mandela encarna la resistencia heroica
y la naciente dignidad de millones
frente a la ilusa y brutal arrogancia del racismo.
Establece el diálogo con quienes no tenían voz
perturba el orden aplastante reflexionando con su pueblo
y estimula en los parias su audacia humana.
Sobrepasado por su pueblo desatado y desbocado
bajó a los infiernos de la guerra civil
para enseñarles a amar y a encauzar el odio
y a su alada vocación de danzar y cantar.
Antes no sospechaban la belleza del mar
aunque vivían junto a él y su música perenne.
Soportaban aislados el desprecio y la befa
sin sospechar la fuerza de su unidad colosal
y la voluntad poderosa de millones entrelazados.
Belleza y nobleza eran dictaminados desde arriba
y llevadas en hombros por las mismas víctimas.
Ahora empiezan a descubrir asombrados
su potencial de hombres, su poderío virginal,
hasta ahora condenados a la animalización servil,
y se les abren caminos anchurosos
cada vez más profundos en la oscura hermosura
suavizada por galaxias y proféticos cometas
y resonante de rituales himnos ancestrales
que entonan a dúo con las sinfonías del mar.

EL COMBATE SUPREMO

A Luis Carlos Muñoz

De la avaricia que oscurece el esplendor del planeta
De los hombres blancos predestinados por Dios
De los tecnócratas del crimen que administran las masacres
De las elecciones libres donde resucitan los muertos
De las familias distinguidas que usufructúan la tortura
Del rebaño que bala en las iglesias cómplices
Del pueblo arrodillado en reclinatorios de piedra
De los ghettos donde sangran muchachas maquilladas
De las pálidas máscaras que bailotean en los clubes
De la belleza que encubre el veneno y el puñal
De los jóvenes castrados que alardean de sus músculos
De los hambrientos de amor que van de puerta en puerta
sin poder hacer valer su masoquista nobleza

De tanto…
Surgieron ciudades de cemento y multitudes anodinas
y las hordas de zombis que estrangulan el canto.
El paraíso está en torno pero ellos, ciegos, lo mancillan
y la alegría y la amistad con sus pesadas botas humillan.

No obstante el plasma sagrado seguirá multiplicándose
y multitudinarios coros desbordarán los estadios
disciplinarán su energía y fundarán nuevas ciudades.
Volveremos a retozar en los ríos azulados
y a nadar perezosamente en los piélagos plateados
de los mares poblados por gérmenes vitales.
Las ciudades surgirán entre el verdor y el canto
de niños, pájaros, fuentes y fábricas robotizadas.
El poeta será líder de multitudes humanizadas
y las mujeres suavizarán las desbocadas ansias
y enriquecerán la fascinante aventura de la infancia.
Ya millones acceden a un amor magnificado
que conquistan a diario en un combate programado
con la fuerza sensual que se sublima en sapiencia
y que culmina en la divina gracia de la ciencia.
Ese amor todavía disperso llegará a ser potencia
como combativo amor que incluye al marginado
y como noble pulsión que a los dioses desafía
y que asume a la criatura en su argamasa de sangre.

Desde ahora avizoro la noche primitiva y pura
en donde ya alienta la semilla escondida y madura
que crecerá radiante para lozanos jardines.
Ahora creo que la realidad más profunda es la utopía
y su visión oceánica hecha de lejanías.
La nueva edad de oro sonríe entre nieblas aurorales.
Una esperanza que renace con el canto de las aves
sobre ruinas humeantes y la tierra manchada.
El llanto del recién nacido hace circular su sangre
y al borde del abismo se yergue la vida plena.
Si no podemos luchar por una hermosa utopía
pronto nos consumirá la tediosa misantropía.
Pero esa edad no será de oro sino de amor activo.

EXISTENCIA

a Mario Barrero

Vivo ardiendo despacio
los días y las noches que me quedan.
Detrás se extiende el vértigo de los años gastados.
En lo que soy está el que fui, fluyendo
siempre sobrepasado y cambiando en el siendo
como cuando creo ver los árboles de siempre
pero sin haber mirado con cuidado
que hoy el brillo de su follaje es único
bajo un sol distinto del de ayer, irrepetible.

Lo que viví me habita como sueño
y se integra a cada instante a lo que voy sintiendo.
Así vivo de muertes y me integro al Todo
asimilando, superando y produciendo.
Saludo a todos en silencio
como a hermanos en el milagro de existir.
Casi nadie lo sabe y se consumen frívolos, sin vivir.
Casi nadie lo sabe y tengo que dejarlos pasar
como si fueran extraños a quienes nunca podré amar.