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Cuando los fantasmas del canon asolaron La Habana

A la postre se llegó a saber, por la fecha que imprimió en la instantánea la cámara digital del aficionado, que fue domingo cuando apareció el primero y que el primer aparecido era alguien en vida llamado Domingo.

Quiso un azar enemigo de ignorancias, que fuera la nieta quinceañera de un investigador de la Academia de la Lengua el objetivo del lente y su novio adolescente quien oprimiera el obturador en la Plaza de San Francisco de Asís.

Domingo del Monte, ataviado a la usanza del tempranero XIX, salía al fondo, como una visión fugaz y desvaída. ¿Por qué Domingo precisamente? Las especulaciones entre los intelectuales terminaron disparando al primer plano la hasta entonces endeble leyenda del fraude de Espejo de paciencia.

Pero en esta aparición no se reparó al inicio y no sería, por tanto, la que fundara noticia de boca a oreja. La bola había empezado a rodar desde antes, con el rumor de que un domingo, entre las carpas de souvenirs emplazadas delante del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, un presbítero de sonrisa indulgente preguntó el precio de un Cristo tallado en madera y un artesano ilustrado lo reconoció como “el hombre que enseñó a pensar a los cubanos”.

Al domingo siguiente, aseguran algunos, el mismísimo “Cantor del Niágara”, con su porte agraciado y elegante, estuvo sentado en el café El Escorial, de la Plaza Vieja, leyendo el periódico Granma.

Se dijo que a las seis de la mañana de un domingo, la celadora de la Casa Natal escuchó abrirse la cerradura y se precipitó a mirar, para darse de bruces con el jovencito reo de la foto en la Cantera de San Lázaro, atravesando la sala en puntas de pie. Este le hizo con su dedo índice el gesto para que sellara los labios y pronunció en baja voz: “No quiero que se despierten don Mariano y mamá Leonor”.

Un asere de la calle Trocadero, a la vuelta de su “bisne” de los domingos, encontró a la abuela Inés con cara de habérsele bajado un muerto. Y de eso casi se trataba, porque en el recorrido de los mandados la vieja salvada por Operación Milagro de sus cataratas, atisbó a través de la ventana de la Casa Museo de al lado y lo vio clarito clarito, leyendo en su poltrona de siempre, “al barrigón asmático y maricón que se partió allá por los setentas”.

Luego, que si un profesor de Literatura en el Pedagógico reconoció a los Eliseos (el padre y el hijo), entre los transeúntes de domingo por la Calzada de Jesús del Monte.

Y que en un parquecito de La Habana Vieja, dedicado a honrar los Orígenes y clausurado al público como cada domingo, el guarda divisó a un longevo par, de carne y hueso según lo interpretara su falible percepción humana, pero idénticos a unas esculturas en metal que existen en el lugar. Los pies juntitos bajo el banco y apresadas las manitas envejecidas, como pareja de noviecillos eternos. Muy suCint(i)o él, la fusilaba a versos; muy fina ella, se dejaba asesinar el corazón, sin chistar.

El cotilleo terminó de extender las alas, aunque propagándose todavía con más atención entre las filas de “los culturosos”, cuando un anciano, ex locutor de Radio Progreso, descubrió en la madrugada del domingo al Cervantes cubano de los Tres tristes tigres saliendo del Cabaret Las Vegas. Unas horas después fue entrevisto su doble, aquel intitulado “El Cronista”, por un crítico de cine en el boulevard de San Rafael, cuando el Caín asistido por el don mayor de los espíritus, atravesaba sin dificultades la tapia que sella la entrada al desmantelado cine Rex.

Es de sobra conocido que ninguno de estos hechos extraordinarios, o hasta trascendentales según lo valoran muchos que conozco, quedó asentado, sin embargo, en el domingo a domingo de los periódicos. No cupo el chisme sobrenatural, absorbidos como estuvieron en esos meses los medios nacionales por el thriller de las elecciones presidenciales en el Norte brutal.

Si bien, de pronto, a las redacciones empezó a telefonear la gente para averiguar qué coño era un bolocrema, un huelogrima, o un holograma (la pronunciación correcta sólo provino de un estudiante de la Vocacional Lenin). Tal curiosidad repentina se propagaba en relación directa con el asunto de las misteriosas apariciones, pues por esos días, uno escuchaba en la calle que un gerente de Gaviota nombrado Domingo Valdés Tamayo, había sido notificado por sus ex colegas del Alto Mando de que sufríamos “una invasión de hologramas implantados por el enemigo”.
Una explicación, de manera indirecta, se le brindó a todo el pueblo mediante dos programas estelares de la televisión. El miércoles, en la Mesa Redonda “El mundo a mitad de semana”, se presentaron reportes de noticieros en Gran Bretaña sobre la ola de histeria desatada por supuestas manifestaciones en directo de Jack el Destripador en las calles de Londres. Un reputado psicólogo de Oxford encuestado por la BBC, explicó que se trataba de un “estado de sugestión colectiva” alentado por el último éxito del cine macabro de Hollywood.

Mientras, el televisivo dominical Pasaje a lo desconocido ofreció como material audiovisual la pedante disertación de un cibernético del Instituto de Massachusetts sobre los rayos láser y su uso para proyectar imágenes en tercera dimensión. La conclusión apuntaba hacia la posibilidad de que esta tecnología de punta, exclusiva de países primermundistas, podía ofrecer grados extremos de realismo.

Pero los fantasmas tienen, al parecer, sus oídos clausurados a la ciencia. Y así continuaron, domingo tras domingo, saliendo de la nada para disolverse al poco rato en ella, tras alborotar por los cuatro puntos cardinales de La Habana.

El que se apellidaba Arenas se materializó entre dos espléndidos ejemplares de piel oscura en la playa de El Mégano y les sobó, experimentado, las vergas prominentes. El “fuera de juego” Heberto se llegó hasta la sede de la UNEAC, borracho y echando pestes en contra de Nicolás.

Cuentan que Virgilio transitó por las aceras del Vedado, cantando “La pájara pinta” con la mirada posada en las ramas de los árboles. Que el Rojo, el Gallego y Jesús enseñaron la faz de los optimistas ingenuos al tiempo que paseaban enfrente del Capitolio, llevando debajo del brazo un ejemplar de la primera edición El Caimán Barbudo.

Durante un coloquio homenaje en el Hurón Azul, interrumpió a una conferencista el grito de “Caggrrrlos Enggrrríquez, fils de femme qui se defénde avec le cul”; y pudo distinguirse al autor de El Siglo de las Luces gesticulando airado frente a una butaca, vacía para ojos que no fueran de espectro, cual si el pintor del Rapto de las Mulatas en persona, se hubiera colado entre el público escaso.

Yo no. Pero un par de amigos míos sí registraron encuentros cercanos de tercer tipo con las luminarias del más allá. Raúl F., narrador de la última hornada, desandaba la 5ª Avenida un domingo en que vio a Onelio avanzar en dirección opuesta hasta tenerlo enfrente suyo. Entonces le soltó a rajatabla: “¿Por qué, Maestro… por qué hoy?”. El interpelado puso cara de pavor, tal si la muerte tuviera plantada delante, y mudo asimismo se lo tragó el aire. “Como si prefiriera irse con su cuento a otra parte”, me resume su impresión Raúl.

Todavía más espectacular fue la experiencia de Leo García, decimista de Sagua la Grande, quien justo salía de la Estación Central, en un domingo como otros tantos para él, malencarado luego de una travesía de espanto en el tren, y fue abordado por un tipo maduro y de compuesta facha que le dio ánimos con un “Ríe, hombre, ríe… que de choteo estamos hechos los cubanos. Es lo nuestro el vicio, o la virtud, de mofarnos de la prueba más dura”; antes de perdérsele de vista, desvanecido entre la terca multitud que esperaba la ruta P-4. Félix, un empleado de la Oficina del Historiador, afirma que ese no pudo haber sido otro que Mañach.

Los que recuerdan el Taller “Identidad e Historia Cultural de la Nación” no dejan de subrayar la intervención del Ministro de Cultura:

Ellos regresan para perturbarnos. Ellos vienen para inquietarnos. Toca a nosotros el intento de convivir en armonía con la memoria… Somos los vivos quienes debemos proyectarnos en el Tiempo y el Espacio… hacia la posteridad.

“Habló como si los verdaderos hologramas fuéramos nosotros, los escritores que estábamos ahí presentes”, se quejaron algunos, quienes interpretaron de inmediato que “hay que ser muy despistado o dejarse engañar por el contexto literal de su discurso, para no darse cuenta que se refería a los invasión de los tótems de la tradición literaria”. Otros, bienpensantes, agradecieron que con esa críptica expresión se quisiera brindar un punto final a tanta incertidumbre:

Después de aquella tarde de domingo en el interior de la Sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas, apenas se divulgaron referencias de nuevos avistamientos. Los pocos lucían puro embuste, pura extroversión de los anhelos de escribas mediocres, ufanos de exhibirse como tocados por la varita de sus mágicos antecesores.

Ya todos estos acontecimientos, como se sabe, no muelen molinos. Pero faltaba aún que alguien escribiera sobre papel o pantalla de ordenador la crónica de esos domingos extraños en que los que Ellos formaron legión para hacernos la visita.

Rafael Grillo. (La Habana, 1970). Escritor y periodista.

Rafael Grillo (La Habana, 1970): Escritor y periodista. Jefe de Redacción de la revista El Caimán Barbudo y fundador de la web literaria Isliada. Licenciado en Psicología y Diplomado en Periodismo. Imparte cursos de técnicas narrativas en la Universidad de La Habana y otras instituciones. Ha publicado las novelas Historias del Abecedario y Asesinos ilustrados (Premio Luis Rogelio Nogueras 2009), los libros de ensayo Ecos en el laberinto y La revancha de Sísifo y el volumen de crónicas Las armas y el oficio (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2008). Incluido en numerosas antologías; las más recientes: El silencio de los cristales. Cuentos sobre la emigración cubana; Tres toques mágicos. Antología de la minificción cubana y Island in the Ligth / Isla en la luz (bilingüe, publicado por The Jorge Pérez Foundation, Miami). Como antologador participó en L@s nuev@s caníbales. Antología del microcuento del Caribe Hispano (2015) y es el responsable de la “Trilogía de las Islas” conformada por Isla en negro. Historias de crimen y enigma (2014); Isla en rojo. Historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales (2016); Isla en rosa. Historias cubanas del amor y sus desdichas (2016). En 2018 recibió con Isla en rojo el Premio del Lector, que se entrega a los libros más leídos del año. En 2020 participó en la novela colectiva Mirar, sufrir, gozar… La Habana y vio la luz su volumen de relatos Revolicuento.com.